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Acuarela muestra un galeón castellano y un galeón holandés del siglo XVII. (Museo Naval)

Acuarela muestra un galeón castellano y un galeón holandés del siglo XVII. (Museo Naval)

Carlos de Ibarra, el marino que venció tres veces a una escuadra holandesa: «Al amanecer ya no se les vio más»

Cuando el enemigo estuvo lo bastante cerca, una devastadora andanada de cañones, mosquetes y arcabuces «barrió la cubierta holandesa, causando tal daño que, cortando arpeos y cabos», los enemigos desistieron del abordaje y decidieron retirarse

La historia naval española está repleta de marinos que demostraron su valor en el mar, pero no todos han recibido el reconocimiento que se merecen. Carlos de Ibarra fue uno de ellos. Su hazaña, frustrar los planes de una escuadra holandesa que pretendía apoderarse del tesoro americano.

En pleno siglo XVII, las Flotas de Indias transportaban desde el Nuevo Mundo hacia la Península cargamentos de oro y plata procedentes de América y porcelanas y sedas chinas originarias de Filipinas. Aquellos convoyes eran el objetivo habitual de piratas y corsarios, especialmente ingleses y holandeses, entonces en guerra con España.

En 1638, los holandeses organizaron una flota de 24 buques bajo el mando de Cornelius Jol, apodado «Pata de Palo» tras perder una pierna en combate. Su plan consistía en interceptar las Flotas españolas cerca de La Habana, donde se reunían habitualmente las expediciones de Nueva España y Tierra Firme antes de cruzar el Atlántico.

Según explica Agustín R. Rodríguez, doctor en Historia en su artículo titulado Los combates de Cabañas agosto-septiembre de 1638, los holandeses distribuyeron sus buques para hacerse pasar por «vulgares corsarios» y despistar a los españoles para poder «vigilar mejor todas las posibles rutas».

Aunque se logró avisar a Veracruz del peligro, Cartagena no recibió la advertencia a tiempo y la Flota de Tierra Firme zarpó confiada, sin saber que navegaba hacia una emboscada. Al mando de aquella agrupación de siete galeones estaba Carlos de Ibarra, natural de Eibar (Guipúzcoa) y veterano en la conducción de Flotas.

En el artículo, Rodríguez apunta que Ibarra adoptó precauciones tácticas al sospechar la presencia de enemigos, pero la magnitud de la amenaza superaba sus cálculos: la noche del 30 de agosto de 1638, la flota española avistó 17 buques enemigos, que al amanecer abrieron fuego.

Interpretación del pirata holandés Cornelis Jol, tal y como aparece representado en el Museo Puerta de Tierra de Campeche, México

Interpretación del pirata holandés Cornelius Jol, tal y como aparece representado en el Museo Puerta de Tierra de Campeche, México

«Fiados de su superioridad, los holandeses se lanzaron al abordaje –táctica en la que tenían una proverbial destreza sus enemigos–, acometiendo dos y tres barcos a cada uno de los españoles, que mientras habían formado en línea protegiendo en lo posible a los pequeños mercantes», explica el también académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

Aprovechando esa superioridad, la capitana holandesa —un gran galeón armado con 54 cañones— se lanzó, seguida de otros tres navíos, al ataque contra el barco de Ibarra, consiguiendo acercarse hasta tal punto que su bauprés se enredó entre los aparejos del trinquete del galeón español. Así, los holandeses se agolparon en la cubierta, listos para abordar.

Pero Ibarra, «siguiendo la mejor táctica española» —advierte el historiador—, había ordenado no abrir fuego hasta el último momento. De manera que, cuando el enemigo estuvo lo bastante cerca, una devastadora andanada de cañones, mosquetes y arcabuces «barrió la cubierta holandesa, causando tal daño que, cortando arpeos y cabos», los enemigos desistieron del abordaje y decidieron retirarse, optando por combatir desde lejos.

Pero en aquel intercambio de fuego, el galeón español también sufrió muchos daños: varios impactos cerca de la línea de flotación, incendios menores rápidamente apagados, 25 muertos y 50 heridos, entre ellos el propio Ibarra que fue herido en el brazo, la cara y la pierna al arrojar al mar una granada enemiga que había caído a bordo. Aun así, «no abandonó en ningún momento su puesto de lucha», subraya el académico.

