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19 de marzo de 2024

Proclamación de D. Juan IV como Rey de Portugal, pintado por Veloso Salgado

Proclamación de D. Juan IV como Rey de Portugal, pintado por Veloso Salgado

La guerra de independencia de Portugal o la ruptura definitiva de la Península Ibérica en dos reinos

El descontento portugués ante la dominación española hizo que el 1 de diciembre de 1640 se proclamara a Juan de Braganza como Rey de Portugal

Muerto sin sucesión el Rey don Sebastián en la batalla de Alcazarquivir, la corona portuguesa pasaba al monarca hispano Felipe II en 1580. Aunque era una unión de coronas en un solo monarca, había implicaciones políticas y de administración, por lo que podía considerarse una anexión. El Rey español estableció disposiciones militares para doblegar la tenue resistencia lusa y para impedir la rebelión y esto afectó a la línea fronteriza del sur de Pontevedra, el río Miño. El conde de Lemos capitaneó las huestes reclutadas en la antigua provincia de Tuy a las que se unieron las mandadas por Sancho de Ávila en Pontevedra. Siguiendo órdenes, ese mismo año de 1580 Gómez Correa, señor de la Casa-Torre de Goyán (Goián), tomó la plaza portuguesa de Vilanova de Cerveira, y el mayorazgo de La Guardia (A Guarda), Antonio Ozores y Sotomayor hizo lo propio con Caminha, en poder de los partidarios del pretendiente D. Antonio.
Hay que tener en cuenta que el tramo final del Miño estaba jalonado de fuertes y castillos en ambas orillas. En la parte española los de Salvaterra, Os Medos en Tomiño, Goián y A Guarda. En la parte portuguesa estaban los de la Ínsula en la isla situada en la barra del río, Caminha, Vilanova de Cerveira, Sao Pedro da Torre, Melgazo, Monzón y Lapela. Ambos sistemas terminaban con las plazas fuertes de Tuy (Tui) y Valença do Minho.

Lucha constante por la independencia

La determinación portuguesa por la independencia, bien alimentada por las élites, era permanente. El descontento portugués ante la dominación española, alimentado por una mala administración, actos arbitrarios y subida de impuestos hizo que el 1 de diciembre de 1640 se proclamara a Juan de Braganza como Rey de Portugal. No fue aceptada esa independencia voluntariamente por los españoles que, por esa época tenían conflictos similares en Cataluña y los Países Bajos. Empezó una guerra en varios con una larga cadena de enfrentamientos en las orillas del Miño. Conflicto estudiado por el canónigo Domínguez Fontela en varios artículos de principios del siglo XX y por Emilio González López en su libro El águila caída: Galicia en los reinados de Felipe IV y Carlos II (Vigo 1973).
El Rey de Portugal empezó pronto a actuar soberanamente y a nombrar cargos y autoridades. El nuevo gobernador de Viana do Castelo, Gaston Coutinho, decidió organizar las tropas y reparar las fortificaciones y trincheras de Camiña, Vilanova de Cerveira y Valença. Levantó un nuevo reducto en la Ínsula de la desembocadura y se dispuso a atacar las poblaciones españolas. Ordenó en 1643 que se tomase y quemase la villa de A Guarda, que resistió gracias al coraje de los habitantes que obligaron a los portugueses a cruzar nuevamente el río.
Poco después, el nuevo gobernador de armas de Galicia, el cardenal Spínola decidió contratacar mandando tropas para conquistar Vilanova de Cerveira. Tampoco se consiguió. En 1644, los portugueses lograron llegar a Goián y quemar algunas de sus casas aunque huyeron ante la llegada de las tropas españolas de Tui al mando del marqués de Tábora que, con nuevo impulso, cruzó el Miño para quemar las aldeas de Lanhelas, Seixas y Gondarém. Siguieron algunas incursiones más y ataques recíprocos que terminaron ese mismo año con una etapa pacífica que duró hasta 1656.
La guerra continuaba porque los reyes españoles no aceptaban la independencia de Portugal. La situación era desastrosa. En el frente gallego los ataques se reanudaron en 1656 cuando los españoles volvieron a atacar posiciones portuguesas al norte para evitar que los portugueses reforzaran el Alentejo. Esto hizo posible que se tomara Olivenza. El 12 de septiembre de 1658, las tropas españolas del marqués de Viana cruzaron el Miño por un puente de pontones y libraron una batalla en Vilanova de Cerveira, poniendo en fuga a los portugueses del conde de Castelo Melhor que, intentando un contrataque desde Valença es nuevamente derrotado. Esta acción permitió a los españoles conquistar Monçao y recuperar la ciudad de Salvatierra de Miño, en manos portuguesas desde 1642.
La guerra se ponía favorable a los españoles, pero en 1660 las tropas españolas acuden a sofocar la rebelión catalana dejando desguarnecidas o debilitadas muchas posiciones fronterizas. En octubre de 1663 los portugueses cruzan el río y obligan a los españoles a refugiarse en el fuerte nuevo de Goián, recién construido, que tras una defensa heroica cae en manos del maestre general de campo, Francisco de Acevedo. En 1665 tuvo lugar otro ataque portugués de mayor importancia contra la villa de A Guarda. Es posible que estos ataques se produjeran por la imposibilidad de tomar la plaza de Tui que sería el verdadero objetivo. Tomado Goián, los portugueses saquearon e incendiaron las aldeas de O Rosal, Eiras, Tabagón, y Oia donde redujeron a cenizas el monasterio bernardo. No tuvieron piedad con la vida de los habitantes sorprendidos. Ante la falta de oposición, llegaron a las puertas de Vigo (con las tropas españolas encerradas en las fortalezas sin dar batalla) destruyendo también varias aldeas en Val Miñor entre ellas Panjón, Gondomar, la villa de Bouzas y la plaza de Baiona. Hechos narrados con profusión en el Mercurio de Portugal que los presentaba como acciones heroicas contra el enemigo. Cuando se pensaba que iban a atacar Tui, los portugueses pusieron rumbo a A Guarda que contaba con una guarnición de mil seiscientos soldados en el castillo de Santa Cruz.
El sitio de ocho días fue duro y la defensa numantina, pero las fuerzas lusas eran superiores en hombres y artillería. Una vez minados los baluartes, vencidos los revellines y tomado el camino cubierto, el castillo se rindió el 22 de noviembre. La villa quedó en manos portuguesas tres años. Fue el canto del cisne de la guerra en el Miño. Ese mismo año, la victoria lusa en Montes Claros, la guerra de Cataluña y la alianza luso francesa habían decidido el futuro de las dos naciones. El 13 de febrero de 1668 se firmó el Tratado de Lisboa, en el que se aceptaba la separación definitiva de ambos reinos.
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