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Jack Nicholson

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Cine

El día que Jack Nicholson descubrió que su hermana era su madre y su madre, su abuela

Un secreto familiar oculto durante casi cuatro décadas marcó al legendario actor, que vivió en una mentira cuidadosamente construida por quienes más lo amaban

Jack Nicholson no necesita presentación. Su sola presencia en pantalla basta para elevar cualquier escena al límite de lo icónico. Con una carrera que abarca más de seis décadas, y con personajes que van del horror psicológico al humor más ácido, Nicholson se ha convertido en una leyenda viva de Hollywood. Pero más allá de su maestría interpretativa y su magnetismo en cámara, su vida personal ha estado marcada por una revelación tan inesperada como cualquiera de sus películas.

A lo largo de su carrera, Nicholson ha acumulado doce nominaciones al Oscar —más que ningún otro actor masculino en la historia— y se ha alzado con la estatuilla en tres ocasiones. Su rostro —con esa ceja levantada, esa sonrisa entre el sarcasmo y la amenaza— es una firma en sí misma. Desde El resplandor hasta Alguien voló sobre el nido del cuco, pasando por Mejor… imposible o Chinatown, sus papeles han sido tan extremos como inolvidables.

Detrás de la cámara, también es una figura singular: culto, reservado y rebelde; amante del baloncesto (con asiento fijo en la primera fila del Staples Center como fan acérrimo de los Lakers), guionista ocasional, director de culto y símbolo de una era en la que el talento podía permitirse ser excéntrico sin pedir disculpas. Sin embargo, ni su aplomo actoral ni su carisma personal pudieron prepararlo para la verdad que descubriría a los 37 años.

La historia secreta que ni él conocía

En 1974, cuando Hollywood ya se rendía ante su magnetismo y los estudios lo consideraban el actor más potente de su generación, Jack Nicholson recibió una llamada que no provenía de un director ni de un productor. Era un periodista del Time que, mientras preparaba un perfil biográfico del actor, había tropezado con un dato desconcertante. Un secreto que no venía de un set de rodaje, sino del núcleo mismo de su historia personal. La revelación fue simple, directa… y devastadora: la mujer a la que había llamado «hermana» toda su vida era, en realidad, su madre biológica.

June Frances Nicholson, una joven bailarina, que había quedado embarazada con solo 17 años, en 1936, fruto de una relación con Don Furcillo, un hombre casado. En la América puritana de la época, ser madre soltera era poco menos que una sentencia social. Así que la familia hizo lo que muchas otras en secreto: reescribió los roles familiares. La abuela, Ethel May, asumiría la maternidad. June sería presentada como una hermana mayor. Nadie debía saber. Nadie debía preguntar. Y nadie lo hizo.

Jack creció dentro de esa estructura cuidadosamente construida. Nunca conoció a su padre. Un hombre llamado Shorty —casado con su tía Lorraine— ejerció informalmente como figura paterna. En su entorno no había grietas. Si alguna vez notó su parecido físico o temperamental con June, lo atribuyó a la genética compartida entre hermanos. No había motivos para sospechar. Hasta que los hubo.

Los reporteros del Time no llamaron para verificar una cita, sino para informarle que su verdadero padre vivía en Ocean Grove, Nueva Jersey. Para Nicholson, la revelación fue como una escena fuera de guion. El actor que había dado vida a personajes rotos, impredecibles, al borde de la locura, se quedó sin palabras. Les pidió que no publicaran nada. La verdad había llegado demasiado tarde: tanto su madre biológica como su abuela habían fallecido. Ya no había posibilidad de confrontar ni de comprender plenamente el pasado.

Y sin embargo, cuando años más tarde habló sobre el tema, lo hizo con la serenidad desconcertante de quien entiende que el dolor también puede ser un acto de amor. «Me sentí agradecido. Agradecido por tener una buena madre y una buena abuela. Y por no haberme enterado antes», dijo.

En una entrevista con Rolling Stone en 1984, le restó dramatismo a la revelación y centró la atención en el carácter de las mujeres que lo criaron: «Si June o Ethel hubiesen tenido menos carácter, yo nunca hubiese llegado a vivir. Esas mujeres me dieron el regalo de la vida. Ellas me entrenaron bien. Hasta el día de hoy no le he pedido prestado ni cinco centavos a nadie y nunca he creído que no puedo cuidar de mí mismo. Ellas hicieron imperativa mi autosuficiencia.»

La coincidencia física y temperamental con June, esa afinidad que siempre había sentido pero no terminaba de entender, finalmente cobró sentido. Había algo en ella que lo reflejaba más que nadie. Pero nunca se cuestionó nada. ¿Cómo iba a hacerlo? Lo que parecía intuición era sangre. Lo que creyó afinidad era herencia directa.

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