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Bart De Wever, el amigo de Puigdemont que ha jurado mantener la unidad de Bélgica

Primer ministro desde el 2 de febrero, ha atenuado tácticamente su maximalismo independentista para facilitar la gobernabilidad que saboteó durante años

El independentista Bart De Wever asume como primer ministro de Bélgica

Bart De Wever, primer ministro de BélgicaNicolas Maeterlinck / AFP

Bart De Wever (Mortsel, Amberes, 21.12.1970) líder independentista flamenco y primer ministro de Bélgica desde el pasado 3 de febrero ha empezado su mandato con buen pie: hace apenas dos días logró que la coalición gubernamental que dirige —mucho más heteróclita, sin ir más lejos, que las que rigen los destinos de los países germánicos— alcanzase un acuerdo que abarca medidas tan diversas como la consolidación de ciertas prestaciones sociales y el recorte de otras.

También cabe destacar el compromiso de que el gasto militar alcance el 2% del PIB antes de que acabe este año, aumento que será parcialmente financiado mediante una contribución específica sobre los bienes rusos congelados en Bélgica. Este acuerdo garantiza la gobernabilidad del país más ingobernable de Europa durante un buen par de años.

Versión belga del «España nos roba» de nacionalistas catalanes y vascos

Sobre todo, certifica el giro pragmático de De Wever, líder indiscutido de la independentista Nueva Alianza Flamenca (N-va) desde hace más de veinte años. Atrás quedan excentricidades ofensivas —hacia los francófonos— como aquella de 2005, encabezando un convoy de 12 furgonetas por el sur del país. Era, según él, el número de vehículos necesarios para transportar, en fajos de billetes de 50 euros, el dinero que paga cada año la región flamenca a las regiones valona y bruselense. Simbólicamente, hizo verter esta falsa carga ante un símbolo de la industria valona. Versión belga del «España nos roba» de nacionalistas catalanes y vascos.

Primer partido de Bélgica

Era su demagógica forma de denunciar las transferencias financieras, que consideraba demasiado elevadas, de Flandes a Valonia. «Fue una acción muy extrema y, vamos, no muy fina», terminó admitiendo De Wever. «Quería demostrar que Flandes está dispuesta a una solidaridad efectiva, pero no a transferencias interminables e incondicionales.» Un principio de propósito de enmienda que, sin embargo, tardaría una temporada larga en materializarse. Porque entre el vertido de billetes y las elecciones de 2024 —las que le han llevado al poder—, De Wever ha condicionado negativamente el tablero político, sobre todo desde que hace unos tres lustros la N-va se convirtiera, paradójicamente, en el primer partido de Bélgica.

Un periodo durante el cual tomó el pelo al Rey Alberto II, que le había encomendado una misión exploratoria de cara a la formación de un hipotético Gobierno —117 días para concluir que las divergencias entre centristas y nacionalistas flamencos, por un lado, y socialistas francófonos, por otro, superaban a las convergencias—, al tiempo que jugaba permanentemente al tira y afloja sobre la reforma institucional del Estado: mera táctica dilatoria para desestabilizar al país.

Lo cierto es que esa táctica algo rastrera le seguía ocasionando pingües beneficios políticos, siendo el principal de ellos la constante supremacía de la N-va sobre los de Interés Flamenco (Vlaams Belang), más radicales aún en sus planteamientos. Los segundos sueñan con reventar Bélgica, mientras que los de De Wever prefieren deshojarla a fuego lento. De ahí la propuesta estrella del líder: pasar de la fase federal –vigente desde 1992– a la confederal.

Para intentar que prosperase, De Wever, desde su feudo de Amberes —fue su alcalde entre 2013 y 2025—, entendió que tenía que modificar su imagen pública, empezando por el aspecto personal: perdió 58 kilos en apenas nueve meses. En el plano político, inició una lenta operación de seducción de la Bélgica sureña y francófona. Lenta, porque hubo que esperar a 2023 para que aceptase, por primera vez en 10 años, la invitación de un programa televisivo en francés. Aun así, precisó cínicamente, que estaba allí «para vender un producto».

El «producto» en cuestión era un ensayo en el que denunciaba el wokismo. Ese es el segundo pilar de la estrategia de De Wever: ganarse el favor de una mayoría de votantes de centro derecha, poniendo énfasis también en la inmigración, sin derivar. El plan pergeñado durante años ha funcionado: hoy es primer ministro de Bélgica, encargado de mantener la unidad que tanto ha combatido: juró «observar la Constitución» ante el Rey Felipe de los belgas. En cambio, en lo que no se ha moderado es en su apoyo incondicional a Carles Puigdemont y a sus pretensiones. Nacionalista, ante todo.