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15 de junio de 2024

Prisioneros republicanos en el patio del fuerte de San Cristóbal

Prisioneros republicanos en el patio del fuerte de San CristóbalArchivo José Oalle

La 'gran evasión' española: 795 presos republicanos se escapan de la prisión de San Cristóbal

Es la fuga más multitudinaria de la historia de España

Sobre las raíces de un castillo medieval se levanta el Fuerte de Alfonso XII en el municipio de Berriplano, muy cerca de Pamplona. Esta fortificación, que había servido para proteger la capital navarra de los ataques durante las guerras carlistas, en el siglo XX fue escenario de la mayor fuga de la historia penal española.

Ocurrió el 22 de mayo de 1938 en plena Guerra Civil y de los 2.487 presos que había en aquel año –en su mayoría dirigentes políticos y sindicales, así como militantes revolucionarios, republicanos navarros, y nacionalistas vascos– intentaron escapar 795 al grito de «¡Sois libres!, ¡A Francia!». La prisión, también conocida como Fuerte de San Cristóbal, empezó a funcionar como centro penitenciario tras una remodelación en 1934 en la que se añadieron muros de separación entre los barracones de los guardianes y las dependencias carcelarias.

Vista aérea del monte de San Cristóbal y el fuerte de Alfonso XII

Vista aérea del monte de San Cristóbal y el fuerte de Alfonso XII

Pronto se ganaría la fama de ser una de las cárceles más duras de la Península. Del 1936 al 1945, fecha en la que dejó de funcionar como prisión, pasaron por sus paredes 6.000 presos que sufrieron «mala alimentación, enfermedades, mucha humedad y frío y un hacinamiento espantoso», según declaró a la Agencia Efe el vocal de La Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra, Ángel Urío.

Al menos 305 prisioneros murieron por desnutrición o paros cardíacos. Hubo otros muchos que fallecieron por tuberculosis, pues el fuerte también se convirtió en «sanatorio penitenciario», es decir, centro receptor de otras cárceles con presos convalecientes por esta enfermedad. Estas duras condiciones provocaron que una treintena de presos se conjuraran para la fuga.

La vigilancia de esta fortaleza estaba compuesta por 83 soldados de reemplazo, cinco cabos, tres sargentos y un oficial. El grupo de prisioneros que lideró la «gran evasión» tuvo en cuenta varios factores: se sirvieron de la lengua esperanto para urdir el plan y evitar que los guardias descubriesen sus intenciones. Además, sabían que, durante los domingos, había menos soldados vigilando y que a la hora de la cena los horarios de guardia eran más difusos.

De esta manera, armados con unos pocos fusiles y munición, 795 presos cargaron contra sus captores y se lanzaron montaña abajo para alcanzar la frontera francesa a escasos kilómetros del centro penal. Inmediatamente los soldados del fuerte comenzaron la caza de fugados, que eran delatados por los destellos de los grandes reflectores instalados en los camiones del ejército. Al día siguiente fueron 259 los capturados, cifra que ascendió a 445 el día 24 de mayo.

Hay que recordar que estaban mal vestidos, descalzos y desnutridos. Solo algunos estaban armados, pero no lo suficiente como para hacer frente a las partidas de persecución. En total cayeron 585 prisioneros y más de 200 personas murieron durante la persecución y en los fusilamientos posteriores. Solo tres consiguieron cruzar la frontera. El jefe de la guarnición, el alférez Manuel Cabeza, fue condenado por su negligencia. En 1945, el penal fue clausurado y el ejército lo abandonó en 1987.

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