Alumnos en un aula de la Universidad de Salamanca, siglo XVII
Vitoria, Suárez y Mariana: los frailes de la Escuela de Salamanca que desafiaron al poder en el siglo XVI
Eran fundamentalmente teólogos y moralistas, pero no se trataba de estudiosos alejados de las realidades mundanas. Sus reflexiones pretendían afrontar los problemas sociales y morales de su tiempo
Solemos enorgullecernos, con razón, de las decisivas aportaciones que nuestros antepasados realizaron al acervo universal en campos como el arte, la religión, el derecho, la navegación, la literatura, los descubrimientos, la diplomacia o la guerra. Sin embargo, no sucede lo mismo en otros ámbitos donde las contribuciones fueron igualmente importantes, como la filosofía, la ciencia o la economía.
Estas aportaciones se originaron en el dinámico y creativo ambiente de las prodigiosas universidades castellanas del siglo XVI, fundamentalmente Alcalá, Valladolid y Salamanca: templos del saber en los que enseñaron e investigaron hombres como Vitoria, Domingo de Soto, Covarrubias, Mariana y Suárez, entre muchos otros. Este grupo de eminencias intelectuales ha venido a denominarse «Escuela de Salamanca».
Eran fundamentalmente teólogos y moralistas, pero no se trataba de estudiosos alejados de las realidades mundanas. Sus reflexiones pretendían afrontar los problemas sociales y morales de su tiempo. No les eran ajenas cuestiones como la paz, la pobreza, el trato a los indios, la esclavitud o la inflación. Se apoyaban en una constante y atenta observación de la realidad. Conspicuamente empíricos, rechazaban lo que no era coherente con los hechos que podían observar.
Tenían una sólida base antropológica: el humanismo cristiano asentado en el mandato evangélico de «amar al prójimo como a sí mismo», que implica reconocer la dignidad de cada ser humano. La coherencia entre el realismo y la antropología cristiana los condujo a grandes construcciones morales e intelectuales. Por ejemplo, el derecho de gentes se basó en la observación de la realidad de la pobreza. Los pobres, y los demás hombres, tenían derecho a viajar por el mundo entero para mejorar su destino y debían ser tratados como corresponde a su dignidad.
Su inteligencia, su amor a la justicia y su rigor intelectual los hicieron muy influyentes en la sociedad del siglo XVI. Pero su insobornable independencia de criterio los hizo incómodos para el poder, con el que tuvieron importantes confrontaciones. Vamos a recordar algunas.
Francisco de Vitoria por Daniel Vázquez Diaz, 1957
Empecemos por Francisco de Vitoria. El dominico se escandalizó de las guerras permanentes entre los reyes cristianos, especialmente entre los de Francia y España. Las condenó sin paliativos. Pero su aportación más conflictiva fue su rechazo a esgrimir las bulas del pontífice Alejandro VI, que otorgaban las Indias a la Corona de Castilla, como título de propiedad indiscutible.
Vitoria consideraba este un «falso título» que había permitido justificar el injusto expolio de los indígenas. Estas opiniones llevaron al rey Carlos a dictar una orden a la Universidad de Salamanca por la que se pedía al rector que impusiese el silencio al «díscolo» fraile.
La orden tuvo poco éxito. En 1550 se produjo un hecho sin precedentes: Vitoria convenció al emperador de que las tierras descubiertas tenían legítimos propietarios y que esta propiedad debía ser respetada. Tal como ya había dispuesto la reina Isabel, todos los habitantes de aquellas tierras eran súbditos de la Corona y, por tanto, con los mismos derechos y obligaciones. Por ello, no podían ser de ningún modo esclavizados. Así fue como sucedió un hecho único en la historia de la humanidad.
Francisco Suárez
Otro reflejo de esta base antropológica es la filosofía política de Suárez. Este defendió la idea de que la autoridad política procede de Dios, pero que emana del pueblo, un concepto revolucionario para la época. La consecuencia fue también revolucionaria: el gobierno carece de legitimidad si no respeta los derechos naturales de los individuos. Este enfoque fue muy influyente. Sentó las bases para la búsqueda del equilibrio entre poder y justicia en las sociedades.
Suárez encontró una fuerte oposición. Los censores se cernieron ominosos sobre sus escritos, haciéndole muy difícil la vida. Encontró protección en Felipe II, que le pidió que enseñase en la Universidad de Coimbra. Probablemente influyó en la decisión del rey Prudente de convocar un referéndum en Filipinas para consultar a los nativos sobre su pertenencia al Imperio español. No encontró la misma tolerancia en su sucesor, Felipe III. El duque de Lerma, valido del monarca, consiguió que se prohibiera una parte significativa de sus obras.
Juan de Mariana
Peor le fue al padre Mariana. Sus opiniones sobre el poder del rey, que ha de subordinarse, como cualquier vasallo, a la ley moral y al bien del Estado, no fueron bien recibidas por los gobernantes españoles. Sin embargo, fueron muy influyentes en el resto de Europa. Su justificación del tiranicidio provocó que su obra De rege et regis institutione fuese quemada públicamente en la catedral de París. Su influencia perduró hasta la Revolución francesa, hasta tal punto que los revolucionarios fueron llamados «marianistas» por sus enemigos.
Su Tratado contra la mutación de la moneda de vellón provocó las iras del irascible duque de Lerma. La denuncia de que rebajar el peso y la ley de la moneda, conservando su valor nominal, constituía un «robo a los pobres» y una arbitrariedad jurídica le costó un severo proceso y al menos un año y medio de cárcel. Nunca se retractó de sus afirmaciones.