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Antonio Pérez Henares
Historias de la historiaAntonio Pérez Henares

Sebastián de Benalcázar, el analfabeto y duro capitán de Pizarro que conquistó Quito y buscó El Dorado

Benalcázar se dedicó entonces a fundar la ciudad de Quito, repartiendo tierras entre los castellanos, formando el cabildo y buscando un puerto de apoyo

Act. 05 dic. 2025 - 11:26

Detalle del retrato de Sebastián de Benalcázar por Juan Amills, s.XIX

Detalle del retrato de Sebastián de Benalcázar por Juan Amills, s.XIXReal Academia de la Historia

Al primero a quien oí su nombre fue al catedrático de historia, el peruano José Antonio del Busto Duthurburu, la mayor autoridad mundial en Francisco de Pizarro. Fue aquel día en que, in situ pero casi cinco siglos después, me relató la trascendental batalla de Cajamarca. Me habló también de Sebastián Moyano de Benalcázar, que se quitó el Moyano y conservó solo el patronímico del pueblo de la sierra cordobesa de Los Pedroches, donde había nacido hacia 1490. Fue, junto a Fernando de Soto, uno de los capitanes que lideró el ataque de la caballería que sembró el pánico entre los indígenas y volcó la suerte del Inca y de Pizarro.

Cuando llegó a Cajamarca, Sebastián tenía mucha 'mili' en las costillas, casi tanta como Pizarro, que era aún más viejo y con más heridas, y al que conocía desde hacía años. No era hijo natural, pero sí de familia muy humilde. Quedó pronto huérfano de padre y madre, y tuvo que trabajar en el campo desde niño, junto a su hermano gemelo, en las tareas más duras. Nunca fue a la escuela y jamás aprendió a leer ni a escribir. Huyó de su pueblo tras matar accidentalmente a un burro que se le quedó atrapado en un cenagal. Temeroso de las consecuencias, se marchó. Se supone que sobrevivió de pueblo en pueblo, haciendo lo que podía para matar el hambre.

Retrato de Sebastian de Benalcazar

Retrato de Sebastián de Benalcázar

Llegó a Sevilla y, con 17 años, se embarcó rumbo a las Indias. Se enroló en un barco y llegó a La Española, donde estuvo seis años. De esa etapa apenas se sabe nada, salvo que allí comenzó su carrera militar. Al final consiguió plaza de soldado y partió a Castilla del Oro en 1513. Llegó a Santa María la Antigua del Darién, pero no participó en la expedición de Balboa que descubrió el Pacífico.

Con la llegada del gobernador Pedrarias, se convirtió en firme y decidido partidario suyo. El carácter áspero de Pedrarias y el suyo eran parecidos. Apoyó su enfrentamiento con Balboa, que acabó con la decapitación de este en Acla, tras ser detenido por Pizarro, que antes había sido su segundo al mando. Es decir, su relación con quien sería su jefe en Cajamarca venía de tiempo atrás. No fue la única ejecución que presenció por orden de Pedrarias. Años después, en 1526, también fue ejecutado Francisco Hernández de Córdoba, conquistador de Nicaragua, en cuya expedición participó Benalcázar.

Fue labrándose fama de buen soldado y fiel al mando. Participó en la primera gran expedición de conquista del gobernador, a la península de Azuero, al mando del capitán Gaspar de Espinosa, con quien trabó una amistad duradera. En Azuero obtuvo su primera recompensa: una encomienda de indios en Natá, donde se estableció y tuvo sus primeros hijos, Francisco y Sebastián, fruto de su relación con una indígena. Según algunos historiadores, su analfabetismo, sus rudos modales y su timidez ante las mujeres españolas le impidieron casarse con alguna de ellas. Reconoció a todos sus hijos mestizos, los trató como tales y los consideró sus herederos. Ya entonces era amigo de Pizarro y de su socio Almagro, quienes lo estimaban, como demuestra el hecho de que fuera padrino del hijo de este último, Almagro el Mozo.

