
Así nació la orden más poderosa de la cristiandad
Cómo nacieron los templarios: de nueve caballeros en Jerusalén al dominio de Europa
Con el tiempo, el Gran Maestre de la Orden del Temple solo obedecerá ante el Papa, dejando de lado al patriarca de Jerusalén
A principios del siglo XII, en Jerusalén reinaba Balduino II, porque por entonces la ciudad estaba en manos cristianas y se había constituido lo que se conoce como el reino latino de Jerusalén. A la ciudad habían llegado comerciantes genoveses y venecianos, franceses y multitud de europeos, entre ellos monarcas como Sigurd de Noruega, que visitó el Santo Sepulcro en 1107. En este contexto, Balduino II recibe a dos caballeros anónimos que habían hecho un largo viaje desde la Champaña, en Francia. ¿Por qué habían hecho un viaje tan largo?
Uno de los caballeros fue Hugo de Payens, que había viajado desde Francia para ofrecer al rey la creación de una fraternidad, una hermandad de caballeros que tendría el único objetivo de guardar los caminos y proteger a los viajeros que procedían de todas las regiones de la cristiandad hasta las puertas de Jerusalén. No era nada nuevo, ya en 1099 Godofredo de Bouillon funda la Orden de caballería del Santo Sepulcro de Jerusalén, como guardianes del santo sepulcro.

Godofredo de Bouillon en un retrato en el castillo de
Pero como novedad, Hugo de Payens plantea que la orden que quiere crear esté formada por caballeros que se hagan monjes, adoptando las tres formas de vida monacal: la pobreza individual, obediencia al abad, y la castidad. Una petición contraria a lo que suponía ser caballero en la época. Una vez aprobado el proyecto por Balduino, Hugo comienza a organizar la nueva orden que adopta el nombre de Pauperes Milites Xcristi, es decir, Caballeros pobres de Cristo. Al principio solo son nueve caballeros, y tendrán su sede en la explanada del Templo, en las caballerizas del Rey Salomón. Desde entonces también se les conocerá como los Caballeros del Templo de Salomón.
De solo nueve al poder absoluto
Viendo que no va bien el reclutamiento en Tierra Santa, Hugo regresa a Francia y empieza a contactar con diferentes personalidades como San Bernardo de Claraval (fundador del Cister) y gran personaje de la época. Por fortuna, para la orden, a san Bernardo le agrada la idea y decide promocionarla de dos formas diferentes: redacta Alabanza de la Nueva Milicia, y decide integrar a los templarios en el Cister.
La Orden del Temple adopta entonces la advocación mariana y el hábito de color blanco porque son cistercienses. No hay que olvidar que son monjes guerreros. Además, adoptan la Regla de San Benito, lo que permite que el Papa apruebe, ahora sí, la fundación de los Templarios como orden. Desde entonces los reclutamientos se disparan, y en solo siete años el Gran Maestre regresa con 300 reclutas a Jerusalén. Reciben donaciones y encomiendas en Francia y después en toda Europa, que les generan unos recursos económicos impresionantes.
Así se convierten en monjes banqueros además de guerreros. Será la orden más poderosa del momento tanto en recursos financieros como militares, llegando a reunir en ciertos momentos hasta 3.000 caballeros en el campo de batalla. Sus miembros se convertirán en héroes cristianos, símbolo de eficacia, valentía e incluso los musulmanes mostrarán sus respetos.
Con el tiempo, el Gran Maestre de la Orden del Temple solo obedecerá ante el Papa, dejando de lado al patriarca de Jerusalén. Algunos monarcas europeos dependerán económicamente de los préstamos de estos monjes banqueros y su radio de acción irá más allá de los caminos que llevan a los peregrinos hasta Jerusalén.
La orden también protegerá los territorios pontificios, diversas fortalezas, y el puesto de dirección de la banca del papado estará ocupando por templarios durante siglos. Todo ello otorgó un gran patrimonio terrenal y espiritual a la Orden, pero también muchos enemigos.