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Turba sin Dios

Turba sin Dios, de Soria Aedo

Grandes gestas españolas

La gesta de 'Turba sin Dios', el cuadro condenado que desafió a la República

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A los aficionados al arte les deslumbrará el asomarse a la obra del granadino Francisco Soria Aedo. Hoy, está relegado de la memoria artística junto a otros excelsos pintores como Benedito, Chicharro, Covarsí o Sotomayor, cuyo 150 aniversario está pasando de puntillas ¿La razón? La alargada sombra de una trasnochada vanguardia convertida en dictadura oficial que ningunea a los creadores académicos del siglo XIX y XX. Y pocos como Soria han dominado los géneros con tanta brillantez: paisaje, retrato, mitología, bodegón, pintura costumbrista, religiosa, hasta taurina y orientalista, alcanzando en todos altas cotas de calidad. Y sobre ellos una única, espectacular y reveladora incursión en la pintura histórica. ¿ Su título? Turba sin Dios.

Autoretrato de Soria Aedo

Autoretrato de Soria Aedo

La obra cumbre de su carrera

Soria, nacido en Granada en 1898 y formado con el pintor López Mezquita, en plena trayectoria ascendente de su carrera pintaba en 1934 su obra cumbre. El cuadro exhibía una excelencia técnica difícil de igualar, pero el valor del lienzo radicaba no solo en sus extraordinarios atributos, sino en la brutal denuncia que iba implícita en el tema elegido. En testimonio de su hija Fernanda, la escena plasmaba un suceso acontecido en los convulsos días de la II República. En la puerta de una iglesia madrileña el artista contempló algo que le dejaría impactado: unas turbas descontroladas comenzaban a despedazar la valiosa escultura de un Cristo crucificado.

Se vio impotente y quedó consternado como católico, por lo que significaba de ataque a las creencias españolas y como artista, indignado por la destrucción patrimonial de la obra de arte. Por ello, se decidió a denunciar una situación que se había hecho frecuente. Y lo hacía con sus propias armas: los pinceles. No hubo otra razón, ni fue un encargo, ni una obra de la que pretendiera sacar provecho económico. Y no solo eso, una vez realizado el cuadro concurrió a la Exposición Nacional de Bellas Artes donde iba a ser contemplado y juzgado por el todo Madrid, incluido las autoridades republicanas que si no fueron instigadoras de la violencia iconoclasta, podríamos decir que sí se inhibían de condenarla. «Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano» llegó a decir el propio Azaña.

Turba sin Dios

Turba sin Dios

El cuadro en la Exposición Nacional

Pero pintar Turba sin Dios y presentarlo en público resultaba especialmente comprometido. No fue el único, una joven pintora gallega Julia Minguillón, también creyente, había desafiado tímidamente la laicización en la misma exposición nacional con un cuadro religioso: Jesús con Marta y María. Pero el de Soria, por ser tan explícito, se consideró una provocación. La polémica estaba servida, los compañeros que defendieron su obra pronto empezaron a recular temerosos de posibles represalias y, pese a lo gráfico y atinado del título, se le obligó a cambiarlo y dejarlo en un aséptico «Composición».

Jesús, Marta y María

Jesús, Marta y MaríaJulia Minguillón, 1934

Desde 1931 la situación político social había mutado en prerevolucionaria y las intermitentes quemas de conventos e iglesias en una España profundamente católica eran más que indicios de que la nación se vería abocada en breve a la fractura fratricida de la guerra civil.

Soria tenía 36 años y diez años atrás ya había conseguido la Segunda Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes y en 1929, la Primera Medalla de la Exposición Internacional de Barcelona.

Y pese a todo, en este certamen logró 19 votos. La joven Julia ganó una 3º medalla, pero a Soria injustamente no se atrevieron a premiarlo.

El cuadro, una bomba de relojería

A partir de este momento, el ambiente político y profesional del arte copado por la izquierda, puso al pintor en la diana. Intelectuales y artistas antifascistas escribieron un manifiesto contra él, considerándolo enemigo de la República. Había realizado retratos para la nobleza, y por ello, acusado de «monárquico», y tenía una especial relación con Íñigo de Arteaga, XVIII duque del Infantado que, atraído por su talento, se había convertido en su mecenas e incluso le había prestado los objetos sagrados que aparecen en el cuadro; un Crucificado, una custodia y la dalmática.