Cuadro de la captura de Atahualpa con Pizarro y el Inca en primer plano. Entre los caballeros conquistadores, los hermanos Pizarro, Hernando de Soto y Sebastián de Belalcázar

Cuadro de la captura de Atahualpa con Pizarro y el Inca en primer plano. Entre los caballeros conquistadores, los hermanos Pizarro, Hernando de Soto y Sebastián de Belalcázar

Siguió a Pedrarias a Nicaragua, a la ciudad de León, pues, debido a su dureza, le habían quitado Panamá y dado aquella gobernación. Allí llevó a sus dos hijos y, fruto de otras relaciones con indígenas, tuvo otros cuatro: Lázaro, Catalina, María y Magdalena. Siempre fiel a Pedrarias, le ayudó a sofocar una rebelión en 1530 y esperaba ser nombrado su sucesor al fallecer este al año siguiente, con 91 años. Pero no le nombraron nada. Su analfabetismo pesó demasiado y fue postergado. Desengañado, meditaba su futuro cuando recibió la invitación de Pizarro para unirse a su empresa en Perú, con mando sobre un tercio de la caballería. El viejo rodelero conocía su valor y su capacidad de mando. Así llegó y participó decisivamente en la batalla de Cajamarca.

La victoria lo hizo muy rico. Por su rango y desempeño, fue uno de los más beneficiados en el reparto del inmenso botín del fallido rescate de Atahualpa. Solo lo superaron Francisco Pizarro, sus hermanos Hernando y Juan, y Hernando de Soto. Obtuvo 407 marcos, 2 castellanos de oro y 9.909 pesos, a los que se sumarían en Cuzco otros 1.250 marcos. Con esa fortuna, Benalcázar entendió que era momento de actuar por su cuenta.

Mientras Pizarro conquistaba el centro, la capital y el sur del Imperio inca, Benalcázar se centró en el norte, tierra natal del quiteño Atahualpa. Financiado por él mismo y con tropas reclutadas y pagadas de su bolsillo, se enfrentó a los restos del ejército del Inca y a sus dos más renombrados generales, Quisquis y Rumiñahui, vencedores de Huáscar, hermano del Inca. Se creía que ellos custodiaban el gran tesoro.

A comienzos de 1534, Benalcázar se puso en marcha con 200 hombres, de los que 150 iban a caballo. Su primer éxito fue en Tomebamba, la ciudad de los cañaris, conquistada por Túpac Yupanqui y embellecida por su hijo Huayna Cápac. Los cañaris, deseosos de liberarse del yugo inca, se aliaron con Benalcázar, en lo que sería su mejor alianza. Rumiñahui les tendió una trampa con 30.000 hombres ocultos tras un terreno lleno de hoyos para derribar caballos. Sin embargo, un guía indígena lo traicionó y llevó a los españoles por un paso alternativo. Al amanecer, sorprendieron al enemigo por la retaguardia, lo que provocó una desbandada. Benalcázar capturó 40.000 llamas, 150.000 raciones de comida y 5.000 mujeres.

Ataque en las llanuras de Riobamba

Ataque en las llanuras de Riobamba

Siguió hacia Riobamba. En el camino, Zocozopagua le atacó con 10.000 soldados, mientras Rumiñahui hostigaba la retaguardia. Con ayuda de la caballería y los cañaris, logró romper la formación enemiga y avanzó por la Ruta de los Volcanes, flanqueada por montañas como el Cotopaxi, que entró en erupción, asombrando a los españoles. Evitaron las trampas gracias a los guías indígenas y llegaron a Riobamba, donde vencieron a ambos generales y entraron en la ciudad el 3 de mayo. Poco después estaban a solo 20 kilómetros de Quito.

