Dibujo que representa a Polícrates de Samos
Picotazos de Historia
La muerte de Polícrates: el turbio asunto en el que ni Heródoto se atrevió a entrar en detalles
Desde luego Heródoto evita decir la manera exacta en que murió, por considerarse que los detalles desagradables debían de evitarse por ser de mal gusto
En el anterior artículo les hablé a ustedes del tirano de la isla de Samos, Polícrates se llamaba, y de cómo Heródoto, en el tercer libro de sus Historias, nos relata que era tan afortunado en todo cuanto emprendía que el faraón de Egipto le escribió preocupado.
Polícrates se desprendió de su más preciada posesión para experimentar el dolor y la perdida, exorcizando así a la desgracia, pero el destino no puede ser evitado y lo comprobó al encontrar el anillo dentro de un pez que le regalaron.
Ocurrió, después del incidente del pez, que el sátrapa (gobernador) de la provincia de Lidia, cuya capital era la ciudad de Sardes –de nombre Oretes– decidió incorporar la isla de Samos a su gobernación. Vamos, que fuera absorbida por el imperio persa.
Sabedor de que Polícrates desconfiaría de cualquier propuesta que se le hiciera y de que su poder marítimo era hegemónico en el mar Egeo oriental mientras que Persia era una potencia terrestre, ideó un engaño. Le envió un mensaje oculto por medio de un criado, dando así a entender que era una comunicación no oficial, privada y confidencial.
En el mensaje Oretes exponía al tirano como las maquinaciones de sus enemigos en la corte de Cambises II habían hecho que él cayera en desgracia ante su señor y ahora estuviera temeroso por su vida. Sabía que él (Polícrates) estaba destinado a realizar grandes cosas, pero que estaba falto de medios para llevar a cabo sus planes. Así le proponía que le ayudara a ponerse lejos del alcance de Cambises.
Que le ayudara a huir y a trasladar los tesoros que había reunido como gobernador de una de las más ricas provincias del imperio persa. Si así lo hacía, él (Oretes) compartiría su tesoro con Polícrates y este podría aumentar su flota y acabar controlando todo el mar Egeo.
Polícrates no se fio del mensaje por lo que envió un criado de confianza para comprobar lo que Orestes le decía. El criado se reunió con Oretes en la ciudad de Magnesia, que era la capital militar de la satrapía (la administrativa era Sardes). El criado fue engañado por Oretes, quien le enseñó cajas y cajas cargadas de oro, aunque solo había un poco por encima, estando las cajas llenas de plomo.
Tras mostrar su tesoro Oretes exigió que las conversaciones se llevaran a cabo personalmente entre Polícrates y él, ya que se estaba jugando morir de una manera terrible a manos de Cambises. El criado, una vez estuvo de vuelta, explicó que debía reunirse con Oretes en algún punto de la costa.
El que Polícrates accediera a encontrarse con Oretes en su propia satrapía nos prueba lo acertado del cebo y el argumento de Oretes: Polícrates anhelaba ese oro que le permitiría construir una gran flota. En ese momento contaba con cien pantecónteras, que era una galera de cincuenta remeros antecesora de las birremes y trirremes.
Con el oro de Oretes podría duplicar esa cifra y dominar el mar Egeo y el de Creta hasta Egipto todo el Mediterráneo oriental estaría controlado por las naves de Samos.
Todos los amigos y consejeros de Polícrates se mostraron contrarios a que viajara hasta la Lidia para reunirse con el sátrapa. La más contraria y la más insistente fue una de las hijas del tirano de Samos, cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros.
Esta hija se postró ante su padre y le rogó que abandonara la idea de viajar. Contó que había tenido un sueño muy vívido. En este le veía colgando entre el cielo y la tierra, suspendido en el aíre, y el cuerpo de Polícrates era lavado por Zeus y ungido por el Sol.
Polícrates ignoró los avisos. De hecho, el aviso de su hija le sentó como una patada ya que amenazó con dejarla para vestir santos (esto es, sin casar). Hecho esto, mandó aparejar una de su pentacónteras y partió para reunirse con Oretes.
En este punto Heródoto nos presenta el caso del sueño profético que es ignorado por aquella persona que no puede escapar de su destino.
Polícrates fue capturado por las tropas de Oretes y enviado a la ciudad Magnesia, donde fue ejecutado. Muy probablemente fue desollado vivo, delicada técnica de ejecución que era utilizada por los persas. Desde luego Heródoto evita decir la manera exacta en que murió, por considerarse que los detalles desagradables debían de evitarse por ser de mal gusto.
El hecho es que mataron a Polícrates y crucificaron su cuerpo para que quedara expuesto a la vista de todos. Así el sueño de la hija de Polícrates se vio cumplido, pues quedó suspendido en el aíre, el sol ungió con sus rayos y Zeus lo lavó con el agua de la lluvia que sobre el cadáver cayó. Y es que el dios era representado por los fenómenos naturales: trueno, rayo, lluvia, etcétera.
Por supuesto aquí no acaba la historia –¡menudo era Heródoto!– ya que el destino puso en marcha a las Eripias, que eran las deidades o potencias cuya misión era la venganza por los crímenes contra la familia. En este caso funcionaron de maravilla ya que Cambises II había fallecido poco antes de la muerte de Polícrates –uno en el 523 y el otro en el 522 a.C. – y su lugar fue usurpado por un mago medo de nombre Gaumata.
Este se hizo pasar por Esmeris, hermano menor de Cambises que había muerto, y durante unos meses detentó el gobierno. La superchería sería descubierta y sucedió como rey de los persas Darío I, que discretamente mandó ejecuta al usurpador y a cuantos le apoyaron.
Entre los que fueron asesinados por orden de Darío el Grande estaba Oretes. Al parecer había sido demasiado renuente a prestar servicio a Darío contra Gaumata y su aportación a la leva había sido mezquina.
Así de entretenidas que son las historias de Heródoto.