Cristina Kirchner: del Rolex Pearl Master a la tobillera electrónica
La expresidenta no podrá desprenderse del dispositivo electrónico en los próximos seis años. La justicia analiza si el inmueble del arresto domiciliario está «en blanco» o es susceptible de embargo al estar a nombre de Los Sauces, el hotel de otra causa judicial

La exvicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, tras la decisión de la Justicia de sostener su condena por currupción
Pidió prisión domiciliaria y se la dieron, sus abogados hicieron lo imposible para que la librasen de llevar una tobillera electrónica y no se lo concedieron, pero su escolta seguirá siendo la misma (los mismos). Cristina Elisabet Fernández, dos veces presidenta, exvicepresidenta en una ocasión, exsenadora y exdiputada en varias, —además de viuda eterna de Néstor Kirchner—, perdió la libertad y el poder.
Inhabilitada para ejercer cargos públicos de por vida, la condenada a seis años de encierro (en jaula de oro, pero en jaula) los pasa ya en uno de sus pisos del barrio porteño de Constitución, en el mismo edificio donde vive su hija Florencia Kirchner. La notificación judicial le llegó el martes por la tarde, pero con el correr de las horas empezaron las murmuraciones, las filtraciones y las dudas sobre si el lugar elegido por ella, es apto o no. La discusión giraba en torno a la propiedad del inmueble, a nombre de la sociedad del Hotel Los Sauces, otra de las causas que tiene en lista espera y que es susceptible, si no lo está ya de embargo.
En estos 17 años de proceso judicial jamás dijo: soy inocente.
La vida ya ha cambiado para CFK, siglas por las que se conoce a la mujer que en estos 17 años de proceso judicial jamás dijo: 'soy inocente'. A ella, a la que se creyó inmune, se le acabó salir al balcón disfrazada de Eva Perón con rodete (moño), se le terminó eso de bailar y saludar a dos manos al puñado de seguidores que hacían guardia en la calle con diferentes modelos. También a ella, se le terminó, antes de empezar, encabezar la caravana de la victoria/liturgia peronista hasta Comodoro Py, sede de los tribunales, que la iba a acompañar por la ciudad de Buenos Aires este miércoles, como si fuera a celebrar otra investidura.
Los suyos, que parecían no estar o ser pocos, en esta semana turbulenta, se quedaron huérfanos y marcharán sin ella, pero por ella. Además, lo harán divididos y cuando a su jefa, a la presidenta del Partido Justicialista (PJ), también le han arrebatado ese título. La ley prohíbe que la condenada dirija una formación política, así que tampoco le queda eso.Las ventanas del segundo piso del edificio que hace chaflán en la calle San José 111 están cerradas. El «cu-cu», como se refería el senador por Córdoba, Luis Juez, a la viuda de Kirchner, por sus salidas cada media hora al balcón, ya no se asoma más. El juez Jorge Gorini fue determinante: la condenada deberá «abstenerse de comportamientos que perturben a los vecinos.» En apenas cinco días esa esquina se convirtió en punto de encuentro de nostálgicos del kirchnerismo, de turistas curiosos por ver el «show de Cristina» y de pícaros que en un abrir y cerrar de ojos montaron parrillas para vender choripanes (bollos preñados de chorizo) a la concurrencia, que no multitud, que hacía guardia. A los últimos les echaron rápido y a los que pretendan quedarse, si insisten, será la propia Cristina Fernández la que tendrá que pedirles que se vayan. En caso contrario, el juez le avisó que revocaría la medida. Y eso, significaría compartir cárcel con presas comunes.
A la condenada, de 72 años, le fallaron los cálculos y el tiempo no le dio para refugiarse en los fueros que soñaba ganar este año como candidata a concejal —sí, concejal— por la Tercera Sección de Buenos Aires. La Corte Suprema «la madrugó» y confirmó lo que el mundo ya sabía: que es una corrupta, que se llenó los bolsillos con las concesiones fraudulentas de obras públicas y que la conocida como «causa vialidad» ha terminado con su carrera política. Cerca de 70 millones de euros, al cambio oficial, es lo que le reclama la justicia a ella y al resto de los condenados que trabajaban a sus órdenes.
El peronismo/Kirhnerismo está en crisis. Su líder ha caído en desgracia. No es Juan Domingo Perón en el exilio de Puerta de Hierro en Madrid y no podrá organizar reuniones políticas, ni «bajar línea» a los suyos que, pronto veremos, ya son de otros. El peronismo acompaña hasta la puerta del cementerio, pero no entra y ella, la que tuvo todo para pasar a la historia como un ejemplo, se perfuma, como diría su difunto amigo Hugo Chávez, con azufre.
Los fiscales Luciani y Mola expresaron su rechazo al arresto domiciliario. Concederle ese beneficio lo entendían como un agravio comparativo, aunque tenga más de 70 años. El juez ponderó la situación, los antecedentes y el efecto de tener a «Cristina entre rejas». El magistrado no les dio el gusto, pero accedió a la petición de obligarla a llevar esa tobillera electrónica que la perseguirá sine die. Para una mujer tan coqueta y que ha sido el poder personificado es difícil imaginar mayor humillación, salvo una celda tradicional. «El protocolo indica que debe llevar tobillera electrónica», insiste Ruben Fleiscker. «No debe haber excepciones».
La lista de las personas que pueden estar a su lado está restringida: su círculo familiar más estrecho y los escoltas con los que convive. También eso fue motivo de discusión. «Están a sus órdenes, responden a ella, ¿cómo van a garantizar que no se fugue?», claman los críticos. Los que la defienden la comparan con Lula y sueñan con su regreso a la Casa Rosada, pero ella sabe que no hay retorno. El presidente Javier Milei podría conmutarle la pena, indultarla, pero nadie cree que esa idea pueda pasar por la cabeza del hombre que necesita una mayoría legislativa y acaricia, con razón, la idea de una reelección.
La vida sigue y no es igual para todos, pero mucho menos para ella. Podrá ver pasar el tiempo con su reloj favorito, el Rolex Pearl Master, colgarse los bolsos de Hermes, hacer y deshacer maletas de Louis Vuitton, pero de esa celda llena de joyas, oro y dólares, no podrá salir. Al menos, durante seis años.