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13 de mayo de 2024

Un grupo de personas se reúne frente a la entrada de una oficina de inmigración en Berlín, Alemania

Un grupo de personas se reúne frente a la entrada de una oficina de inmigración en Berlín, AlemaniaAFP

La inmigración lleva a Europa al límite mientras intenta blindarse con leyes más drásticas

Alemania prepara un giro total en su política migratoria y se suma así a Reino Unido o Italia que han ido endureciendo sus normativas para controlar la llegada de ilegales

La inmigración ilegal se ha convertido en el elefante en la habitación de Europa. Todos los países en mayor o menor medida sufren este fenómeno y se ha convertido en un problema para los distintos Gobiernos desde Reino Unido, Francia, Alemania pasando por Bélgica e Italia. La política de puertas abiertas instaurada por la excanciller alemana Angela Merkel durante la crisis de los refugiados de 2015, por la guerra civil siria, se ha convertido ahora en un verdadero quebradero de cabeza.
Italia y Alemania se tiran los trastos, Francia e Italia siguen el mismo camino, Polonia y Alemania también y así sucesivamente entre muchos de los países que forman parte de la Unión Europea y que, en la actualidad, están negociando un pacto migratorio que no avanza y lleva meses congelado, precisamente, por las diferencias abismales en materia migratoria entre los diferentes Estados miembros.
Hungría y Polonia han dejado clara su postura en incontables ocasiones. Varsovia y Budapest se niegan a implantar la normativa de cuotas y acoger a inmigrantes de países de la Unión Europea tensionados por la llegada de ilegales, como es el caso de Italia. La Unión Europea ante esta negativa ha impuesto multas de 20.000 euros por persona a aquellos países que rechacen el reparto migratorio.
Pero esta rebeldía se ha propagado al resto de Europa. Francia se plantó y anunció que no acogería a inmigrantes de la isla italiana de Lampedusa, donde han llegado más de 10.000 inmigrantes y se ha tenido que decretar el estado de emergencia. Unas palabras que no sentaron nada bien en Italia y que posteriormente fueron matizadas por el Elíseo, que se ofreció a diseñar un plan conjunto con el Ejecutivo de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni.
Aun así, el trasfondo es evidente. La inmigración ilegal está agriando las relaciones entre los países europeos. Meloni reprochaba esta semana a su homólogo alemán, Olaf Scholz, que financie a oenegés que realizan rescates en el mar Mediterráneo, cementerio de miles de personas, que usan esta ruta para llegar a Europa de manera irregular. Por su parte, Alemania ha entrado en guerra con Polonia por una supuesta trama de venta de visados a inmigrantes bajo sobornos. Scholz ha respondido imponiendo controles fronterizos en la frontera germano-polaca y ha aprovechado para meter en el saco a la República Checa.
Alemania vive su propia crisis migratoria, al igual que la mayoría de los países europeos. Por ello, Berlín prepara un giro drástico en lo que respecta a su política migratoria. Scholz, presionado por la oposición que pide un pacto nacional en este asunto, se estaría planteado reforzar el sistema de deportaciones y limitar la acogida de refugiados a 200.000 por año. El debate es habitual, pero las últimas encuestas arrojan datos esclarecedores. La Oficina Federal de Migración y Refugiados (BAMF) ha registrado un total de 2.666.000 entradas a través de las fronteras alemanas en 2022, lo que supone un aumento del 77 % con respecto al año anterior.
Reino Unido que arengó a los votantes contra la Unión Europea por su política migratoria y fue uno de sus máximos a favor de la salida del ente comunitario sigue sin saber cómo poner solución al flujo migratorio del Canal de la Mancha. Un problema que ha enfriado las relaciones con Francia. La solución, hasta ahora, ha sido la construcción de un barco flotante, bautizado como Bibby Stockholm, donde hacinan a los ilegales que llegan a las costas británicas.
Eslovenia ha anunciado que refuerza los controles cerca de la frontera con Croacia por la presión migratoria. Suma y sigue. La peor parte, sin embargo, se la está llevando Italia–sin menospreciar a Grecia. Lampedusa ha sido el último ejemplo de la llegada de miles de inmigrantes a las costas europeas, cuya principal entrada es el país de la bota. Roma ha pedido ayuda tanto a Bruselas como a los Estados miembros que se lavan las manos, ya tienen suficiente con lo suyo.
Europa poco a poco se blinda ante la inmigración y la tendencia es hacia una política migratoria más dura, con mayores controles en las fronteras para intentar frenar un fenómeno que tensiona las relaciones entre lo países del Viejo Continente.
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