Fundado en 1910
Los Reyes Católicos bajo un dosel

Los Reyes Católicos bajo un doselMuseo del Prado

La boda secreta de Isabel y Fernando que unió Castilla y Aragón con una bula papal falsificada

La boda secreta entre Isabel y Fernando desafió a un rey, a un papa y a las reglas del poder. Así nació la alianza que cambiaría la historia de España y del mundo

La conocida frase «la realidad supera a la ficción» está muchas veces más que justificada. Ese fue el caso del romance secreto y la boda clandestina de un rey de Sicilia y una princesa de Asturias, y ese sorprendente matrimonio, que parecería sacado de una película medieval hollywoodiense, es también la historia de cómo dos pequeños reinos de la parte más occidental del continente europeo llegarán a conformar el primer imperio global del planeta.

Todo comenzó cuando Enrique IV de Castilla, rey apodado despectivamente «el Impotente», a la muerte de su hermano Alfonso, acordó con su hermana Isabel, mediante el Tratado de Toros de Guisando, que esta fuese su sucesora y no su supuesta hija Juana, también apodada despectivamente «la Beltraneja» por el válido real, Beltrán de la Cueva, de quien se decía que era el padre biológico.

A cambio, Enrique se reservaba el derecho de acordar el matrimonio de la princesa Isabel y, en consecuencia, inicia negociaciones con Alfonso V de Portugal. Este Alfonso era un monarca viudo, erudito, bien plantado y barbado (a la moda de la época), y con una decidida política expansiva por África. En principio, parecía una alianza lógica, excepto por un importante detalle: había tenido un vástago con su primera esposa que debería heredar el trono de Portugal, el futuro Juan II, lo que suponía un grave obstáculo para una eventual unión dinástica.

Isabel, por su parte, aunque apenas contaba entonces con 17 años, ya daba muestras de una clara ambición y un fortísimo carácter. No disimulaba que pretendía ser la legítima heredera al trono castellano, pero no estaba dispuesta a contraer matrimonio con alguien que ya contase con un heredero y que, además, le doblase en edad (asunto este importante si se tiene en cuenta que la esperanza de vida en el siglo XV era especialmente baja).

En consecuencia, buscó por su cuenta a un candidato de su edad y de su agrado y, siguiendo el consejo del arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo de Acuña, contactó con el heredero aragonés que, aunque meses menor que ella, era de edad similar. Además, de Fernando le habían dicho que era bien parecido y que, pese a su juventud, ya había participado en batallas durante la guerra civil catalana y que estaba muy interesado en los asuntos de administración y de Estado.

Efectivamente, Fernando derrotó en la batalla de Calaf al condestable Pedro de Portugal, quien murió por las heridas recibidas. En realidad, con 13 años había asistido a la lucha como convidado de piedra, y habían sido sus generales los que le habían conseguido la victoria. Sin embargo, ya con 15 años tuvo que emplearse a fondo en la batalla de Vilademat, en donde sus tropas fueron derrotadas y él mismo salvó la vida de milagro.

Por otra parte, su padre, Juan II de Aragón, buscaba una alianza con la poderosa Castilla que supusiese un apoyo contra su enemigo francés, por lo que también presionó para que se celebrase la boda y, de hecho, cedió a su hijo la corona siciliana en 1468, para que, además de ser heredero aragonés, fuese rey de Sicilia, lo que reforzaría su candidatura.

Manifestación del rey Enrique IV de Castilla al pueblo segoviano. El Rey de Castilla entra en Segovia en compañía de su hermanastra Isabel

Manifestación del rey Enrique IV de Castilla al pueblo segoviano. El Rey de Castilla entra en Segovia en compañía de su hermanastra IsabelMuseo del Prado

No obstante, este enlace planteaba, a priori, dos problemas insalvables. En primer lugar, según el acuerdo de Toros de Guisando, Enrique IV era quien debería proponer el novio, y su candidato era Alfonso de Portugal. Pero, por si eso no fuese poco, Fernando e Isabel estaban emparentados, y como primos en cuarto grado deberían obtener una bula papal que permitiese el matrimonio católico. Aunque se sondeó al Papa Paulo II, este, para no enemistarse con los reyes de Castilla y de Portugal, se negó tajantemente a concederles la citada bula.

Así las cosas, y en esos arranques tan propios de los adolescentes, deciden ponerse al mundo por montera y planifican una boda clandestina. De esta manera, Fernando parte de Zaragoza, con la escolta y el boato debidos al heredero al trono de Aragón, en dirección a Barcelona, pero esa comitiva cambia el trayecto y desaparece en algún punto de la frontera de los dos reinos vecinos, como si se la hubiese tragado la tierra.

