¿Una nueva etapa de apaciguamiento? Estados Unidos, Europa y las posibilidades de paz en Ucrania
Trump tiene el poder de cambiar sus opiniones y tácticas, pero el problema lo tenemos en una Europa más empeñada en mantener sus políticas ideológicas de una agenda ya caduca e imposible que en lograr una consistente fortaleza en seguridad y defensa
Soldados de países de la OTAN en ejercicios militares
Los países europeos están trabajando para desarrollar ejércitos más poderosos y una mejor base industrial de defensa, pero no lo suficientemente rápido como para satisfacer sus propias necesidades o las de Ucrania, envuelta en un largo conflicto.
De entre ellos, España lleva un importante retraso. El Gobierno de Pedro Sánchez entrampado en corrupción y estrangulado por sus acreedores, sus socios de extrema izquierda y ultranacionalistas, y carente de presupuestos, se demora para cumplir con sus responsabilidades con sus socios europeos.
Le preocupa más negociar el asunto del catalán y otras lenguas, para mantener el difícil equilibrio con los independentistas, que afrontar los problemas de primer orden que acucian a los ciudadanos españoles y europeos. La política exterior de Sánchez y su Sancho Panza, José Manuel Albares o 'Napoleunchu', como bien lo denomina el gran Ramón Pérez-Maura, nos arrastra a una insignificancia internacional mayor de la que ya padecemos. España se está convirtiendo en un lastre para una Unión Europea (UE), ya lastrada por unas malas políticas.
Europa tiene la prioridad objetiva de mejorar su capacidad de defensa hasta logra una autonomía suficiente. Tiene la prioridad de volver a ser actor principal en unas negociaciones de paz que le afectan en primera persona.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha dicho que no se retirará de la OTAN. Pero dada su hostilidad hacia Europa y su historial pacificador de retirar a su país de guerras extranjeras, ha mostrado en el pasado y ahora que busca una política exterior de apaciguamiento.
La primera pregunta es si en el Viejo Continente las nuevas generaciones estarían dispuestas a defenderla
Hoy día es difícil imaginar que tropas estadounidenses vengan a morir por Europa, como en otros tiempos. Pero la primera pregunta es si en el Viejo Continente las nuevas generaciones estarían dispuestas a defenderla.
¿Nos encontramos ante una nueva fase de apaciguamiento sin estar muy seguros de los posibles resultados? Es muy posible.
Recordemos que el apaciguamiento fue una estrategia diplomática que implica hacer concesiones ante una potencia extranjera agresiva con el fin de evitar la guerra o evitar que se amplíe un conflicto. El ejemplo paradigmático fue la política exterior británica, en la década de 1930, hacia la Alemania nazi y se asocia con su primer ministro Neville Chamberlain (1937-1940), aunque ya se daba con sus predecesores: James Ramsay MacDonald (1929–1935) y Stanley Baldwin (1935–1937).
Recordemos asimismo que Estados Unidos tardó en entrar en las pasadas guerras mundiales: en la Gran Guerra no entró hasta abril de 1917 y su presidente Woodrow Wilson fue un defensor a ultranza de la neutralidad, hasta el hundimiento del «RMS Lusitania» por un submarino alemán en la costa sur de Irlanda. Quizás, esto fue el detonante, pero a esas fechas la entrada de EE. UU. en el gran conflicto era ya inevitable, entre otras cosas porque Berlín, en ese momento, le ofreció a México un generoso apoyo financiero para entrar en guerra contra Estados Unidos y recuperar los territorios de Texas, Arizona y Nuevo México.
En la Segunda Guerra Mundial, durante los dos primeros años, también EE. UU. se mantuvo oficialmente neutral, aunque abastecía al Reino Unido, principalmente, y a la Unión Soviética y China, con materiales bélicos y suministros. El presidente Franklin D. Roosevelt era defensor de la neutralidad y la «no intervención», aunque era plenamente consciente de que la situación en Europa era cada vez más preocupante, hasta que todo se precipitó cuando el 7 de diciembre de 1941, Japón atacó la base naval de Pearl Harbor en Hawái. Durante ese tiempo, en que Estados Unidos se mantuvo al margen, fue creciendo exponencialmente en su capacidad militar, pasando a ser la mayor industria militar del mundo, algo que se mantiene hasta el presente.
Es cierto que Trump ha endurecido su tono hacia el presidente ruso, Vladimir Putin, pero no ha dado indicios de que esté dispuesto a tomar medidas muy enérgicas contra él y, por el momento, mantiene su voluntad de buscar la paz entre Rusia y Ucrania, en unas condiciones aceptables.
Por su parte, India y Arabia Saudí, no tienen interés en actuar contra el Kremlin, porque saben que la fortaleza de su posición actual la deben a la situación de este conflicto. Esto significa claramente que Putin seguirá obteniendo suficientes ingresos del comercio del petróleo para financiar la guerra.
La era de la paz en Europa llegó a su fin el 24 de febrero de 2022 y, la ilusión de una paz perpetua se acabó por el momento, es mucho más probable que la guerra en Ucrania continúe hasta un punto indeterminado. Putin no tiene motivos para ceder, y el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, no tiene motivos para rendirse. Zelenski cree que ceder ahora parte de Ucrania acabaría llevando a Kiev a perderlo todo.
Para él, en estas circunstancias, el alto el fuego al final del túnel es la luz de un tren que se aproxima. Lo único predeterminado es la muerte. Al menos esto ha opinado el exministro ucraniano de exteriores, Dmytro Kuleba, en un reciente artículo para la revista Foreign Affairs (30 de mayo de 2025).
Trump tiene el poder de cambiar sus opiniones y tácticas, pero el problema lo tenemos en una Europa, más empeñada en mantener sus políticas ideológicas de una agenda ya caduca e imposible (aquella llamada «2030 de desarrollo sostenible») es el no dirigirnos velozmente a acelerar los esfuerzos para ganar autonomía y lograr una consistente fortaleza en seguridad y defensa.