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Retrato de Luisa de Carvajal y MendozaReal Academia de la Historia

Luisa de Carvajal, la desconocida monja que dio su vida para proteger a los católicos perseguidos en Inglaterra

La ilustración española imitó esa misoginia, lo que contribuyó a la desaparición de nuestra historia de la mayoría de las mujeres que realizaron aportaciones importantes en aquellos dos esplendorosos siglos

Cualquier persona medianamente culta debe poder identificar sin problemas los nombres de un abundante número de mujeres brillantes, cuyas aportaciones fueron fundamentales para entender la historia de España de los siglos XVI y XVII.

Comenzando por la incomparable Isabel de Trastámara, sus hijas, su nieta Ysabel la emperatriz y su biznieta Isabel Clara Eugenia. Y con personalidades universales, como Teresa de Jesús, la santa de Ávila, o como Santa Rosa de Lima. Pero también artistas y escritoras, como Sofonisba Anguissola, Luisa Roldán, artista de cámara con Carlos II, sor Juana Inés de la Cruz, la gran poetisa mejicana y María de Zayas; y mujeres ilustres e influyentes como Beatriz Galindo, Isabel de Bobadilla o la Duquesa de Eboli. En fin una verdadera plétora.

Esta presencia desaparece abruptamente en el siglo XVIII. Nada hay comparable a esta floración de talentos femeninos en el tan elogiado siglo de la Ilustración. No es fácil encontrar en la memoria nombres de mujeres prestigiosas. Existen, sin duda, diversos motivos para este fenómeno, pero probablemente influyó el carácter profundamente misógino de la Ilustración.

Todos los grandes intelectuales del periodo ilustrado se distinguieron por su tratamiento despectivo hacia la condición de las mujeres. La ilustración española imitó esa misoginia, lo que contribuyó a la desaparición de nuestra historia de la mayoría de las mujeres que realizaron aportaciones importantes en aquellos dos esplendorosos siglos.

Mujer de acción

Una de esas mujeres está enterrada en un pequeño arca, forrada de tafetán rojo, que pasa desapercibida en el grandioso relicario que se encuentra en el imprescindible Monasterio de la Encarnación.

Se trata de Luisa de Carvajal. Nacida en la pequeña localidad de Jaraicejo en la Extremadura de cielos altos y personas recias. Huérfana temprana de una familia de la nobleza, se crio en la familia de sus tíos, en la que recibió una esmerada educación, que incluía tanto sabiduría profana como religiosidad profunda.

Una vez alcanzada la mayoría de edad, y reclamada su herencia, desarrolló una intensa vida intelectual y religiosa. Fue una poetisa notable y se carteó con numerosas personalidades de la época, dejando constancia en sus misivas de agudo intelecto y de compromiso con sus convicciones. Pero sus principales dedicaciones fueron las vivencias religiosas y las obras de caridad. Llegó a tomar votos particulares de «obediencia, pobreza, mayor perfección y martirio», a pesar de las prevenciones sobre este último aspecto que le hicieron sus confesores.

Seguidora de la Compañía de Jesús, le impresionaron el heroísmo hasta el martirio de los hermanos de la Orden en Inglaterra, que nunca dejaron de cumplir su misión a pesar de las terribles persecuciones. Conmocionada por la ejecución del jesuita inglés Henry Walpole en 1595, decidió dedicar su fortuna a la creación y mantenimiento del colegio inglés de jesuitas en Lovaina (Actual Bélgica). También decidió «buscar todas las ocasiones de martirio que no sean repugnantes a la Ley de Dios».

Su labor protectora en Londres

Siguiendo esta vocación marchó a Inglaterra en 1605, donde las persecuciones contra los católicos se habían recrudecido tras el intento de Guy Fawkes de volar el Parlamento británico. Establecida en Londres se dedicó a la peligrosa tarea de proteger y ayudar a los activistas católicos perseguidos, especialmente a los misioneros, cuya actividad estaba castigada por leyes draconianas. Visitaba a los sacerdotes y laicos católicos encarcelados, realizaba actividades evangelizadoras e incluso fundó una congregación de mujeres. Encarcelada por primera vez en 1608 fue liberada gracias a la intervención del embajador español.

Otra de sus actividades consistía en acompañar al suplicio a los condenados a muerte por sus convicciones y recoger cuidadosamente sus miembros amputados tras ser sometidos a la pena de descuartizamiento. Llegó a ofrecer un banquete de despedida en la cárcel, en honor de 20 católicos condenados, el día anterior a su ejecución. Entre ellos se encontraba el benedictino John Roberts, que había realizado su noviciado en el Monasterio compostelano de San Martin Pinario, hoy elevado a los altares.

Sometida a estrecha vigilancia fue de nuevo arrestada, junto con sus compañeras por orden del arzobispo de Canterbury y sometida a un duro tratamiento. Su encarcelamiento provocó un verdadero conflicto diplomático, que se solventó con la orden perentoria de que Luisa fuese devuelta a España ya que la corte española no quería incomodar al gobierno inglés. Su mal estado de salud y las privaciones a las que había sido sometida en prisión le causaron la muerte antes de que pudiese regresar a España.

Sus restos fueron repatriados por el Marqués de Gondomar, el gran embajador español, y hoy esperan la eternidad en el Monasterio de la Encarnación. No fue esposa, ni monja, ni mártir y sin embargo tuvo una vida lograda. Esforzada hasta el heroísmo y religiosa hasta la santidad. Otro ejemplo más, discreto y desconocido, de lo que significaron las mujeres en aquellos siglos de oro.