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30 de abril de 2024

Juan Rodríguez Garat
AnálisisJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Rusia, la Guerra Santa y la proliferación nuclear

De entre los muchos males desatados por la invasión de Ucrania, quizá el peor sea el paso de Rusia al lado oscuro de la humanidad

Actualizada 04:30

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, visita el 344.º Centro de Aviación del Ejército de entrenamiento de combate y transición de tripulaciones aéreas en Torzhok

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, visita el 344.º Centro de Aviación del Ejército de entrenamiento de combateAFP

«Ladran, Sancho, luego cabalgamos.» Esta frase, que Cervantes nunca escribió, se ha convertido en parte del Quijote por la vía que patentó Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler: «Una mentira, mil veces repetida, se convierte en verdad».
Lo cierto es que, aunque no sea de Cervantes, la frase merece formar parte del patrimonio cultural de los españoles. Es una bella imagen esa de cabalgar mientras ladran los perros. Debe de hacer que uno se sienta importante. Personalmente, no puedo evitar una punzada de envidia cuando yo, que tan feliz sería llevando en la grupa de mi caballo un poco de cultura de defensa para los españoles, apenas consigo arrancar unos pocos zumbidos metálicos de los únicos que siguen fielmente todos mis artículos: los desalmados –literalmente, sin alma– moradores de las granjas de bots.
Dicho esto, también los bots son armas del enemigo. No son letales, como los batallones mecanizados del Ejército ruso… aunque, visto lo ocurrido en los últimos dos años, quizá sean bastante más eficaces. Si queremos que Ucrania resista, nosotros no podemos permitirnos el lujo de ceder terreno. Vamos, pues, a ver en qué podemos hoy llevarles la contraria.

Rusia, en el lado oscuro

De entre los muchos males desatados por la invasión de Ucrania, quizá el peor sea el paso de Rusia al lado oscuro de la humanidad. Las sanciones occidentales, unilaterales –no podría ser de otra forma porque Rusia vetaría cualquier iniciativa en la ONU– pero respetadas de grado o por la fuerza económica de los EE.UU. en casi todas las naciones, China incluida, no le dejan a Putin otra salida que acercarse a la República Popular Democrática de Corea y al Irán de los ayatolás.
Son amistades en verdad peligrosas. Para Rusia y para el mundo. El acercamiento a Corea, bajo la urgente necesidad de reponer parte de la munición de artillería consumida en dos años de agresión, no va a hacer mejor a un régimen coreano que tiene la sartén por el mango: son ellos los que tienen lo que Rusia quiere. Al contrario, amenaza con convertir al propio Putin en un Kim Yong-un con esteroides. La hemeroteca lo demuestra: las apocalípticas palabras del líder ruso se parecen hoy mucho más a las diatribas del coreano que a lo que él mismo decía hace solo unos pocos años.

Amenaza con convertir al propio Putin en un Kim Yong-un con esteroides

Todavía parece más preocupante el acercamiento entre Moscú y Teherán. En este terreno se aprecia todavía mejor que, lejos de influir en el líder supremo iraní para que abandone la radicalidad, es Rusia la que se apunta a la explotación de la vieja arma de los ayatolás: la Guerra Santa.

«Guerra Santa» en Ucrania

Bajo el régimen de Stalin y sus sucesores, Rusia ya estuvo en el lado oscuro de la humanidad. Pero entonces, inspirada por el comunismo, al menos tenía los pies en la tierra. Ya no es así. Estos días, el patriarca Cirilo de Moscú, cabeza de la Iglesia Ortodoxa Rusa, ha tenido la desfachatez de firmar un documento que asegura que «desde la perspectiva espiritual y moral, la operación especial militar es una Guerra Santa, en la que Rusia y su pueblo defienden el espacio espiritual único de la Sagrada Rusia».
Hace ya casi un siglo que en España tuvimos una Cruzada. No voy a valorar éticamente nada que haya ocurrido antes de que yo naciera, porque yo me he criado en un mundo muy diferente y no podría ponerme en el lugar de mis abuelos. Ni en el de los abuelos de los demás. Nadie en mi generación ha visto arder iglesias, ni tampoco conozco a persona alguna que haya sentido la tentación de quemarlas. Pero eso no me impide apreciar que, cuando menos, la Iglesia española podría haber alegado legítima defensa: fueron asesinados 13 obispos y más de 4.000 sacerdotes.
Frente a la sangre de los religiosos españoles, las excusas del huraño Cirilo, que al parecer fue miembro de la KGB antes que fraile, parecen bastante traídas por los pelos. La primera es el deseo de independencia del pueblo ucraniano, que arrebata fieles a su congregación. Por esa misma razón ya mató Enrique VIII a muchos católicos en los albores de la Edad Moderna. Pero de nuevo debo insistir en que eran otros tiempos. No veo al Rey Carlos haciendo lo mismo.
El segundo de los pretextos del patriarca suena casi igual de antiguo que el anterior. Culpa Cirilo al satanismo occidental, cuya más obvia manifestación es la autorización de los desfiles del orgullo gay. A la vista de la solidez de los argumentos, habrá quien piense que la declaración de Guerra Santa, aplicada a la falsa operación especial en Ucrania, es una ofrenda al César Putin de aquello que le pertenece –el poder terrenal– más que un intento de dar a Dios lo que es de Dios.

La proliferación nuclear

Lo que haga Putin en la tierra rusa es cosa de Putin. Con la carta de la ONU en la mano, nosotros solo tenemos derecho a oponernos a aquello que nos perjudique en el exterior. Y ese es el caso del fruto más nocivo de su acercamiento a Corea e Irán: la proliferación nuclear.
La decisión del Kremlin de impedir el buen funcionamiento de las sanciones a Corea por la vía del veto a la renovación de las inspecciones, y la oferta de intercambiar armas por tecnología con dos de los países de peor reputación en el área de la proliferación nuclear y de los derechos humanos, son malas noticias para la humanidad. Particularmente en el caso de Irán, que tiene entre sus proxies a grupos que la UE considera terroristas, como Hezbolá o Hamás, además de a los hutíes del Yemen, que matan marinos en el mar Rojo… aunque, afortunadamente, no tantos como quisieran.
Dirá algún lector que hay una asociación parecida entre Estados Unidos e Israel. Y que, bajo el paraguas norteamericano, Tel Aviv ha desarrollado sus armas nucleares sin que nadie se oponga. Cierto. Pero, si excluimos los bots, no creo que nadie me acuse de supremacista occidental si me preocupo menos por las ojivas que están en manos de un régimen como el israelí, con los pies en el suelo, que por las que puede tener a su alcance un clérigo chií que quizá añore el paraíso. Un lugar que yo, personalmente, no tengo ninguna prisa en conocer.
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