Mujeres, de Soria Aedo

Mujeres, de Soria Aedo

Condenado a muerte

Y para más inri, Soria Aedo había abordado temas religiosos y en un tiempo en el que solo llevar un crucifijo o ir a misa te ponía en peligro, el haber pintado Turba sin Dios podía derivar en una sentencia de muerte y de hecho, así sería. Algunas familias prefirieron destruir sus imágenes y objetos sagrados, para evitar detenciones en los registros. No olvidemos que en la España republicana y la retaguardia frentepopulista se perpetraría la mayor persecución de cristianos tras la época de Diocleciano.

Encarcelado en una checa

Soria Aedo también sufría por el cuadro en sí porque era toda una bomba de relojería. Ayudado por su maestro López Mezquita, también granadino, y su amigo Pedro Antonio en 1936 el lienzo salía de España rumbo a Nueva York. Una vez allí hizo una tournée por el norte y sur de América para exhibirse finalmente en el Museo de Arte Moderno de Sao Paulo en Brasil.

Poco después el artista fue detenido y encarcelado en una checa de la que pudo milagrosamente escapar y sabiéndose condenado a muerte le aconsejaron que saliese del país. Pero no quiso dejar atrás a su familia. No pudo cruzar a la zona sublevada, pero sí consiguió trasladarse a las afueras de Valencia donde algunos artistas republicanos le dieron protección.

Pedro Antonio y Soria Aedo

Pedro Antonio y Soria Aedo

Gestiones para la vuelta

Terminada la guerra civil, el artista localizaba a Pedro Antonio, afincado en Brasil e iniciaba gestiones infructuosas para repatriar el cuadro y moría en 1965 sin haberlo logrado. Su familia también trató de recuperarlo, pero Brasil hacía ofertas de compra y se resistía a devolverlo. Pero gracias a la mediación de un dominico, pudo volver a España en 1972. El MOMA también quiso adquirirlo, pero la familia, consciente de su valor artístico y emocional fue contundente: «no estamos dispuestos a perderlo de nuevo».

Una pintura de factura magistral. Análisis del lienzo

Turba sin Dios es una pintura al óleo de gran formato. Exactamente el artista despliega el cruel episodio en 7 metros cuadrados y con una docena de figuras. Narra cómo una turba destruye con saña, y un placer nada disimulado, la escultura de un gran Cristo crucificado. Cubierto con un paño de pureza blanco, la cabeza aparece coronada por las tres potencias símbolos de la divinidad trinitaria.

Soria deja vacío el primer término para integrar al espectador en la propia narración y posicionarlo en el mismo lugar en el que contempló la escena.

El eje del lienzo es la figura del Cristo iluminado que yace en el suelo y divide la composición en dos segmentos desiguales, lo que confiere desequilibrio y cierto desasosiego.

Mientras le prenden fuego por los pies, la masa le agrede y el artista muestra específicamente los objetos letales de los que se sirven: una cuerda, una piedra, una antorcha y unas tenazas. Elementos cotidianos que tornan en armas del delito. Una gran piedra para desfigurar la cabeza, la cuerda en el cuello del crucificado para tirar de ella y degollarlo, unas tenazas para descuartizar el cuerpo y una tea de fuego para rematar la destrucción con la quema y solo quedan cenizas.

La escena de la cuerda en 'Turba sin Dios'

La escena de la cuerda en 'Turba sin Dios'

Dos de los personajes alcanzan especial relieve, el que se dispone a machacarlo con una piedra al tiempo que pisa el cuerpo y el que le ata la soga al cuello, probablemente para arrastrarlo en escarniosa procesión. La organicidad postural y anatómica de ambos está perfectamente estudiada, recordando sólidas figuras del barroco y contrastan sus pieles aceitunadas con la lividez y blancura divina de Cristo.

En la izquierda, el punto cromático más cálido lo marca el agresor del que no vemos su rostro solo su cabeza con la frente vendada. Viste una dalmática de cromatismo brillante con magníficos bordados probablemente en oro y plata que acabará destrozada por el paseíllo. Un ejemplo de tantos ornamentos sagrados expoliados y destruidos para mofa y escarnio de los católicos.

