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01 de mayo de 2024

Soldados Ucrania Mykolaiv

Soldados ucranianos transportan el cadáver de un soldado ruso en MykolaivAFP

Día 44 de guerra en Ucrania

¿Es adecuado culpar a Occidente de la guerra de Ucrania?

Putin habría considerado a Estados Unidos como la fuente de todo comportamiento anti ruso

Los extremos se tocan: se observa en un pequeño y extraño sector de la derecha que hay simpatía y defensa de las acciones de Putin. Lo mismo ocurre con un raro sector de la izquierda para quienes su fundamental y básico anti- americanismo queda por encima de todas las cosas y los lleva a simpatizar con Putin.
Es disparatado culpar a Estados Unidos por el inhumano ataque de Putin a Ucrania e insistir en que la invasión fue provocada por los intereses occidentales. Sería como decir que Pearl Harbor fue consecuencia de los esfuerzos de Estados Unidos por frenar la expansión japonesa en Asia; o como afirmar que los atentados del 11-S fueron una respuesta a la presencia dominante de Estados Unidos en Oriente Medio tras la primera Guerra del Golfo. Igual de obsceno fue culpar al gobierno de Aznar por los atentados del 11-M, en 2004, por alinearse con Gran Bretaña y Estados Unidos en la guerra de Irak.

¿Son EE.UU. o la OTAN responsables de la invasión de Ucrania?

Las imágenes de estos días, de civiles masacrados en Bucha que nos recuerdan aquellas terribles escenas de Goya en Los desastres de la guerra, impiden (a esa extraña derecha pro- Putin y a esa recalcitrante izquierda anti- USA) hacer este planteamiento.
El gobierno de Putin ha tomado una terrible decisión, prácticamente la misma que tomó el Káiser Guillermo II, cuando cruzó Bélgica; o el régimen de Hitler, cuando invadió Polonia; o el Japón imperial, cuando atacó Pearl Harbor. Así como otras potencias insatisfechas que, a lo largo de la historia, han iniciado un gran conflicto.
Putin es el único culpable de sus acciones, pero la invasión de Ucrania se produce en un contexto histórico y geopolítico en el que Estados Unidos ha desempeñado y sigue desempeñando el papel de primera hegemonía y garante de la democracia liberal.
Reducir este análisis a un maniqueísmo entre buenos y malos, ya entrados en una guerra, es demasiado simplista y pueril, incluso, tiene un núcleo de irrealidad que no refleja la verdadera naturaleza del poder y de la guerra.

La Guerra Fría

Debemos remontarnos a las influencias globales que han caracterizado la era posterior a la Guerra Fría y que permanecen en el mundo actual. Estados Unidos ya era la única verdadera superpotencia mundial durante la Guerra Fría, fue la que ganó. El colapso de la Unión Soviética no hizo más que reforzar su hegemonía mundial, ante la manifiesta debilidad de Moscú.
La influencia estadounidense se amplió, porque la combinación de poder y creencias democráticas de Estados Unidos, articularon una nueva religión imperial, al estilo de la tolerancia religiosa de la vieja Pax Romana. Todo hizo que el liberalismo americano resultara atractivo para todos aquellos países salidos de totalitarismos y dictaduras, que buscaban seguridad, prosperidad, libertad y autonomía.
Muchos venimos de aquella generación que en 1992 proclamábamos el «fin de la historia», con el politólogo Francis Fukuyama, y abrazábamos la «edad post ideológica» para escupir sobre la tumba del socialismo real. Poco sospechábamos que los embalsamadores de aquel socialismo cadáver (desde los teóricos de Fráncfort hasta los teólogos de la liberación) serían capaces de mantenerlo incorrupto hasta su «resurrección zombi» y multicolor: arcoíris, morado, verde y negro, pero siempre con el rojo de relleno.
El mismo Fukuyama en un recientísimo artículo (de marzo de 2022) reconoce con realismo que, por desgracia, «el mundo aún no ha llegado a ese momento posthistórico y es el poder militar bruto quien sigue siendo el último garante de la paz para los países liberales».

El telón de acero

Lo que ocurrió, entonces en Europa del Este fue que esos países liberados del telón de acero, incluida Ucrania, creían que unirse a la Unión Europea y la Alianza Atlántica era la clave para garantizar su independencia, democracia y prosperidad, escapando para siempre del imperialismo ruso - soviético.
En realidad, Washington no aspiraba activamente a ser la potencia dominante de la región, pero en esos años tras la Guerra Fría aliarse con Washington ofrecía una valiosa oportunidad de éxito. Desde entonces Putin y su esfera de poder han encontrado ahí a su enemigo y antagonista.
Con todo Rusia y su actual federación han disfrutado de una seguridad sin precedentes en sus flancos occidentales, durante este tiempo, incluso cuando la OTAN incorporó a una Alemania reunificada no han encontrado un adversario sino un buen cliente, como ha sido la política energética y comercial alemana en las últimas décadas. Ya dijo Mijail Gorbachov que «la mejor garantía de seguridad para Rusia es una Alemania contenida dentro de las estructuras europeas».
Si Estados Unidos o Europa hubiesen desdeñado el acercamiento de países como Ucrania a instituciones occidentales, como dicen algunos críticos, esto no hubiese modificado la demostrada política exterior de Putin siguiendo la «doctrina Brézhnev» o «limitación de soberanía» de estos países de la antigua órbita soviética.
Del mismo modo, Putin habría considerado igualmente a Estados Unidos como la fuente de todo comportamiento anti ruso, esa fuerza hostil y «rusófoba» que le ha servido de argumento para justificar su intervención militar.
Si podemos aprender algo de las brutales escenas de esta invasión de Ucrania es que existen realmente posibilidades mucho peores que la hegemonía de los Estados Unidos de América.
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