Picotazos de historia
El cónclave de 1159: cuando Ottaviano di Monticelli se autoproclamó Papa
El cambio de dirección de la política papal que tomó Adriano IV afectó al colegio cardenalicio, dividiéndolo entre imperiales y papales, quedando una tercera facción que agrupaba a los neutrales
El 1 de septiembre de 1159 falleció Adriano IV, el único Papa inglés que ha tenido la Iglesia. Dejó un conflicto abierto con el Sacro Romano Germánico Imperio, en un momento en el que el titular era –ni más ni menos– que el temible Federico I de Hohenstaufen, llamado Barbarroja. El problema principal era que el llamado territorio papal (el «Patrimonio de San Pedro») se había convertido en un estado tapón entre dos poderes en auge: la casa de Staufen por el imperio y el capaz Guillermo I «el Malo» de Sicilia. Adriano IV, enfrentándose al dilema, se inclinó por el lado de Sicilia y firmó el tratado de Benevento por el que se reconocía a Guillermo el control de la Apulia, Calabria, Campania, Capua, Nápoles, Gaeta, las Marcas y el Abruzzo, dentro de la península. Este cambio de dirección de la política papal afectó al colegio cardenalicio, dividiéndolo entre imperiales y papales, quedando una tercera facción que agrupaba a los neutrales.
Adriano IV murió en Anagni y tres días después su cuerpo fue depositado en la basílica de san Pedro, en el interior de un sarcófago de pórfido del siglo III. Inmediatamente se procedió a celebrar conclave para la elección del nuevo Pontífice.
El cónclave de 1159
En ese momento los miembros de la iglesia con capacidad de elección (no todos eran cardenales) eran 31. Todos ellos estaban presentes y participarían en el cónclave excepto el abad de Monte Cassino (Reinaldo di Colleimezzo ) que estaba en misión diplomática. El cónclave –que se celebró dentro de la basílica de San Pedro– se inició con la división en los grupos que les mencioné antes: imperiales, papales o sicilianos y neutrales. El grupo papal era el más numeroso, en principio, contaba con trece electores declarados y su líder era Rolando Bandinelli. El bando imperial, encabezado por Ottaviano di Monticelli, agrupaba a nueve, declarados. Hago la precisión de seguidores declarados ya que, en los dos últimos meses, cuando era evidente que la Santa Sede iba a sufrir un cambio de titularidad, los sobornos e intrigas entre los futuros electores se hicieron rampantes.
Hartos de la división, el grupo de neutrales apoyó a la acción siciliana y salió elegido el cardenal Rolando Bandinelli, quien tomó el nombre de Alejandro III
Iniciado el procedimiento de elección, una y otra vez los resultados reflejaban la polarización de los electores. El día 7 de septiembre, hartos de la división, el grupo de neutrales apoyó a la acción siciliana y salió elegido el cardenal Rolando Bandinelli, quien tomó el nombre de Alejandro III. Cuando se le presentó el manto para que se lo pusiera, el cardenal Ottaviano se abalanzó, lo arrebató de las manos del sorprendido cardenal que lo portaba, y trató de ponérselo.
Reaccionaron el resto de los cardenales y se produjo un forcejeo que terminó con el manto roto. Afortunadamente había otro de reserva y se hizo traer. Inmediatamente el cardenal Ottaviano se lanzó sobre él, lo arrebató y se lo puso con éxito relativo, ya que en el forcejeó para arrebatárselo el manto quedó colgando por delante como si de un enorme babero se tratara. Aun así, se deshizo de los furiosos cardenales «sicilianos» y sentándose en el trono se proclamó Papa Víctor IV. Con el resto de los cardenales «imperiales», el autoproclamado Papa, atravesó la basílica y a un grupo de religiosos menores que daban servicio al cónclave, les exigió que lo aclamaran. En ese momento forzaron las puertas un grupo de mercenarios de aspecto patibulario y armados hasta los dientes, que estaban al servicio del cardenal Ottaviano –perdón, Víctor IV–. Los religiosos, viendo lo peligroso que se estaba poniendo para ellos, aclamaron con entusiasmo al autoproclamado Papa mientras los representantes de los «sicilianos» y «neutrales» se eclipsaban discretamente para evitar males mayores. El nuevo Papa fue conducido en triunfo hasta el palacio de Letrán.
El cisma de la Iglesia duraría dieciocho años y terminó con el Tratado de Venecia ( 1177) entre Barbarroja y Alejandro III. Cuanto a los futuros cónclaves, se vio claro que había que ajustar el número para la elección y tuvo una consecuencia importante que nos ha llegado hasta el día de hoy. En el Tercer Concilio de Letrán ( 1179) se mantuvo la elección por aclamación pero se decretó canón Licet de evitanda discordia, que en caso de no darse; la mayoría de dos tercios es válida para la elección de un nuevo Papa.