Rumiñahui hizo un último intento de frenar su avance. Sus mejores flecheros y honderos ofrecieron feroz resistencia, pero fueron vencidos. El general decidió entonces quemar Quito, destruirla y llevarse consigo el oro del tesoro imperial, once hijos de Atahualpa y cuatro mil mujeres, aunque ordenó matar a muchas para no entorpecer la huida.

Benalcázar creyó que la resistencia había terminado, pero esa misma noche, el 24 de mayo de 1534, los caciques de la zona atacaron el campamento. Como era de noche, los españoles no pudieron usar los caballos y sufrieron numerosas bajas. Al amanecer, cargaron montados y aplastaron a los enemigos. La mayoría de los caciques se rindieron.

Sebastián salió tras Rumiñahui para capturarlo y apoderarse del tesoro, pero este logró escabullirse. En Quinche, Benalcázar encontró solo a las mujeres y niños. Furioso, cometió su mayor atrocidad: una masacre. Estaba por retomar la persecución cuando Diego de Almagro le envió un emisario desde Riobamba: Pedro de Alvarado había llegado con 400 jinetes. Benalcázar regresó a Quito y se unió a Almagro, que traía unos 30 jinetes y más de cien infantes. Juntos intentaron frenar la entrada de Alvarado.

Alvarado ya sospechaba la presencia de castellanos, pues había visto huellas de caballos, y lo confirmó al encontrarse con la vanguardia de las fuerzas de Almagro y Benalcázar en Moche. Le exigieron las cédulas reales que justificaran su presencia y le informaron de que ya habían fundado ciudades. Alvarado no deseaba combatir, pero tampoco irse con las manos vacías. Las negociaciones en Riobamba culminaron con la venta de todo lo que traía por 100.000 pesos. Para Benalcázar fue una gran oportunidad. Además, el acuerdo firmado por Pizarro lo nombraba teniente de gobernador en Quito, con lo que su situación quedaba regularizada.

Reforzado, Benalcázar retomó la persecución de Rumiñahui y Quisquis, pero estos lograron evadirlo una vez más. La resistencia inca se descomponía. Quisquis fue asesinado por sus propios hombres y Rumiñahui fue delatado, capturado por el capitán Luis de Daza y ejecutado. Zocozopagua fue también apresado, conducido a Quito y quemado vivo. Así concluyó la resistencia indígena en el norte.

Benalcázar se dedicó entonces a fundar la ciudad de Quito, repartiendo tierras entre los castellanos, formando el cabildo y buscando un puerto de apoyo, que halló en Puerto Viejo, cerca de la actual Guayaquil.

Pese a no haber hallado el tesoro de Rumiñahui, del que nunca se supo más, escuchó entonces la leyenda del Dorado y se lanzó en su búsqueda. Lo intentó dos veces y casi una tercera. En su segundo intento, recorrió selvas, ríos y montañas y descubrió huellas de otros caballos. Jiménez de Quesada y Nicolás de Federmán, desde distintos puntos, también buscaban el mítico enclave. Estuvieron a punto de enfrentarse, pero prevaleció la cordura. Juntos tomaron el territorio de los chibchas, luego llamado Nueva Granada, y se repartieron un buen botín: 20.000 pesos por barba. Los tres viajaron a España para presentar lo conquistado y pedir gobernaciones. Solo Benalcázar fue recompensado. En 1540 fue nombrado mariscal, capitán general y gobernador de Popayán, y legitimó a sus hijos Francisco, Sebastián y Catalina.

Al volver, encontró todo revuelto. Había estallado una guerra civil entre españoles, que logró sofocar. Pero el verdadero conflicto se había desencadenado en Perú. Almagro se había enfrentado a Pizarro y fue ajusticiado. Luego, los partidarios de Almagro asesinaron a Pizarro, y su hijo, Almagro el Mozo, ahijado de Benalcázar, se alzó en armas. Desde Lima le urgieron a intervenir. A regañadientes se vio envuelto en la rebelión de Gonzalo Pizarro contra la Corona. Este le escribió instándole a matar al virrey Núñez Vela, pero Benalcázar, pese a su cercanía con los Pizarro, optó por mantenerse fiel al rey y se unió al virrey, que había retrocedido hasta Quito.