Al mismo tiempo entra en Castilla un joven y apuesto mozo de mulas con una recua de animales conducidos por otras seis personas. De esa manera pretenden burlar a Enrique IV, quien ya había expresado su negativa a aceptar al rey de Sicilia como «cuñadastro».

Los tratantes de mulas mantienen el trayecto por los caminos establecidos, se detienen en posadas populares y consiguen pasar desapercibidos. Posteriormente, a esta peculiar comitiva se le sumarán dos castellanos: el cronista Alfonso de Palencia y el maestresala Gutierre de Cárdenas, ambos importantes protagonistas en la negociación del matrimonio.

Los muleros pasan por Ariza, Monteagudo, Verdejo, Gómara y El Burgo de Osma. Allí los castellanos se separan y se adelantan hacia Valladolid para alertar de la llegada del pretendiente aragonés. El grupo principal aún hizo jornada en Gumiel y el 9 de octubre de 1469 la comitiva de arrieros cruza el desaparecido puente mayor de Dueñas y se alojan en el palacio de Pedro de Acuña, conde de Buendía y hermano del arzobispo de Toledo.

Siete días antes de la boda, por fin se conocen los dos jóvenes en el palacio vallisoletano de los Vivero. No existen crónicas sobre el encuentro y, por tanto, no se puede saber a ciencia cierta si hubo flechazo inicial. Sí se sabe que estuvieron dos horas de parloteo ininterrumpido, lo cual sería un dato que reforzaría la existencia de una cierta química entre ambos. Hay que tener en cuenta que Fernando, pese a su juventud, ya estaba bragado en intrigas palaciegas, sangrientas batallas y lances de alcoba.

De hecho, el año anterior había tenido un hijo bastardo con la vizcondesa de Ébol, Alonso de Aragón, quien llegaría a ser arzobispo de Zaragoza. Por su parte, Isabel era una hermosa joven, de bonita melena rubia, tez muy blanca y ojos claros, que poseía una vasta cultura y una esmerada educación, además de un carácter y una determinación sorprendentes.

Pero en este punto hay que referirse al segundo gran impedimento: la falta de bula. Y si recorrer disfrazado media Castilla, saltándose la prohibición real, nos puede parecer un acto de audacia, el siguiente no lo fue menos. Simplemente falsificaron una bula. Ya que al no conseguir la bendición de Paulo II, optaron por atribuírsela a uno que ya estaba muerto, de tal manera que sobornaron a Antonio Jacobo de Véneris, nuncio apostólico, para que fabricara una bula firmada por Pío II, el pontífice que había muerto cinco años atrás y que, supuestamente, permitía el matrimonio entre primos hasta el tercer grado.

Eso sí, una vez la boda se hizo pública, tanto el papa como el monarca castellano entraron en cólera. El primero los excomulgó y el segundo, dando por roto el acuerdo de Guisando, nombró a Juana heredera de la corona de Castilla. El primer problema lo solucionaron consiguiendo una bula a través del cardenal Borgia, el futuro Papa Alejandro VI (típico amaño de dispensa papal por prebendas para la familia Borgia), y el segundo les costó una guerra civil castellana de la que, afortunadamente para la impetuosa pareja y gracias al apoyo aragonés, salieron victoriosos.

Por último, dos apuntes finales. En primer lugar, hay que señalar que la boda había sido profetizada. Esta profecía fue recogida por Jeroni Torrella en su De imaginibus astrologicis, en donde hace referencia a un ermitaño de Constantinopla que, en 1455, anunció que un monarca del Mediterráneo se casará con «una pariente consanguínea», conquistará Granada y su descendiente accederá al trono imperial.

Retrato de Isabel y Fernando

Retrato de Isabel y FernandoINAH-Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec

Hay que decir que las dos primeras predicciones podían resultar obvias, ya que, por un lado, eran raros en la época los matrimonios reales en los que no hubiese algún grado de parentesco y, por otra, también era previsible que continuase la inercia reconquistadora hasta expulsar al islam de la península ibérica. En cuanto al trono imperial, no accedió su descendiente, Juana, sino sus nietos Carlos y Fernando, por este orden. Aunque hay que reconocer que esto, en 1455, ya era mucho más difícil de prever.

Último apunte. Aunque el matrimonio tuvo sus altibajos, fundamentalmente debido a algunas infidelidades de Fernando, las pocas cartas personales que se conservan muestran el gran amor que ambos se profesaban, y se sabe que, cuando estaban separados, los dos esperaban con gran impaciencia esas cartas, que no ahorraban palabras de cariño e incluso de pasión. Esa estrecha relación facilitó, sin duda, el encaje de los dos reinos, entonces tan distintos, y puso las bases del gran imperio que sus descendientes gobernarían los siguientes trescientos años.

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas