El vértigo y la esperanza
La actividad política transformadora que aboga por un cambio radical en las degradadas democracias occidentales ha adquirido en un año un ritmo de vértigo
Todo el mundo occidental ha entrado en un proceso de cambio a velocidades inusitadas. La extrema toxicidad y el abismal fracaso político, social, económico y moral de la larga era progresista que se deja atrás impone una máxima celeridad a la adopción de las nuevas formas de la era entrante. Aunque el gran impulso histórico de la reelección de Donald Trump aun no haya triunfado con todas sus consecuencias en el resto de Occidente, en todas partes avanzan las fuerzas que quieren acabar de una vez por todas con los proyectos utópicos que devengan tarde o temprano en poder abusivo y criminal. El socialismo caníbal del asesino Nicolás Maduro, el aún carnívoro del autócrata criminal de Pedro Sánchez y el vegetariano abusador, falsario y cobarde de Von der Leyen y Nuñez Feijoo llevan todos a medio o largo plazo a la misma ruina y opresión y mentira. La solución es evitarlos a todos, combatirlos y vencerlos definitivamente como opciones hostiles al ser humano.
Triunfan los proyectos políticos de defensa de los intereses, la identidad y la libertad de naciones y personas en detrimento de los proyectos de defensa de la transformación de las personas y liquidación de las naciones y la libertad en aras del control social, el colectivismo y la igualdad entre los esclavos que no de los amos. Han empezado a pasar muchas y grandes cosas al respecto. La resignación, gran instrumento político de los canallas, está siendo abolida.
También en Iberoamérica, también en Oriente Medio y por supuesto, también en Europa. Donde debemos observar con mucha atención lo que hace Trump sin necesidad de imitarle porque son muchos en Europa los que en general tienen los mismos objetivos capitales que Trump: más libertad y más verdad, más nación y tradición, más iniciativa individual, más mérito y menos imposición, menos Estado y más sociedad. A nadie se le oculta que ante este cambio histórico las fuerzas inmovilistas y corruptas del sistema se resisten panza arriba.
La actividad política transformadora que aboga por un cambio radical en las degradadas democracias occidentales ha adquirido en un año un ritmo de vértigo. En Madrid se reúnen este fin de semana los líderes del partido europeo Patriotas que preside Santiago Abascal, también presidente de VOX. Están en la capital de España muchos de los líderes presentados por el bipartidismo socialdemócrata como terribles bestias negras del fascismo, nazismo, ultraderechismo y demás ismos. Hace años estos epítetos tenían éxito. Ahora ya solo aburren o inducen a la burla. Le Pen, Wilders, Orban, Salvini, Kickl, Ventura y el propio anfitrión y presidente Abascal no son dirigentes de partidos marginales sino los jefes de partidos de gobierno presentes o de muy próximo futuro. Todos sus partidos crecen. Los partidos de sus rivales menguan.
En la Cumbre de Madrid quedará patente el colosal efecto de la victoria de Trump y el gran momento para que las fuerzas patriotas, aliadas con otros conservadores y soberanistas, forjen la fuerza necesaria para acabar con un proyecto unitario, centralista y socialista de la Unión Europea que está finiquitado por su fracaso en todos los campos, el moral el primero. Los miembros del Partido Popular Europeo tienen la oportunidad de unirse al cambio o naufragar con la izquierda. Pronto tendrán que tomar decisión en este dilema.
En España tenemos un laboratorio muy especial para observar este cambio. Todas las fuerzas implicadas en la deriva hacia la degradación de la democracia, de la nación, de la economía y de la libertad individual se han unido para atacar a un solo partido que es VOX. Cuentan con el 95 % de los medios de comunicación y organización e instituciones dedicadas a la generación de opinión, incluidos colegios y universidades. Y sin embargo todas sus operaciones conjuntas con todas sus artimañas, agresiones, invenciones y perversiones no logran hacer mella en el proceso de crecimiento y reanimación del partido de los Patriotas.
Hay un factor fundamental para ello. Es que lo que predomina en estos extraordinarios momentos políticos, hace aun poco inconcebibles, es la esperanza. Con ella, la movilización en favor de un colosal cambio en la forma de hacer política, gobernar y hasta pensar. Ni los más feroces enemigos de Donald Trump, esos que, ridículamente, le han atribuido siempre la maldad absoluta y vocación de destruir el mundo, podían imaginar el terremoto mundial desencadenado con su llegada a la Casa Blanca. Y solo sus más estrechos colaboradores y más entusiastas partidarios podían creer que se habría de producir exactamente en los términos en que él la anunció esta vertiginosa irrupción de una apasionada e irrefrenable vocación de derribo, sustitución y cambio. Donald Trump ya había dicho que considera su presidencia una misión. Así la asume.
A nadie debe extrañar, tampoco debe importar, que sus enemigos estén otra vez llamándole Hitler. Pero tampoco ha de sorprender que, aunque algunos tengan algo de vértigo por el ritmo, sus seguidores en EE.UU. y en todo el mundo, porque en todo el mundo los tiene esta figura que ya es mucho más que un presidente de EE.UU., estén entusiasmados por dos semanas que ya han cambiado radicalmente el mundo.
La capacidad de resistencia de todos los partidos patriotas, conservadoras y soberanistas los hace ya imbatible para las mermadas fuerzas del sistema socialdemócrata. Luego en tiempos tan veloces como estos, pronto veremos muchos cambios que harán Europa otra vez grande con naciones soberanas unidas en las causas comunes y respeto a los intereses de todos y cada una. Una Europa a la que cada vez más europeos aspiran y que surgirá de las ruinas del proceso socialista, empobrecedor y totalitario.