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04 de mayo de 2024

Bill Clinton junto con Monica Lewinsky en febrero de 1997

Bill Clinton, junto con Monica Lewinskyk, en febrero de 1997

El 'caso Lewinsky', el escándalo sexual que a punto estuvo de llevarse a Clinton por delante

Hace 25 años, la indiscreción de una becaria y la torpeza de un presidente desprestigiaron a la institución presidencial como nunca desde la época del Watergate

«Bill Clinton siempre será recordado como el presidente que estuvo a punto de ser destituido por mentir sobre su relación sexual con Monica Lewinsky. Aunque una generación posterior se pregunte cómo una Administración que empezó con tantas expectativas pudo acabar de forma tan ignominiosa, muchos encontrarán abundantes pruebas para apoyar las conclusiones a las que lleguen en los relatos de aquellos que le sirvieron». Así empieza Stephen Graubard su entrada sobre el cuadragésimo presidente de Estados Unidos en The Presidents.
Prosigue el ensayista político: «Mientras que un cierto número sigue admirándole, agradecidos por todo lo que hizo para potenciar sus carreras, otros han sentido el impulso de contarlo todo, y al hacerlo, hicieron mucho por disminuirle». Quizás no tanto, porque el interesado puso mucho de su parte, a través de sus reiteradas imprudencias, en la configuración de su propio desprestigio. De modo especial en lo tocante a su relación con la verdad. El conocido como «Caso Lewinsky» es un botón de muestra al respecto.
El 17 de enero de 1998, al poco de publicarse las primeras informaciones sobre el escándalo en ciernes, Clinton se mostró tajante: «No he mantenido ninguna relación sexual con aquella señora». De entrada, chocó la despectiva referencia a Lewinsky, oscura –aunque nada discreta– becaria de la Oficina de Asuntos Legislativos de la Casa Blanca, con quien sí mantuvo una comunicación sexual entre 1995 y 1997, ya fuera en el Despacho Oval o en sus inmediaciones. Parece que no llegó a consumarse. En todo caso, hubo prestaciones.

Esta torpeza discursiva por parte del presidente supuso la primera etapa de su bajada a los infiernos

Esta torpeza discursiva por parte del presidente supuso la primera etapa de su bajada a los infiernos acerca de unos hechos que no hubieran salido a la luz de no haberse producido la traición de otra funcionaria, Linda Tripp, que grabó descaradamente las confidencias que le deslizaba Lewinsky; y sobre todo, de no haber mentido la becaria en su declaración –bajo juramento– durante la instrucción del «caso Paula Jones», otro escándalo sexual en el que estaba involucrado Clinton. Por si no fuera suficiente, la sordidez llegó al punto de que una de las pruebas que se exhibieron tanto contra el mandatario como contra la becaria fue un traje azul de Lewinsky con restos de semen del presidente
La maquinaria, judicial y mediática, estaba desatada y su dinámica ya había alcanzado el grado de imparable: la oposición republicana en el Congreso no iba ya a soltar la presa, con la inestimable ayuda de una derecha moralista en pleno resurgimiento intelectual y mediática. Una coincidencia que se revelaría decisiva. La agobiante presión obligó a Janet Reno, a la sazón fiscal general de Estados Unidos, a nombrar un fiscal ex profeso para investigar el caso. Su primera elección recayó sobre el demócrata James Fiske; pero al haber sido este último subordinado suyo y para evitar un conflicto de intereses, no le quedó más remedio que decantarse por Kenneth Starr, un conservador sin complejos cuya instrucción implacable obligaría a Clinton a comparecer ante un gran jurado.
Declaró a mediados de agosto y lo hizo por videoconferencia desde la Sala de Mapas de la Casa Blanca, el mismo lugar en el que Franklin Delano Roosevelt tomó graves decisiones durante la Segunda Guerra Mundial. Que el mismo escenario sirviera, más de medio siglo después, para que su lejano sucesor diera explicaciones sobre sus peripecias sexuales dice mucho acerca de la degradación de la vida pública en Estados Unidos en la época posmoderna.
Más si se tiene en cuenta que durante su declaración, Clinton reconoció que sí mantuvo una «relación física inapropiada» con Lewinsky. Los republicanos aprovecharon la ocasión para poner en marcha el proceso de destitución de Clinton, impeachment en la jerga norteamericana, por perjurio. Lo consiguieron en la Cámara de Representantes con el voto favorable de algunos demócratas. En el Senado, competente para la votación definitiva, Clinton se salvó por casi nada de tener que dejar la presidencia por la puerta trasera. Pero su desprestigio ya era irreversible.
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