Barcos holandeses embistiendo galeras españolas frente a la costa inglesa, 3 de octubre de 1602

Barcos holandeses embistiendo galeras españolas frente a la costa inglesa, 3 de octubre de 1602

Asimismo, la almiranta española, que se enfrentó al vicealmirante holandés y a dos de sus barcos, quedó sin bauprés ni trinquete, con 16 muertos, 32 heridos y su comandante, don Bartolomé de la Riva, muerto en combate. El almirante Ursúa también fue herido en un brazo. Después de seis horas de fuego, ninguno de los dos bandos logró una ventaja clara y ambos se separaron.

Según el padre Laínez, testigo del combate, «el enemigo se retiró a una legua, abatió bandera y llamó a consejo». Mientras los holandeses descansaban, los españoles aprovecharon para arreglar velas y jarcias. Dos horas más tarde, los enemigos regresaron al ataque, aunque con mucho menos ímpetu: «Su ánimo se había quebrado tras el durísimo rechazo inicial», comenta el historiador.

En este segundo choque solo participaron once de los diecisiete barcos holandeses, y lo hicieron sin convicción. Las dos flotas permanecieron frente a frente varios días, hasta que el 3 de septiembre los holandeses atacaron de nuevo, ahora con trece barcos contra los siete galeones, dos mercantes y un patache españoles. Habiéndose frustrado su primer intento, esta vez evitaron el abordaje y se limitaron a un duelo artillero a media distancia, donde tenían ventaja en número y entrenamiento.

«En esta ocasión llevó el peso del combate el ‘Carmen’, cuyo comandante, Sancho de Urdanibia, ordenó izar por capricho dos gallardetes y sus enemigos le tomaron por buque insignia», recoge el experto en Historia Naval. Aunque sufrió graves daños al estar un poco separado de la formación, los holandeses volvieron a retirarse.

La flota española, agotada y con los barcos averiados, celebró un consejo de guerra. Algunos oficiales proponían ir a Veracruz; otros, como Ibarra, preferían dirigirse a La Habana atravesando las líneas enemigas. Pero cuando vieron que los holandeses recibían refuerzos hasta alcanzar 24 buques, decidieron finalmente poner rumbo a Veracruz, según se puede leer en Los combates de Cabañas agosto-septiembre de 1638.

Pese a su superioridad, «el enemigo había perdido toda voluntad de lucha y Jol se vio incapaz, ni con órdenes ni con amenazas, de hacerlos volver al combate por tercera vez, perdiendo así lo que parecía una magnífica oportunidad», describe el historiador. Lo cierto es que habían sufrido grandes daños y más de 50 muertos y 150 heridos solo en la primera batalla, incluidos su vicealmirante Abraham Rosendal y el contralmirante Jan Mast. En la segunda, murió también el comandante Jan Verdist.

Con ello, aunque contaban con más del doble de barcos, los holandeses rehusaron pelear otra vez, incluso cuando el propio Ibarra los desafió deteniendo su escuadra y encendiendo los fanales por la noche para mostrar su posición. Él mismo escribiría lo siguiente: «El cinco de septiembre por la tarde apareció la escuadra enemiga con veinticuatro velas al barlovento. Esa noche encendimos faroles para que supieran dónde estábamos, por si querían volver al combate. Al amanecer, ya no se les vio más».

Sin más peligro, y solo con algunos corsarios que huyeron al verlos, la flota española llegó a Veracruz el 22 de septiembre. Allí pasaron el invierno y, al año siguiente, unida a la flota de Tierra Firme, partieron rumbo a Cádiz, donde arribaron sin problema en julio de 1639 con el oro, la plata y las mercancías acumulados de dos años antes.

La gesta de la flota capitaneada por Carlos de Ibarra, aunque desconocida, recuerda que «incluso en caso de gran inferioridad numérica los galeones españoles eran enemigos formidables», sentencia Rodríguez. Los combates de Cabañas no solo muestran la técnica y destreza de los marinos españoles, sino, sobre todo, «la bizarra tenacidad de los galeones españoles, que, tras rechazar por dos veces fuerzas dobles, siguieron impertérritos su navegación, incluso retando al desalentado enemigo», reflexiona el experto en Historia Naval.

La historia de España está repleta de figuras que, como Ibarra —según indica Rodríguez—, consideraron que «resistir era vencer», obteniendo así «el premio que merecieron su capacidad para el mando y su valor personal».

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