Pero era una trampa. Gonzalo Pizarro emboscó con 700 hombres a los 300 del virrey en Añaquito y los derrotó el 18 de enero de 1545. Benalcázar fue herido de un arcabuzazo y estuvo a punto de morir, pero fue reconocido por dos soldados de Pizarro, que lo auxiliaron. Al saberlo, Gonzalo le perdonó la vida, lo hizo llevar a Quito y, tras dos meses de convalecencia, le permitió regresar a su gobierno en Popayán. El virrey no corrió la misma suerte: un hachazo le partió el morrión y la cabeza.

En Popayán, su antiguo segundo, Robledo, había regresado de España con el título de mariscal y, mediante el visitador Díaz de Armendáriz —enemigo de Benalcázar—, había sido nombrado gobernador. A Benalcázar se le sospechaba connivencia con los pizarristas, pero los cabildos lo apoyaban y rechazaron la autoridad de Robledo.

Sebastián no se arredró. Con 60 hombres, atacó el fuerte de Robledo, lo tomó prisionero y, tras encontrar cartas comprometedoras, ordenó que se le aplicara el garrote vil.

La guerra civil continuaba. El rey envió a don Pedro de la Gasca, el Pacificador, con plenos poderes. Desembarcó en 1546 en Nombre de Dios. Le comunicó a Armendáriz que pensaba juzgar a Benalcázar, pero que no era momento de eliminarlo, sino de tenerlo de su lado. Lo mandó llamar, y Benalcázar, lejos de ser tonto, marchó con 300 hombres, muchos a caballo, a unirse a las tropas realistas, que en enero de 1548 ya sumaban una fuerza de 400 jinetes, 600 arcabuceros y 700 piqueros, al mando de capitanes como Pedro de Valdivia.

La batalla final fue en abril, en Jaquijahuana, a 20 kilómetros de Cuzco. Gonzalo Pizarro reunió un ejército de unos 1.000 hombres, inferior en número y calidad. A Benalcázar le tocó liderar 150 jinetes contra la caballería pizarrista. Pero la victoria fue sencilla: las deserciones comenzaron al inicio del combate y pronto todo estaba perdido para el último de los Pizarro, que fue ajusticiado.

Para Benalcázar también llegaron malos tiempos. En Popayán le aguardaba el juicio de residencia. Su enemigo Armendáriz había preparado todo para condenarlo a muerte. Él demoró el regreso cuanto pudo y envió un memorial al rey, que concluía: «Estoy muy viejo y cansado. Indios yo no los tengo, por haberlo mandado V.M. El salario que se me da no me puede sustentar».

En abril de 1550 se hizo pública la sentencia: pena de muerte por la ejecución de Robledo, por proferir denuestos contra el rey y por haber tomado fondos de las cajas reales. El oidor Briceño, consciente del agravio que supondría ejecutar a quien fundó la ciudad, le concedió permiso para apelar en España. Pero murió en el camino, tras desembarcar en Cartagena de Indias. Le dio tiempo a redactar su testamento, dejar el gobierno de Popayán a su yerno Alonso Díaz de Fuenmayor, esposo de su hija María, y repartir sus pocos bienes entre sus seis hijos. El gobernador de Cartagena, Pedro de Heredia, pese a haber sido su enemigo, ordenó que se le enterrara en la catedral, donde aún reposa.

Al tasar sus bienes quedó claro que no mentía en su carta al rey: de todo el oro recibido tras la conquista del Tahuantisuyo, solo le quedaban cuatro kilos. Por su espada, que nadie quiso, solo pujó su fiel criado Francisco Lozano, quien la adquirió por dos pesos.

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