Horas, día y noche de radio
La radio de pilas, de una emisora a otra hasta sintonizar la Cope y sale Sánchez y dice lo que pasa pero no cuenta por qué pasa. Si esto le hubiera pasado a Rajoy dura un minuto. Y el procesamiento de su hermano pasa a un segundo plano...
Logramos subir al autobús tras una hora larga de espera. Almudena Martínez Fornés, Ana Martín y yo nos estrujábamos junto a decenas de personas. El «colectivo», como lo llaman en Argentina, iba a paso de oruga. El silencio habitual de la gente, impuesto con la irrupción de los teléfonos móviles, desapareció.
Hablamos con la mujer que iba a limpiar oficinas a las cuatro torres, hablamos con la señora que era vecina de otra joven, hablamos con una madre inquieta porque su hija estaba en la guardería, pero segura de que la atenderían… Hablamos y lo hicimos con esos desconocidos con los que nos cruzamos a diario y no nos dirigimos la palabra. Por primera vez en años los pasajeros, pegados unos a otros como en una lata de boquerones, nos humanizamos, recuperamos la comunicación y hasta el sentido del humor en momentos límite.
Algunos tenían miedo y eso une mucho. Otros, los silenciosos, miraban el móvil y repetían la operación para animar al dichoso dispositivo a funcionar. Al que tiene pinta de trabajar en una startup le caían las gotas de sudor por los nervios, porque el aire acondicionado funcionaba. Las hipótesis se sucedían en las conversaciones. Putin, los cables submarinos, un atentado o una avería tercermundista en España, en un país de la Unión Europea, en la cuarta economía del bloque... Como en Venezuela o Argentina, pero en Buenos Aires, en un abrir y cerrar de ojos, colocan los generadores en la calle y los edificios se construyen ya con ellos como plan B, como suministro de energía alternativa.
Llegamos a nuestra parada y Almudena sacó su coche. La radio funcionaba, empezamos a recibir el goteo de información mientras sorteábamos el atasco. Ana dispuesta a bajarse en cuanto reconocía las calles, Almudena empeñada en dejarla en su casa y luego en la mía. A callejear, porque la M30 era un fotograma de Día de Furia, pero no se oía un claxon. La radio del coche seguía informando y no era el apocalipsis, ni el Armagedon. Era el caos brutal de una gran ciudad y nos preguntamos qué pasa con los ancianos, con los que necesitan respiradores artificiales en sus domicilios, quién asistirá a los más vulnerables...
Por fin en casa y como el tango, en breve, todo a media luz y luego la noche, pero nunca el silencio. La radio, un transistor para mi y otro para el portero que seguía ahí sin moverse, desconcertado, pero sin abandonar su posición. La radio, de una emisora a otra hasta sintonizar la Cope y sale Pedro Sánchez y dice lo que pasa pero no cuenta por qué pasa. Si esto le hubiera pasado a Rajoy dura un minuto. Y el procesamiento de su hermano está en un segundo plano. A cada cual su desgracia, pero con Sánchez nos llegan demasiadas. La pandemia, Filomena, el volcán en erupción, la dana de Valencia, el apagón, la amnistía, el fiscal general del Estado que avergüenza, Begoña, su mujer, Ábalos y sus chicas, todo corrupción y más corrupción, pero a él no le pasa nada. No se mueve de la Moncloa.
Mis radios de pilas cumplieron hasta la medianoche que se hizo la luz y Almudena ya estaba en casa y Ana y yo, gracias a ella, también. Gracias. !Cómo me gusta la radio!