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04 de mayo de 2024

Resto del campamento de los manifestantes antigubernamentales en Colombo

Resto del campamento de los manifestantes antigubernamentales en ColomboIshara S. Kodikara / AFP

Sri Lanka, punta del iceberg de la pobreza en el mundo

La dramática situación de este país asiático puede ser el presagio de una crisis de la deuda regional o incluso mundial en los países en desarrollo

La ONU se muestra muy inquieta por la crisis alimentaria en Sri Lanka. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas ha mostrado su preocupación por el impacto de la actual crisis económica y política en el pueblo de Sri Lanka. Consideran «una prioridad urgente atender las necesidades alimentarias y nutricionales inmediata. El PMA tiene como objetivo ayudar a 3.4 millones de personas en este país asiático».
La indignación popular por la situación económica estalló el mes pasado, provocando protestas que acabaron por derrocar al gobierno del presidente Gotabaya Rajapaksa. Cientos de miles de esrilanqueses se manifestaron ante el palacio presidencial, coreando «Go Home Gota».
Pero Sri Lanka no es el único país en desarrollo que corre el riesgo de entrar en una pobreza tremenda, puede ser un presagio de una crisis de la deuda regional o incluso mundial para los países en desarrollo. Un aumento de la pobreza sin precedentes.
Los impagos podrían afectar a un gran número de países altamente endeudados de todo el mundo, mientras hacen frente a los efectos persistentes de la COVID-19, la guerra de Rusia en Ucrania, el bloqueo de alimentos básicos, la crisis energética por venir y el aumento de los tipos de interés en el mundo desarrollado.
Para evitar una serie de impagos devastadores en el mundo en desarrollo, tendrían que ocurrir dos cosas a la vez: primero, que los países en riesgo busquen más ayuda de instituciones financieras internacionales antes de que sea demasiado tarde; y segundo, que los acreedores chinos y occidentales hagan un mejor trabajo de coordinación de sus procesos de reestructuración de la deuda.
En este momento se teme que el impago de Sri Lanka no sea un acontecimiento puntual sino la primera de muchas crisis que afectarán a los países en desarrollo este año.
Ya en 2020, Argentina, Belice, Ecuador, Líbano, Surinam y Zambia dejaron de pagar su deuda soberana. Pero los temores de una «crisis de deuda» más amplia, en aquellos primeros días de la COVID-19 no se hicieron realidad y acabaron remitiendo.
En la actualidad, Chad, Etiopía y Zambia están negociando con sus acreedores en el marco de un programa apoyado por el G-20 y diseñado para facilitar la reestructuración de la deuda, pero hasta ahora ningún otro país ha buscado un tratamiento similar.
Por lo tanto, se puede argumentar que cada una de estas crisis nacionales es sui generis. De hecho, el marco del G-20 adopta un enfoque caso por caso en las conversaciones de reestructuración de la deuda entre los países deudores y sus acreedores.
Las particularidades del caso de Sri Lanka también sugieren que su crisis podría ser un hecho aislado. Tras 70 años de gestión responsable de su deuda, Sri Lanka eligió a un presidente populista que hundió el país en menos de tres años.
Pocos países en desarrollo han soportado una mala gestión tan extraordinaria. Sólo Belice –también devastado por el colapso del turismo durante la pandemia– y Sudán han acumulado niveles de deuda similarmente peligrosos en relación con el PIB.
Pero, ahora mismo, los factores de riesgo sistémico podrían desencadenar una serie de impagos. Entre marzo y junio, unos 22.000 millones de dólares de capital privado huyeron del mundo en desarrollo. Además, la deuda de los países en desarrollo suele estar empaquetada y negociada en conjunto, comprada y vendida en grandes carteras que se reequilibran constantemente frente a otros activos.
El grupo de las principales economías del G-20 puso en marcha una iniciativa para suspender el servicio de la deuda con el fin de ayudar a los países en desarrollo a capear la crisis de la COVID-19. Entre mayo de 2020 y finales de 2021, los acreedores bilaterales oficiales reprogramaron 12.900 millones de dólares en reembolsos de capital de los países de bajos ingresos.
Lamentablemente, sólo un acreedor privado decidió participar en la iniciativa, y sólo los países de bajos ingresos podían participar. Los países de renta media, como Sri Lanka, quedaron excluidos del plan.

Financiación y geopolítica

Pero, en este momento, hay un factor adicional que complica mucho la situación: la creciente fricción entre China y Occidente.
Las instituciones financieras respaldadas por Occidente no quieren que su apoyo financiero a los países en desarrollo –ya sea en forma de préstamos baratos o de alivio de la deuda– se destine al servicio de la deuda china.
China tampoco quiere rescatar a los tenedores de bonos y a los bancos comerciales occidentales; sus conversaciones sobre la reestructuración de la deuda con Sri Lanka no han avanzado desde que el gobierno de ese país se dirigió al FMI para solicitar un programa.
Esto no ha resultado fatal en el caso de Sri Lanka, ya que la deuda china representa sólo un 10 % de su deuda externa del país y una parte aún menor de la deuda que debe ser pagada este año. Pero en otros lugares del mundo en desarrollo, los recelos entre los prestamistas chinos y occidentales podrían complicar las conversaciones sobre la reestructuración de la deuda, sobre todo porque China no siempre es transparente en cuanto a sus préstamos.
Por último, hay un factor fundamental y diría que trasversal en todo este problema: No se trata de economía únicamente, se trata de «moralidad».
Thomas Pogge en un brillante análisis (La pobreza en el mundo, 2002) ante la pobreza extrema que sufre la mitad de la humanidad, en el presente, nos interpelaba así: ¿Por qué nosotros (los occidentales) no percibimos este problema como «moralmente alarmante»?
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