Dinastías y poder
¿Qué pasó con la primera «reina carlista»?
Tuvo que abandonar España meses antes del inicio de la guerra y refugiarse en su país natal, Portugal
La muerte de Fernando VII en 1833 y los problemas respecto a la sucesión en la corona provocaron el estallido de la Guerra Carlista. Fue el primero de los conflictos civiles que enfrentaron a los españoles en el siglo XIX: Carlos María Isidro de Borbón reclamaba los derechos al trono. Junto a él desempeñaron un papel importante las mujeres que le acompañaron en vida: su primera esposa María Francisca y la segunda María Teresa, hermana de la anterior y más significada políticamente.
La primera mujer de Carlos María Isidro de Borbón pasó los últimos años de su vida en el exilio. Quien por muchos está considerada como «primera reina carlista», tuvo que abandonar España meses antes del inicio de la guerra y refugiarse en su país natal, Portugal. Pero este país sufría también un conflicto dinástico que enfrentaba a los hermanos don Miguel, fiel partidario del absolutismo y don Pedro, de simpatías liberales y valedor de los derechos al trono de su hija María de la Gloria.
Acababa de comenzar el año 1833 cuando los asuntos políticos en España hicieron que se tambalease la cordialidad en el seno de la Familia Real. El nacimiento de las hijas de Fernando VII, Isabel y Luisa Fernanda, desplazaba del trono a Carlos María Isidro de Borbón, quien durante décadas había sido el sucesor a la Corona. La negativa de este y sus partidarios a aceptar los cambios que se habían producido en la normativa para favorecer los derechos femeninos motivó la decisión del agónico Fernando de forzar el alejamiento de su hermano.
Don Carlos y su piadosa esposa partían hacia Lisboa en una operación camuflada de «misión diplomática» pero que realmente ocultaba un forzado exilio. Sin embargo, la vecina Portugal vivía en aquellos días las horas finales de otro conflicto civil que con el nombre de «Guerra de los dos hermanos», tenía bastante en común con las rivalidades que asomaban en España. Bajo el paraguas de la legitimidad dinástica, se enfrentaban don Miguel y don Pedro de Braganza: el primero, defensor de las ideas absolutistas, contó con el respaldo de María Francisca mientras que el segundo, se mostró partidario de abrazar el nuevo liberalismo que empezaba a abrirse camino en Europa. Eran tiempos de cambios.
María Francisca y Carlos María Isidro vivieron días de incertidumbre en tierras portuguesas, acompañador por sus tres hijos, Carlos Luis, Juan y Fernando, de dieciséis, doce y nueve años de edad. Sufrieron incluso la persecución de las tropas isabelinas del general Rodil, adentradas en Portugal. El diario británico Times dio buena cuenta de la situación. Cuando terminó la lucha en Portugal por el tratado de Evora-Monte, la situación de los Borbón-Braganza empeoró. No tenían otro destino que marchar a Inglaterra en la idea de mejorar las condiciones de la familia para organizar desde allí, las huestes que llevarían a don Carlos, Carlos V para sus partidarios, de vuelta a España.
La comitiva, integrada por un séquito de cerca de sesenta personas fieles al realismo, embarcó en el navío Donegal con destino incierto. Llegaron al puerto de Portsmouth, en el sudoeste de Inglaterra, el 26 de junio de 1834. Tenían ante sí la inquietud de cuál sería la decisión del gobierno británico pues era público el apoyo inglés a la causa isabelina en virtud del «Tratado de la Cuádruple Alianza».
En Londres, don Carlos rechazó la oferta de acogerse a la pensión ofrecida por su cuñada María Cristina de Nápoles, regente en nombre de su hija la joven reina Isabel: don Carlos no estaba dispuesto a renunciar a lo que consideraba sus derechos legítimos.
Mientras tanto, María Francisca, su hermana María Teresa —princesa de Beira— quien los acompañaba en todo este peregrinaje y el resto de fieles realistas, buscaban alojamiento cerca de la costa. Alquilaron una casa llamada Alverstoke Old Rectory, en la localidad de Gosport. Pero María Francisca estaba agotada. Habían sido muchos los padecimientos desde su salida de España y su salud, frágil, no aguantó más sufrimientos.
María Francisca de Braganza moría víctima de una «fiebres malignas» el 4 de septiembre de 1834 cerca de Portsmouth. Tenía 35 años. The New Monthly Magazine, informó copiosamente de lo acontecido. La primera «reina carlista» recibió sepultura en la capilla católica de la ciudad. Don Carlos acababa de unirse a sus tropas en territorio vasco. Varias décadas después, los restos mortales de María Francisca fueron trasladados a la catedral de Trieste, al considerado Escorial carlista. Era el fatal destino de esta infanta española por matrimonio e importante apoyo en las reivindicaciones al trono.
Cuatro años después de la muerte de María Francisca, don Carlos se casaba con su cuñada María Teresa. Ella jugará un papel fundamental en la causa legitimista asumiendo el papel de matriarca de la dinastía exiliada y renovando la significación de legitimidad con su Carta a los españoles de 1864.