Antonio María de Orleans, duque de Montpensier (1844) de Franz Xaver Winterhalter
El duelo a pistola que costó el trono de España
Sucedió el 12 de marzo de 1870, cuando se enfrentaron Enrique de Borbón y Antonio María de Orleans, ambos aspirantes a la corona
A la altura de 1870, la sociedad española estaba habituada a presenciar lances de honor entre caballeros distinguidos. A nadie sorprendía el ir y venir de los padrinos representando a los ofendidos y acordando las reglas del duelo. Sin embargo, el desafío concertado para la mañana del 12 de marzo de 1870 atrajo la atención de muchos, independientemente de su condición social y política. Esa mañana, donde hoy linda el barrio de Carabanchel con el municipio de Leganés, dos ilustres personajes se dieron cita para restablecer el honor cuestionado.
Rivales por la corona
Ambos pertenecían a la familia real. Por un lado, se encontraba don Enrique de Borbón, duque de Sevilla, hermano del rey consorte Francisco de Asís y primo de la recién destronada Isabel II. Por otro lado, su contrincante era Antonio María de Orleans, duque de Montpensier, marido de Luisa Fernanda, hermana de la reina.
Su rivalidad se remontaba décadas atrás, pero el vacante trono de España había agriado su relación. Los dos habían tenido posibilidades de ceñir la corona y aunque ninguno había podido aprovecharlas, en ese momento se presentaba una ocasión única. Montpensier parecía mejor posicionado: había contribuido a la financiación de la Gloriosa que destronó a Isabel II y contaba con el apoyo de la Unión Liberal, uno de los partidos triunfantes de la revolución. En su camino tan sólo se interponían las reticencias del general Juan Prim, presidente del Consejo de Ministros, y del emperador de Francia, Napoleón III, que había relevado en el trono de Francia al padre de Montpensier, Luis Felipe de Orleans.
Enrique de Borbón, infante de Sevilla y duque de Sevilla, en la revista La Ilustración de Madrid
Enrique de Borbón vio con preocupación la posibilidad real de que su rival fuese coronado rey de España y redobló sus esfuerzos para desacreditarlo a ojos de la opinión pública. La gota que colmó el vaso fue la publicación de un texto en el que calificaba a Montpensier de «hinchado pastelero francés», un insulto que el duque no dejó pasar sin exigir una satisfacción.
Los padrinos de ambos contendientes acordaron un duelo a pistola y a primera sangre, lo que, en principio, no implicaba la muerte de ninguno de los dos. Estas condiciones parecían agradar a ambos. Enrique de Borbón deseaba apartar definitivamente a Montpensier del trono español y, de esta forma, parecía conseguirlo. Por su parte, el Duque mostraba su condición de hombre de honor, dispuesto a batirse con tal de no ser ridiculizado ante la opinión pública. En realidad, se encontraba en un callejón sin salida: si no desafiaba a don Enrique, perdería su respetabilidad pero, si en el envite acababa con la vida de su rival, podría ser visto como un criminal. En ambas situaciones, su coronación quedaba en entredicho. Quedaba la opción de que uno de los dos fuese tan sólo herido, de forma que el honor se repusiese al tiempo que ambos conservaban la vida.
La tercera bala del duque
Con esta intención dio comienzo el lance. Tras dos turnos de disparos por parte de cada uno de los contrincantes ninguno acertó al blanco. Sin embargo, la tercera bala del duque de Montpensier impactó en la cabeza de don Enrique, que cayó al suelo. Uno de sus padrinos, el doctor Federico Rubio, se acercó para comprobar la herida, aunque sólo llegó a tiempo de ver cómo don Enrique exhalaba su último aliento. Montpensier presenció la escena desde su posición, consciente de haber repuesto su honor, pero pagando por ello un alto precio: había acabado con la vida de un miembro de la familia real y, mientras este expiraba, también lo hacían gran parte de sus opciones de convertirse en rey de España.
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