Fundado en 1910
Antonio Pérez Henares
Historias de la historiaAntonio Pérez Henares

El primer gran caminante de América, conquistador, esclavo, gran chaman y defensor de los indios

Álvar Núñez Cabeza de Vaca cruzó a pie, con otros tres únicos supervivientes, desde Florida hasta el Pacífico y dejó por escrito sus vivencias en el libro Naufragios

Retrato de Álvar Núñez Cabeza de Vaca

Retrato de Álvar Núñez Cabeza de VacaWikipedia

Fue conquistador, fue hecho prisionero y esclavizado por los indios. Fue buhonero, hombre de medicina y gran chamán de las tribus del oeste americano, a las que veneraron como a un enviado del cielo. Fue el primer naturalista, etnógrafo e indigenista del Nuevo Mundo.

Cruzó a pie, con otros tres únicos supervivientes, desde Florida hasta el Pacífico. Caminó hacia el oeste y convivió con comanches, siux, apaches y pueblos. Fue el primer blanco en ver, cazar y comer búfalo. Su mirada inquieta supo comprender a aquellas gentes y se convirtió en uno de sus grandes defensores. Tras volver a España, regresó de nuevo a América y descubrió las fabulosas cataratas de Iguazú.

Álvar Núñez Cabeza de Vaca nació en Jerez de la Frontera en 1488, de familia hidalga. Hijo de Francisco de Vera y Teresa Cabeza de Vaca, quedó huérfano de ambos muy niño y fue criado por su abuela y su tía, del linaje de los Cabeza de Vaca.

Su abuelo paterno fue Pedro de Vera, conquistador y gobernador de Gran Canaria, caído después en desgracia por prestar apoyo a la terrible represión de la bellísima, y cruel, Beatriz de Bobadilla, amante del rey Católico y de Cristóbal Colón, en La Gomera, y por esclavizar y comerciar con los nativos. Su tío, casado con otra Cabeza de Vaca, fue Pedro de Estopiñán, conquistador de Melilla y que, nombrado adelantado para las Indias por los Reyes, no llegó a tomar posesión al morir antes de embarcar. Álvar lo admiró siempre y sus primos fueron como hermanos para él.

Desde muy joven mostró inteligencia, ansias de saber y gusto por las letras. Emprendió la carrera de las armas y marchó a Italia en 1511. Su bautismo de fuego tuvo lugar en la batalla de Rávena, perdida por la coalición de la que España formaba parte, pero donde la infantería española dio muerte al jefe francés, el conde de Foix, y pudo replegarse con orden para, un tiempo después, tomarse la revancha y ganar la guerra. Cabeza de Vaca, ya con el rango de alférez, sentó plaza en el gran fuerte de La Gaeta, llave de Nápoles.

Al servicio de los duques de Medina Sidonia

Vuelto a su Andalucía natal, entró al servicio de los duques de Medina Sidonia, formó parte de las tropas realistas contra los comuneros, participando en la toma de Tordesillas y en la victoria definitiva de Villalar, donde asistió a la decapitación de los líderes comuneros.

En el palacio de los duques se vio envuelto en un asunto que a punto estuvo de ponerlo en manos de la Inquisición. El tercer duque había casado con una nieta de Fernando el Católico, Ana de Aragón, hija de su primogénito antes de casar con Isabel, y uno de los muchos de tal condición que procreó, al que hizo arzobispo de Zaragoza y que tampoco guardó castidad sacerdotal alguna.

Monumento en Jerez a Cabeza de Vaca

Monumento en Jerez a Cabeza de Vaca

El problema fue la inapetencia carnal del duque y su incapacidad de consumar la coyunda marital. Se les ocurrió a los hermanos del duque animarlo con algunas profesionales del placer acarreadas de la mancebía sevillana y que, tras calentarlo con ellas, se encendiera con la duquesa.

Pero no hubo forma y sí mucho desenfreno, pues lo que el duque despreció aprovecharon otros y acabó llegando a oídos clericales. Álvar, considerado muñidor de la jugada, estuvo a punto de pagar por todo. El pequeño de los Medina Sidonia, primer conde de Olivares y antepasado de quien sería tiempo después duque y valido, lo libró del trance.

La desgana conyugal fue llevada ante el mismísimo emperador Carlos, y este le expropió el título al duque por «mentecato e impotente»; la Iglesia decretó la nulidad del matrimonio, y el hermano que le seguía en edad se quedó con el título y la mujer, pues se casó de inmediato con ella, y esta vez la nieta de don Fernando ya tuvo al fin descendencia ducal.

Embarcado para América

Álvar soñaba con embarcar para América y al fin lo consiguió, como segundo en la escuadra de Pánfilo de Narváez, que iba a la conquista y población de la Tierra Florida, descubierta por Ponce de León, que había allí encontrado la muerte a causa de una flecha envenenada.

