Fundado en 1910
Juan Rodríguez Garat
Análisis militarJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Un Ejército europeo para contener a Rusia

Si se crease hoy un Ejército europeo para enfrentarse al ruso también tendría los pies de barro. No por nuestras carencias tecnológicas ni por falta de adiestramiento, sino por las deficiencias de nuestro alistamiento logístico

Actualizada 04:30

Integrantes del Ejército ucraniano, en acción en el conflicto con Rusia

Integrantes del Ejército ucraniano, en acción en el conflicto con RusiaAFP

Cansada de largos siglos de guerras interminables y cruentas que poco solucionaban, la Europa del siglo XXI carece de vocación militar. Como si fuéramos niños, nos hemos esforzado por creer que, si cerramos fuertemente los ojos, desaparecerá el monstruo que vive en el armario… pero, en el mundo real, eso siempre termina pagándose. El lobo ruso, que quizá solo fingía estar dormido mientras se recuperaba de las heridas de la Guerra Fría, vuelve a asomar las orejas y, después de décadas de dejación, los europeos lloramos como el estereotipo femenino de la época de Boabdil —nunca se sabe qué se puede decir y qué no— por no habernos dotado de un Ejército como es debido. Un Ejército que, además de hacernos sentir más seguros, nos daría la voz que Trump nos niega en sus negociaciones bilaterales sobre la guerra de Ucrania.

De que Europa llega tarde, mal y a rastras a la cita histórica dan fe las recientes palabras de Medvedev, expresidente de la Federación Rusa y ahora payaso de guardia en el Kremlin: «Es una solterona fría y loca de celos… es débil, fea e inútil», Rara vez hay que tomarse en serio lo que diga Medvedev, que lleva tres años entreteniéndonos con sus salidas de tono. Sin embargo, y si excluimos lo de fea —ahí Medvedev se ha dejado llevar por el entusiasmo— no le falta razón. Hay celos y debilidad en nuestra política. Con todo, es posible que aún estemos a tiempo de encontrar la manera de ser útiles a Ucrania y al mundo.

El testamento de Adán

Imaginemos que, en Arabia Saudí, Trump y Putin llegan a un acuerdo para repartirse una parte de nuestro continente. ¿Y qué? dirán los rusoplanistas y los trumpérrimos. Esa es la prerrogativa de los fuertes y, aunque eran otros tiempos, lo mismo hicieron en Tordesillas los reinos de Castilla y Portugal con los territorios todavía por descubrir allende los mares.

Salvando la extemporaneidad —el papado hacía entonces el papel de la ONU— el problema de ese razonamiento es que, aunque su objetivo pudiera ser la paz —el tratado de Tordesillas se sigue considerando un triunfo de la diplomacia— solo puede sostenerse por la fuerza. Cuando cambió el balance militar en Europa —y la historia nos enseña que siempre termina cambiando— quienes quedaron excluidos por la fuerza del pastel ultramarino se sintieron justificados para ir a la guerra en busca de su trozo. Entre los agraviados no estaba Macron, pero sí Francisco I de Francia, que con cierta sorna le pidió al Papa que le mostrase la cláusula del testamento de Adán, que le excluía del reparto del mundo y le dejaba todo a castellanos y portugueses.

Lo peor del hipotético Ejército europeo estaría en su liderazgo

Con independencia del derecho de Ucrania a la legítima defensa, Europa también podría preguntar a Trump —con Putin ya no nos hablamos— por el testamento de Adán. Pero, como le ocurrió al propio Francisco I, nadie nos va a hacer caso si no somos capaces de imponernos en el campo de batalla. Si Europa quiere que se escuche su voz en un mundo que, sin el menor respeto al Papa o a la ONU, se va a definir por la fuerza de las armas… necesita un Ejército.