Este segmento izquierdo aparece completado por una serie de figuras con expresiones desaforadas que nos retrotraen no solo a pintura clásica y a Goya, sino a sus contemporáneos expresionistas y a lo sombrío de Gutiérrez Solana. Uno de ellos porta una valiosa custodia que podría contener sagradas formas, lo que acentúa el carácter provocador.

Turba sin Dios

Una escena de 'Turba sin Dios'

En el lado derecho, vemos cómo una mujer también participa de la tortura y tira con fuerza de la soga con la que pretenden desmembrar a Jesús y por último la figura que porta la tea incendiada tal vez remate la alegre faena prendiendo fuego a las naves el templo.

Elisa Sáez escribió que todas las figuras son pintadas «cual sayones de la pasión»

Turba sin Dios, exhibe la maestría del artista en todos los ítems del arte más académico. Desde el dibujo preciso de las figuras a las que intenta darle más relieve, a una pintura de factura suelta hecha con masas de color que no pierden un ápice de eficacia. Una paleta vibrante. «El color es el motor de mi pintura», declaraba . No en vano fue catedrático de colorido en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de 1947 a 1965.

El paisaje también es muy suelto casi impresionista, al igual que las texturas por ejemplo de la piedra o las llamas que dejan constatar el pigmento.

En su estudio con amigos en 1934. Archivo Alejandro Aguilar

En su estudio con amigos en 1934. Archivo Alejandro Aguilar

La parte superior central nos deja ver un horizonte difuso. Sabemos que es Madrid ¿es un guiño al paisaje difuminado de los fusilamientos del 3 de Mayo? Siempre se dijo que su personaje central con camisa blanca y brazos en cruz era una prefiguración de Cristo. Sáez afirma que «Como las estampas de Goya de los 'Desastres de la Guerra', el cuadro refleja los bajos instintos que la guerra despierta en el pueblo». Pero a juicio de quien esto escribe hay una coincidencia formal pero en absoluto conceptual. Porque Turba sin Dios no habla ni denuncia la guerra, aquí no hay dos bandos que luchan, hay agresores que se ensañan ante una imagen religiosa.

¿Está Goya? Sí, por supuesto, pero el de las pinturas negras de la Quinta del sordo o incluso los aquelarres donde las figuras deformes se ven arrastradas por el desenfreno.

El lienzo resuelve dificultades solventadas de forma magistral que lo elevan a la cima de la pintura de su siglo. «Composición es mi mejor cuadro», declaraba Soria Aedo. Ni se atrevía a mencionar el título original.

Bárbaros!

Guernica versus 'Turba sin Dios'

La pintura de Historia vivió una época dorada en el XIX, en el XX se abandonó y hoy en el XXI ha resurgido de la mano de Ferrer-Dalmau, el pintor de Batallas. Turba sin Dios, el Guernica y El Desembarco de Alhucemas de Moreno Carbonero, probablemente sean casi los únicos grandes cuadros de historia del siglo XX. Curiosamente no lo fueron entonces, pero ahora sí lo son.

Sáez une el Guernica de Picasso con Turba sin Dios como ejemplos de la violencia ejercida en ambos bandos. Vuelve a errar. El magnificado bombardeo de Guernica fue una acción de guerra, hoy se sabe que algo mayor que el de Cabra y menor que el de Oviedo, pero tuvo lugar en pleno conflicto bélico. En el de Soria, la guerra no había empezado y expone la injusticia de la violencia anticlerical que se había disparado contra la iglesia y los católicos sin ninguna provocación.

Desde el punto de vista formal también hay diferencias y no solo estilísticas. Un cuadro de historia tiene que mostrar elementos inequívocos del capítulo que narra, fisonomías, objetos, paisajes, y en el caso de la pintura militar completarlo con armas, uniformes, banderas… Pero si el de Picasso no se llamara Guernica nadie sabría lo que significa y hay que recurrir a fantasiosas interpretaciones (hay incluso una teoría que afirma que representa la muerte de Sánchez Mejías y que Picasso cambiándole el título se lo vendió caro a su admirada república). El de Soria es lo que es, tal cual aconteció, sin trampa ni cartón.