Don Pánfilo era aquel que, enviado por el gobernador de Cuba, Velázquez, quiso detener a Cortés, para entonces ya en Tenochtitlan. Este dejó la capital, se presentó ante el campamento de Narváez, que triplicaba sus efectivos, lanzó un ataque fulgurante, lo derrotó en un verbo, gran parte de sus tropas se pasaron a su bando y a Pánfilo le quebraron un ojo en el combate. O sea, que lo dejaron tuerto.

Ruta de la expedición de Cabeza de Vaca

Ruta de la expedición de Cabeza de Vaca

La flota hacia la Florida contaba con cinco naves y más de 600 almas. Narváez volvió a demostrar desde el principio su incapacidad para el mando. En Santo Domingo se demoró tanto que le desertaron más de 100.

Y cuando repuso algunos y llegó al destino, se adentró en la floresta, contra el criterio de Cabeza de Vaca, sin intérpretes y sin tener idea de dónde iba. Para colmo, ordenó a las naos que se fueran en busca de un puerto cristiano, que tampoco sabían dónde estaba, y que no los esperaran.

Álvar sentenció que, de hacerlo, «ni el gobernador volvería a ver los barcos, ni los de las naos volverían a verlos a ellos». Narváez lo insultó insinuando que sus reparos eran por cobardía, que no fuera de la partida y ofreciéndole el mando de los bergantines, a lo que el jerezano contestó con indignación, exigiendo no solo ir, sino encabezar las entradas en los poblados indígenas y los combates.

Pánfilo de Narváez quería a toda costa emular a Cortés y encontrar urbes de grandes palacios y un imperio que conquistar.

Lo que halló fueron pueblos de miserables, selvas impenetrables, ciénagas, pantanos y los terribles flecheros seminolas, que como sombras les combatieron.

Álvar, en quien Pánfilo había sugerido cobardía, fue quien encabezó las entradas y la resistencia, y finalmente tomó la decisión de buscar de nuevo el mar, construir unas barcas e intentar, costeando, sobrevivir.

Se fueron comiendo los caballos que les quedaban, dos, y, sacrificado el último, embarcaron. Botaron cinco embarcaciones en las que se apretaron casi 250 hombres. Pasando hambre y sufriendo sed, llegaron a la desembocadura del Misisipi.

Esclavizado

Narváez, renunciando ya a cualquier autoridad, vino a decir el «¡sálvese quien pueda!», y las cinco barcas se dispersaron. De la de Pánfilo y otras dos no quedó nadie con vida. La de Cabeza de Vaca llegó a la isla de Mal Hado, hoy Galveston, donde naufragaron perdiendo todas sus armas. Allí hallaron a la de los capitanes Castillo y Dorantes y todos acabaron en manos de los indios, que los esclavizaron.

El infierno fue atroz y de los cerca de 90 que habían arribado tan solo quedaron 16. Hubo hasta casos de canibalismo, y los indios los iban a matar a todos porque ellos estaban muriendo también, pero Álvar logró convencerlos de que no lo hicieran.

Cabeza de Vaca empezó a tener fama de sanador y le dieron cierta libertad de movimiento. Se hizo buhonero e iba de tribu en tribu con abalorios y baratijas que él mismo fabricaba, e imponía las manos a los enfermos mientras rezaba el Padrenuestro.

Pasaron años así y el maltrato, el hambre o, directamente, los lanzazos de sus captores, acabaron con los españoles, que fueron muriendo hasta quedar solo otros tres, que fue ya lo único que Álvar pudo localizar vivos cuando entendió que la única esperanza era huir y comenzar a caminar hacia el oeste, al encuentro de los españoles. Los capitanes Castillo y Dorantes, y el negro Estebanico, criado de este último.

Su mayor apoyo y mejor amigo había sido desde el comienzo de la expedición el capitán salmantino Alfonso del Castillo y Maldonado. Este segundo apellido me puso sobre la pista de su condición y de su marcha a América, de la que no quiso regresar nunca.

Tan solo lo hizo una vez y fugazmente, para reclamar una herencia, pues le habían dado por muerto. Para mí tengo que era de la ilustre familia comunera que comandó a los comuneros salmantinos, Francisco Maldonado, ajusticiado en Villalar.

Los cuatro supervivientes iniciaron la increíble travesía, y el prestigio de Álvar, su conocimiento de las lenguas que había aprendido y su carisma le permitieron seguir avanzando y salir de las selvas para llegar al territorio de las praderas, donde dieron con los siux y los comanches y vieron a los búfalos, a los que Álvar bautizó como «vacas corcovadas», al recordarle a las vacas moriscas de su Jerez.