El Ejército europeo

He escrito en numerosas ocasiones que el Ejército ruso es un gigante con pies de barro. Al retraso tecnológico, que inútilmente tratan de ocultar bajo espesas capas de propaganda, hay que unir el acomodo doctrinal —demasiados años de actuar como poder fáctico en lugar de prepararse para la guerra— y, quizá más importante, la falta de recursos para invertir en el adiestramiento. No es solo que los sistemas de armas de sus carros de combate, buques y aviones estén muy por detrás de lo que se produce en Occidente. Casi es peor el que a sus marinos les falten días de mar y a sus pilotos horas de vuelo. Y, aunque sea más difícil medir la actividad de sus carros de combate en tiempo de paz, seguramente también estará por debajo de la que se exige en la OTAN. Todas estas razones explican sobradamente el que, a pesar de su enorme superioridad numérica, la Federación Rusa lleve más de seis meses intentando expulsar al Ejército ucraniano de la región de Kursk.

Pero la guerra es, como mínimo, cosa de dos. Si se crease hoy un Ejército europeo para enfrentarse al ruso también tendría los pies de barro. No por nuestras carencias tecnológicas ni por falta de adiestramiento —tenemos grandes soldados en todos los escalones de nuestras Fuerzas Armadas— pero sí por las deficiencias de nuestro alistamiento logístico: quedan todavía en Europa demasiados almacenes vacíos.

Nuestro gigante tendría, además, un cuerpo deforme y desequilibrado. Tenemos mucho de lo que cada nación puede producir y comprar, pero poco de lo que, en la guerra, hace la diferencia. Sirva de ejemplo —la cabra tira al monte— el que sumemos más buques de escolta que la marina de los Estados Unidos… pero carezcamos de los grandes portaviones y buques anfibios en los que se basa la estrategia naval de los EE.UU.

Con todo, lo peor del hipotético Ejército europeo estaría en su liderazgo. Los militares tenemos por doctrina la de que el mando debe ser único. ¿Quién cree que se puede ganar una guerra bajo el liderazgo a 27 del Consejo Europeo? ¿Y qué decir del Comité Militar de la UE?

Permita el lector que, sin ánimo de generalizar, comparta una impresión personal. Finalizado el mando de la Fuerza Europea en la Operación Atalanta, comparecí ante el Comité Militar para dar cuenta de mis experiencias en aguas de Somalia. Se debatía entonces la posibilidad de aprobar ataques aéreos contra las playas donde los piratas dejaban sus embarcaciones y, a pesar de lo poco que estaba en juego desde la perspectiva de Europa, salí de allí con la impresión de que la mayoría de los representantes nacionales traía de casa la inamovible postura de su gobierno. A los rusoplanistas les encantará saber que a pocos de ellos parecía interesarles lo más mínimo cualquier cosa que yo pudiera contarles.

El Ejército de Ucrania

Un Ejército europeo con pies de barro, cuerpo deforme, cabeza de paja… todo eso tiene solución, pero no a corto plazo. Mientras eso se arregla —y, si El Debate me lo permite, añadiré algunas reflexiones sobre el asunto en futuros artículos—, Europa tiene ya un Ejército en pie de guerra que lleva conteniendo a Rusia desde hace casi tres años. Once, si contamos la falsa guerra civil del Donbás.

Un soldado patrulla ante una carretera destruida en Ucrania

Un soldado patrulla ante una carretera destruida en UcraniaEfe

Para que el Ejército ucraniano siga haciendo el trabajo de todos solo hace falta que Europa le dé esperanzas y apoyo. Las esperanzas pueden salirnos gratis, pero tienen que ir acompañadas de armas y dinero… o, lo que es lo mismo, dinero —Trump estará encantado de vendernos todo el material que Europa quiera pagar— y más dinero.

¿Cuánto? Solo para dejar las cosas como están si, al final, el impredecible Trump decide retirar la totalidad del apoyo norteamericano, serían necesarios alrededor de 80.000 millones de euros al año, casi el doble de lo que hemos venido aportando hasta la fecha. A mí, que vivo de mi pensión, la cifra me impresiona, pero es menos del 0,4 % del PIB europeo. Para los españoles, no llega a la décima parte de lo que supondría ese 5 % de inversión en defensa que nos exige Trump para defendernos. Y, además de librarnos de la amenaza de Putin y del chantaje del norteamericano, habremos defendido una causa justa.

comentarios
tracking