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28 de abril de 2024

Putin Iglesia ortodoxa

Putin participa en una ceremonia religiosa en el Monasterio Ortodoxo de la Nueva Jerusalén, a las afueras de MoscúAFP

358 días de guerra en Ucrania

La antigua KGB establece una relación simbiótica con la Iglesia ortodoxa rusa para derrotar a Ucrania

La FSB, actual sucesora de la agencia de espionaje, abraza el cristianismo ortodoxo ruso del mismo modo en que, en el pasado, abrazó el comunismo soviético

En el FSB –la agencia de inteligencia rusa heredera del KGB– tienen un creciente interés en presentarse como defensores del cristianismo ortodoxo y convertirlo en la esencia de la identidad rusa.
Mientras, la Iglesia ortodoxa rusa se deja querer por los que, no hace tanto tiempo, eran sus torturadores en nombre del comunismo soviético.
Con la llegada de Vladimir Putin al poder en el año 1999 Rusia experimentó un fenómeno que sorprendió tanto dentro como fuera: la repentina conversión al cristianismo ortodoxo de la antigua KGB, transformado en FSB durante la era Yeltsin.
De repente, antiguos agentes y funcionarios que durante décadas habían perseguido a la Iglesia ortodoxa rusa y a su clero, se bautizaron y se volvieron unos fervientes defensores de la fe ortodoxa.
La mayoría de las conversiones, sin embargo, lejos de ser sinceras perseguían un objetivo perverso: culminar el asalto a las instituciones postsoviéticas y el control de todas las estructuras estatales de la nueva Rusia inaugurada por Putin.
Vladimir Putin, antiguo agente del KGB también él, había renegado del comunismo soviético –no así del imperialismo estalinista– y necesitaba una nueva ideología que sustituyera al comunismo como argamasa que uniera a la sociedad rusa.
La solución fue una nueva ideología donde se mezclaba la nostalgia zarista, con la soviética dentro de un nuevo nacionalismo ruso que debería devolver al país a sus viejas glorias imperiales.
Dentro de esa ecuación, la Iglesia ortodoxa rusa funcionaría como el ingrediente indispensable par conformar la buscada argamasa.

La vuelta al poder del KGB

En su obra Los hombres de Putin, de la periodista de la agencia Reuters y excorresponsal del Financial Times en Moscú, Catherine Belton, se explica de forma pormenorizada cómo tras pasar a un segundo plano durante la era Yeltsin, los miembros del KGB planearon con paciencia su regreso al poder.
Para ello, fueron colocando a sus peones en puestos intermedios de la Administración Yetlsin que, poco a poco, mediante una red de tráfico de influencias, chantajes y sobornos, fueron escalando posiciones hasta colocar a Vladimir Putin como heredero del presidente Yeltsin.
El plan criminal del antiguo KGB para volver al poder tenía un objetivo: que su organización heredera, el FSB, copara la dirección de todos los organismos políticos, económicos y sociales de la Federación Rusa.
Tras expulsar y encarcelar a todos los oligarcas de la era Yeltsin, los «hombres de Putin» se hicieron con el control de todas las empresas, bancos e industrias energéticas privatizadas tras la caída de la Unión Soviética y crearon una nueva oligarquía controlada por ellos desde el Kremlin.
Una vez controlado el tejido económico, concluyeron el asalto al poder judicial y al legislativo: se defenestraron a jueces y fiscales prodemocracia, se cerraron medios de comunicación y encarcelaron a periodistas y se ilegalizaron aquellos partidos políticos que se negaban a establecer alianzas con Rusia Unida, el partido creado para sostener a Putin en el poder.
Pero quedaba una pieza por controlar: la Iglesia ortodoxa rusa, cuya influencia no había dejado de crecer entre el pueblo ruso tras la caída de la URSS.

Asalto a la Iglesia ortodoxa

Cuenta Belton en su libro que en la nueva ideología propugnada por Putin al llegar al poder había tres pilares: un líder fuerte, una patria fuerte, y una fe ortodoxa fuerte.
Tras la conversión al cristianismo ortodoxo del líder del KGB, todos los agentes fueron detrás. El cristianismo ortodoxo sería la pieza central de la nueva identidad nacional rusa y el FSB se abrazó a ella del mismo modo que el KGB se abrazó al Partido Comunista.
«Los principios de la Iglesia ortodoxa proporcionaban un credo poderoso y unificador que se remontaba más allá de la era soviética, hasta los días del pasado imperial, y que hablaba del gran sacrificio, sufrimiento y resistencia del pueblo ruso, y de una creencia mística de que Rusia era la Tercera Roma, el siguiente imperio gobernante en la Tierra», señala Belton en su libro.
Desde entonces, los tentáculos del FSB no han dejado de extenderse dentro de las estructuras de la Iglesia ortodoxa rusa hasta colocar en su cabeza a uno de los suyos.
Del mismo modo que el FSB logró poner en el Kremlin a Vladimir Putin, consiguió situar como patriarca de Moscú a otro de sus antiguos agentes del KGB, Vladimir Gundyaev, cuyo nombre en clave como agente de los servicios secretos soviéticos era Mijailov y que ahora gobierna la Iglesia ortodoxa Rusa con el nombre de Kirill.
Como Patriarca, Kirill ha sido uno de los más fervientes defensores del régimen de Putin y de la invasión rusa a Ucrania.
Incluso llegó a afirmar que si Rusia salía derrotada de Ucrania «sería el fin del mundo». También afirmó que los rusos que murieran luchando en Ucrania, «su sacrificio les lavaría los pecados».
En el actual contexto de la guerra de Ucrania, el FSB habría iniciado un proceso para profundizar aún más en su fusión con la identidad ortodoxa.
Según un análisis publicado por el Center for European Policy Analysis (CEPA), un organismo con sede en Washington, tras la humillante retirada de la ciudad de Jersón el pasado mes de septiembre, los soldados de las fuerzas especiales rusas y de los funcionarios del FSB experimentaron una repentina epifanía religiosa.
Señala el CEPA que sus contactos en los servicios secretos rusos y en el Ejército no se caracterizaban por su celo religioso. Sin embargo, a partir de septiembre, comenzaron a difundir por sus canales fotografías de iconos religiosos y oraciones para rezar por la victoria del Ejército ruso en Ucrania.
Esta ola de misticismo sería una pieza más de la estrategia seguida por el Kremlin de promover una identidad rusa patriótica y homogénea que permita mantener el apoyo social a la guerra en Ucrania.
En resumen, el FSB y el Kremlin tratan de contraponer la Rusia ortodoxa y tradicional frente a un Occidente ateo y corrupto.
Varias unidades rusas han cambiado sus nombres laicos por nombres de santos ortodoxos. Los órganos de propaganda militarista promueven la formación de «batallones ortodoxos» y las referencias al Imperio romano de Oriente (el Imperio bizantino), del que Rusia se considera heredero, son constantes.
La conclusión a la que llega la CEPA es que el FSB y el Kremlin han encontrado en la Iglesia ortodoxa rusa el instrumento necesario para contrarrestar la baja moral de la tropa y la desmotivación que había desangrado a las fuerzas rusas en el inicio de la guerra, hace casi un año.
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