Prestigio de chamán

Entre ellos, Álvar alcanzó el prestigio de gran chamán, sobre todo tras salvarle la vida al hijo de un jefe y extraerle una punta de flecha en una delicada operación. Sus tiempos y experiencia de soldado le fueron muy útiles. A partir de allí, las tribus se disputaban su cercanía y los acompañaban hasta el territorio de la vecina, a la que solo se lo entregaban a cambio de grandes regalos.

Cabeza de Vaca y los suyos lograron al fin dar con indios que ya vivían en casas de asiento, los pueblos, y llegaron incluso a una población de cierto empaque, Paquimé (Casas Grandes), rodeada de fértiles cultivos en regadío, que luego daría lugar al mito de las Siete Ciudades de Cíbola (los españoles también llamaban «cíbolos» a los bisontes).

A Álvar le sorprendió la organización, convivencia y nivel de civilización de aquellas gentes, y dejó escrito que, de saber tratarlos como merecían, serían los «mejores cristianos y los mejores súbditos de Su Majestad».

Llegaron los cuatro a la costa del Pacífico tras descender de la Sierra Madre por la Barranca del Cobre, y allí dieron al fin con la huella de los cristianos. Habían tardado nueve años. No tardaron en encontrarlos y el disgusto fue total.

Eran tropas del fundador y gobernador de Guadalajara, Nuño Beltrán de Guzmán, que solo tenía como objetivo «herrar» a todos cuantos pudiera y venderlos como esclavos.

Eso quisieron hacer con los cientos que seguían a Cabeza de Vaca, a quienes este defendió con fiereza y acabó sintiéndose él mismo prisionero de sus compatriotas.

Finalmente, el alcalde castellano de Culiacán, Melchor Díaz, los acogió y, sabedor de que Beltrán de Guzmán estaba en clara rebeldía contra las leyes de la Corona que prohibían estas prácticas, y cada vez más enfrentado al virrey Antonio de Mendoza y al de nuevo regresado a México, el propio Hernán Cortés, les dio el mejor de los tratos y ayudó a los indios a librarse de los hombres de Guzmán.

Álvar convenció a los caciques de que pusieran en las puertas de sus poblados una cruz, y así no se podría decir que estaban alzados ni hacerlos esclavos.

Los cuatro supervivientes tras pasar por Guadalajara fueron despachados por don Nuño hacia a Ciudad de México.

Su camino ya tuvo otro color, aclamados por las gentes que comenzaban a saber de su epopeya. En la ciudad los recibió el Virrey Mendoza, alcarreño también, hijo del Gran Tendilla, y Hernán Cortes, ya marqués de Oaxaca, quienes los agasajaron y el día de Santiago invitaron a Alvar al palco presidencial de la corrida de toros con que se celebraba al patrón de España.

Las malas artes de don Nuño no tardarían en tener castigo. Detenido, juzgado y condenado fue conducido a España encadenado y allí murió preso en Torrejón de Velasco.

Álvar también regresó y lo hizo con un libro, Naufragios, escrito sobre su aventura. Ello le dio gran fama y el rey lo llamó a su presencia. Al cabo, le otorgaría el cargo de adelantado del Río de la Plata y su gobernación. Aquel sería su segundo viaje, y en su transcurso descubrió las cataratas de Iguazú.

Su defensa de los indígenas guaraníes frente a los atropellos de los capitanes allí establecidos acabó provocando que Cabeza de Vaca fuera apresado por estos y enviado a España con cargos en su contra.

Hubo de pelear por su inocencia, y, tras algún contratiempo, el nuevo rey Felipe II restableció su honor y le concedió alguna renta, pues de todo había salido pobre de solemnidad.

El Inca Garcilaso afirma que «murió en Valladolid, en 1559, apelando al Consejo de Indias, con el propósito de ver restablecido su honor y sus bienes, que le fueron confiscados cuando fue apresado en Asunción» y se le da por enterrado en el convento de Santa Isabel, en la calle Encarnación.

Pero otras fuentes apuntan a que, para entonces, Felipe II ya le había restituido la honra, levantado un destierro a Orán –adonde nunca fue– y dado una pequeña compensación económica.

Testimonios y anotaciones documentales señalan que profesó como monje –la palabra que más se repite en su libro Naufragios es «Dios», cerca de 200 veces– y que murió, puede que, como prior, en un convento de su Jerez natal en 1559, «manso, derrotado y solo».

Reconozco mi gran admiración por él. Seguí sus pasos de la mano de Miguel de la Quadra-Salcedo en el año 2000, en su Ruta Quetzal, y si hubiera que elegir entre todos los grandes protagonistas de la gigantesca epopeya americana, pensaría seguro en él.

De hecho, le dediqué una de mis novelas más queridas, Cabeza de Vaca, cuya portada fue expresamente realizada para ello por mi genial y generoso amigo Augusto Ferrer-Dalmau.

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas