
Un adorno navideño de Papá Noel portando una mascarilla
Nuestro coronavirus: un cuento de Navidad
Es una situación tan turbadora y escalofriante como los fantasmas que visitaban a Mr. Scrooge en el Cuento de Navidad de Dickens
Otra Navidad bajo la gran pandemia. ¡Quién nos lo iba a decir! Es una situación tan turbadora y escalofriante como los fantasmas que visitaban a Mr. Scrooge en el Cuento de Navidad de Dickens. Aún no sabemos si estamos a la mitad o al comienzo de esta gran pandemia que ha ensombrecido nuestras vidas.
El fantasma de las navidades pasadas:
Si hacemos memoria esta pandemia irrumpió en la lejana China, en Wuhan, capital de Hubei, a finales de Navidad de 2019-2020. El 30 de diciembre de hace tres años un oftalmólogo, llamado Li Wenliang, comunicó a través de un chat «Weibo» a sus amigos que tuvieran cuidado con una nueva enfermedad misteriosa. Este médico contó en enero de 2020 cómo empezó a a sentirse mal, tuvo fiebre y días más tarde fue hospitalizado. Poco después, el 20 de enero, China declaró un estado de emergencia y Li Wenliang volvió a hablar del tema en las redes: «Finalmente he sido diagnosticado de coronavirus».
A partir de aquí fue amonestado por las autoridades chinas acusado de «perturbar el orden social». Li Wengliang murió el 7 de febrero de 2020, y hoy se ha convertido en un héroe de nuestro tiempo.
El asunto del coronavirus reveló los peores aspectos del gobierno totalitario de China, bajo Xi Jinping y el Partido Comunista. Pero, para asombro de todos, el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, nombre típico de un villano de novela de James Bond, algo así como «Ernst Stavro Blofeld», salió al paso mostrándose muy displicente con el gobierno chino y demostrando hasta dónde puede llegar la ineficacia de la OMS.Luego, el nuevo virus se globalizó en el global mundo de la globalización y llegó a todas partes, pero la máxima preocupación de la OMS fue, ante todo, que ese nuevo virus no se identificase con China. La OMS echó mano de neolengua y nos impuso las nomenclaturas específicas de Covid-19 o SARS-CoV-2 («Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus 2») y desde entonces parece que todos sepamos un montón, aunque realmente no sepamos casi nada.
En aquella primera Navidad, la de 2019-2020, la amenaza se percibía muy lejana y distante; incluso el chiste navideño fue:
«Un señor fue a una tienda china a comprar adornos de navidad o papel de regalo y el señor chino que regentaba el negocio estornudaba repetidamente a sus espaldas. Entonces el cliente alarmado se giró y le preguntó: '¡Oiga! ¿No tendrá por casualidad usted el coronavirus?'. A lo que el complaciente oriental le respondía: No 'pelo' mañana se lo 'tlaigo'».
Un chiste que parecía sacado de La Codorniz y que, lamentablemente, duró muy poco porque tras la Navidad la enfermedad entró en Europa causando grandes estragos en Italia y, poco después, en España. Aquí aparecieron los dos primeros casos el 12 de febrero de 2020 y se propagó a tal velocidad que casi un año después, el 13 de diciembre de 2021, habían enfermado 5,3 millones de personas y habían fallecido, al menos, 90.000 personas (según cifras oficiales).
El fantasma de las navidades presentes:
Los gobiernos han decretado sucesivas medidas, muchas veces contradictorias, inquietantes e incluso filo- totalitarias.
Esto dominaba la navidad pasada (2020-2021). Ha habido, en muchos países, estados excepcionales que han hecho saltar por los aires los principios de la bioética liberal y los principios que rigen las libertades civiles en su conjunto: imposición de vacunas en fase de experimentación, opacidad en el consentimiento informado, con la correspondiente vulneración del «principio de autonomía»; asimismo, vulneración del «principio de beneficencia», pues no solo se ha expuesto a la gente a tratamientos en fase de experimentación (sin suficientes garantías) sino que en el momento álgido de la pandemia se ha abandonado a mayores a su suerte y se ha mantenido una opacidad de las cifras de muertes que nos lleva a preguntar:
¿Es el resultado de una política perversa, desplegada a la vista de todos que ha dejado a los ancianos en residencias sin medicalización y sin hospitalización incumpliendo el «principio de justicia»? ¿Ha sido este un acontecimiento intencionado?
Así hemos llegado al espectro del presente, en la presente Navidad (2021-2022), donde tras distintas mutaciones, designadas como «variantes de bajo monitoreo» (VBM), es decir, que «no representan riesgo significativo e inminente para la salud pública»: alfa, beta, gamma, etc.; han aparecido dos «variantes de preocupación» (VOC), es decir, de mayor transmisión, con casos más graves de hospitalizaciones y muertes y susceptibles de menor efectividad en la prevención y la respuesta: son la variante «delta» y, ahora, la «ómicrón» (he aquí el fantasma de la Navidad presente).
El fantasma de las navidades futuras:
¿Qué nos deparará la expansión de este virus en adelante? ¿Más mutaciones y variantes incontrolables? ¿Políticas totalitarias? ¿Conflictos sociales? ¿Seguiremos esta oscura deriva ideológica que envuelve el espectro de la covid? ¿La muerte misma?
El fantasma de las navidades pasadas y el temor al espectro de las navidades futuras ¿serán capaces de hacernos reaccionar?, ¿nos ayudará a recuperar un verdadero espíritu navideño?, ¿vendrá la «Luz» a quienes habitamos en tierra de penumbras, como los cristianos celebramos cada Navidad?
O, como se preguntaba Thomas Mann, en la Montaña Mágica: «¿De esta abominable fiebre sin medida que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, ascenderá algún día el amor?».