Incendio de la Compañía de Jesús en La Gran Vía

Incendio de la Compañía de Jesús en La Gran Vía

La repatriación

Pero las dos obras tardarían en repatriarse. La familia de Picasso había dispuesto que permaneciera en el MOMA de Nueva York hasta la llegada de la democracia y el Gobierno brasileño, emulando al Guernica, denegó la salida de Turba sin Dios alegando lo mismo. El Guernica era sí o sí propiedad del Estado español, en ningún caso de la familia y el de Soria, de sus herederos, argumentos de peso para su devolución… si el régimen hubiera querido reclamarlos.

Pocos adivinarían las razones. Aunque cueste creerlo el franquismo acercándose a los 50 se volcó en las vanguardias, incluso vendió la imagen Picasso como símbolo de españolidad. Y Turba sin Dios era un cuadro académico. Pero el quid está en que, aunque se reitera que el bando vencedor fue apologético en cuanto a la denostación de sus enemigos, suele olvidarse que apostó con firmeza por una política de reconciliación entre españoles. No convenía en aras de la concordia recordar los luctuosos sucesos anticatólicos ni en el caso de Guernica los episodios bélicos. Al fin, ambos lienzos regresaron a España con pocos años de diferencia. 1973- 1981.

Milicianos con casullas y símbolos religiosos

Milicianos con casullas y símbolos religiosos

El cuadro sale a la luz

Desde entonces hasta hoy, mientras el Guernica se ha consagrado como un totem Turba sin Dios sólo se ha expuesto en dos ocasiones: en la exposición Nacional de Bellas Artes de 1934 y en el Centro Artístico y Literario de Granada. Y en las últimas décadas, salvo un trabajo de Elisa Sáez, fuente junto a la familia de estas líneas, nadie habló del espectacular lienzo. Ni Wikipedia ni las páginas dedicadas a la obra de Soria lo nombran. Pero el historiador Adolfo Gandarillas lo proyectaba en fechas muy recientes en un programa de la televisión sevillana 7TV. Con él ilustraba el tema de la destrucción de arte sacro que asoló Sevilla, una de las urbes que vivieron de forma más virulenta la barbarie iconoclasta.

Capilla San José de Sevilla antes de ser saqueada

Capilla San José de Sevilla antes de ser saqueada

Y, al igual que el cuadro, no sucedió precisamente en la guerra, sino en la República, ya que allí la guerra apenas duraría unas horas por la rápida victoria rebelde —tan sorprendente como inesperada— por ser conocida como Sevilla la roja. Gracias a la difusión de Gandarillas en las redes sociales, el cuadro desconocido para muchos alcanzó cierta notoriedad y por primera vez se publican unas líneas que sacan a la luz su oscura y valiente historia.

Saqueos y escarnios en Sevilla La Roja

Saqueos y escarnios en Sevilla La Roja

'Damnatio memoriae'

Por sus dimensiones, excelencia técnica y valor testimonial, el cuadro hoy —sí o sí— debería colgar de un museo nacional, pero pocos organismos se atreven no solo a adquirirlo, ni siquiera a exponerlo por temor a la reacción de cierta opinión pública que tiende a dar una imagen idílica el periodo republicano. Los galeristas e historiadores del arte que han visto el lienzo coinciden en su extraordinaria calidad. Pero la mayoría han alegado que «no es el momento de sacarlo a la luz». La razón está clara: es un cuadro políticamente incorrecto para los tiempos que corren porque deja en evidencia una realidad incómoda que se intenta sepultar.

Y precisamente por ello, el lienzo se convierte en un valioso testigo iconográfico de un tiempo en el que se atacaron los símbolos más sagrados. Y en el que Soria Aedo un gran artista, sabiendo que se jugaba la vida, lo quiso contar. Una damnatio memoriae o condena de la memoria en la que masas adoctrinadas pretendieron eliminar todo vestigio religioso de la sociedad y de la historia de España. Turba sin Dios fue pintada con corazón y valentía, fraguando una narración sublime en la que el artista volcó lo más excelso de su talento. Y por tanto, lo acontecido, quedó catapultado hacia la eternidad, el valor más sublime de la obra de arte.

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