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21 de mayo de 2024

Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez Garat

Rusia y la rebelión de los mercenarios

A pesar de la antigua amistad personal entre Putin y Prigozhin, parece que entre las élites del Kremlin, como era proverbial en la mafia siciliana, la lealtad se subordina a los negocios

Actualizada 10:36

Los miembros del grupo Wagner en el balcón de un edificio en la ciudad de Rostov

Los miembros del grupo Wagner en el balcón de un edificio en la ciudad de RostovRoman Romokhov / AFP

Hace algunas semanas, en un artículo publicado por El Debate, me permití recordar a los lectores que la historia registra frecuentes ocasiones en las que fuerzas mercenarias —contratadas para defender las causas de los pueblos cuando estos, faltos de energía o ilusión, se muestran incapaces de hacerlo por sí mismos— encuentran más conveniente enfrentarse a sus señores y elegir entre sus propias filas a unos gobernantes más complacientes a quienes servir.
A pesar de la antigua amistad personal entre Putin y Prigozhin, parece que entre las élites del Kremlin, como era proverbial en la mafia siciliana, la lealtad se subordina a los negocios. Tanto el presidente como el propietario de la compañía han demostrado en los últimos meses ser conscientes del valor de la Wagner, tras sus éxitos en el frente, como trampolín político para orquestar —quizá el sueño del oligarca y la pesadilla del dictador— un eventual relevo en el trono imperial.
Más hábil o mejor informado, parece que ha sido el dictador ruso quien intentó adelantarse al posible golpe de Estado ordenando a los mercenarios de la compañía Wagner firmar un contrato con el Ministerio de Defensa antes del 1 de julio.
Con esta medida, abandonaba Putin su postura de neutralidad en las tensas fricciones que, desde hace meses, habían aflorado entre Prigozhin y el Ministerio de Defensa ruso, al que el magnate había acusado repetidas veces de traición por no suministrarle la munición que necesitaba para combatir en Bajmut.
La orden de Putin, seguramente inesperada, ha disparado una cadena de acontecimientos en la que Prigozhin, antes que perderlo todo sin luchar, ha preferido arriesgarse a lo que parece un poco meditado intento de golpe de Estado, por más que el oligarca, enganchado a la pasión rusa por la desinformación, prefiera llamarlo una «marcha por la justicia». Después de todo, también Putin sigue asegurando que la guerra es una «operación militar especial».
Es difícil asegurar lo que puede ocurrir en los próximos días, pero mi impresión es que Putin ha estado más hábil. Si es obvio que no ha conseguido desactivar el golpe, al menos ha obligado a Prigozhin a proclamar su rebelión antes de lo que al dueño de la compañía mercenaria le habría gustado.
El terreno no parece estar maduro para el levantamiento. Son muchos los líderes rusos que han salido a la palestra para apoyar al dictador, pero la rápida respuesta del general Surovikin, quizá el mayor valedor de Wagner en el entorno militar, en favor de Putin y del ministro Shoigu, debe haber sido profundamente decepcionante para el oligarca.

¿Qué puede ocurrir ahora?

Después del discurso de Putin acusándole de traición —por cierto sin mencionar su nombre, quizá para tratar de mantener algún puente tendido— todas las cartas están boca arriba. A Prigozhin, que por el momento no quiere rendirse sin lucha, no le queda más baza que la militar.
Hay, que sepamos, un único dato a su favor: con todo el ejército ruso desplegado en Ucrania, el camino desde Rostov o Voronezh —las dos ciudades en poder de los mercenarios— y los centros de poder en Moscú está custodiado fundamentalmente por fuerzas de la Guardia Nacional, menos capaces, peor armadas y, seguramente, menos motivadas que los mercenarios de la Wagner. Aun así, la distancia es mucha. Si los mandos de estas unidades se mantienen leales a Putin, la «marcha de la justicia» no llegará a Moscú a tiempo para consumar el golpe de Estado.
Cualquiera que sea el resultado de la que por ahora nos parece una loca aventura de Prigozhin, Zelenski y sus ministros están observando lo que ocurre con una sonrisa en los labios y, como muestra un vídeo recientemente publicado, una cerveza en la mano.
Hace una semana, Putin aseguraba que ganaría la guerra porque Rusia resistiría mejor que Ucrania los sacrificios de una contienda larga. Esta rebelión, sin embargo le desdice. Probablemente Zelenski exagera cuando anuncia el colapso del régimen de Putin, pero desde luego es la primera muestra incontestable de su fatiga. Y no es solo lo que ha hecho Prigozhin, es también lo que ha dicho, confirmando que todas las razones que el Kremlin dio para invadir Ucrania no son otra cosa que falsos pretextos, en su mayoría urdidos desde el Ministerio de Defensa.
No todo, sin embargo, son buenas noticias. A la humanidad, y desde luego a Ucrania, le conviene que Rusia salga de esta crisis debilitada, pero no desequilibrada ni desunida. Quien salga vencedor de la lucha por el poder —seguramente Putin, no nos engañemos—seguirá teniendo 6.000 ojivas nucleares a su disposición. Pero incluso esa amenaza es mucho mejor que el reparto de ese inmenso arsenal entre un hipotético puñado de repúblicas fallidas, sin ley, sin orden y sin futuro.
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