Trump, MAGA y las opciones de Irán
Trump juega en dos canchas, la geopolítica internacional, y la política doméstica. No puede dejar que ninguna de las dos se le escape
El presidente estadounidense, Donald Trump, en la Casa Blanca
Tres horas después de mandarle mi articulo al El Debate, Trump confirmó mi predicción y bombardeó las instalaciones nucleares de los Ayatolás. La administración americana, con Vance y Rubio a la cabeza, han sido muy cuidadosos en sus declaraciones posteriores. EE.UU. no está, ni quiere estar en guerra con Irán, ni va a perseguir un cambio de régimen activamente. Eso se lo dejan a los iranís y a Bibi Netanyahu. Pero se han reafirmado en dos compromisos absolutos: EE.UU. no va a permitir a Irán tener una bomba nuclear, y, si Irán escoge responder a través de ataques contra intereses americanos, la lista de objetivos es mucho más larga que las instalaciones destruidas. Trump juega en dos canchas, la geopolítica internacional, y la política doméstica. No puede dejar que ninguna de las dos se le escape.
Internacional: firmeza y aviso a navegantes
En el plano internacional, la acción americana ha supuesto un alivio en la mayoría de los palacios de la región, incluso aquellos que no pueden admitirlo abiertamente. Un Irán nuclear habría desatado una guerra armamentística en oriente medio con un final desconocido, pero solo de pensarlo da bastante miedo. Como era de esperar, fuera del mundo árabe, solo Putin y sus Matryoshkas (Medvedev, el chalado norcoreano, Cuba, Venezuela, Boric y Pakistan) han denunciado la acción. Rusia porque se queda sin uno de sus principales proveedores de drones. Los otros por puro antiamericanismo.
China lo ha hecho también, pero por pánico. China importa entre el 45 y el 50 % de todo su petróleo de países que necesitan transitar el estrecho de Ormuz. Irán ya ha amenazado; su parlamento aprobó cerrar (o minar) el estrecho al tráfico petrolero. Más del 20 % de la capacidad petrolera mundial pasa por ese angosto canal marítimo, que se encuentra a menos de 5 km de las aguas territoriales iranís. El bloqueo sería un estrangulamiento energético de China. Quizás eso evite que la sangre llegue al río, pero con los locos de la amama nunca se sabe.
El problema radica en que las opciones de Irán son muy limitadas. Si responde con ataques a intereses americanos, sean estos directos o a través de sus proxies, las autoridades americanas ya han advertido que la respuesta será muy severa, y no solo contra las instalaciones nucleares. Después del sábado, la amenaza tiene dientes. Si no hace nada, sería una prueba de debilidad que quizás refleje la realidad sobre el terreno, pero que seguro alentaría a la oposición interna y debilitaría aún más al régimen. No olvidemos que más de la mitad de la población iraní no es persa, entre árabes, kurdos, baluchis o azerís. Y estas minorías, relativamente oprimidas, no necesitan muchas excusas para lanzarse a la calle. Si vuelve a la mesa de negociación, sería también una suprema bajada de pantalones, pero nada nuevo para los Mulas. Ya en 1988, cuando se vio obligado a firmar la resolución 598 de la ONU, terminando la guerra con Iraq, Jomeini dijo que firmarla había sido como «beber un trago de veneno». Pero salvó al régimen. A lo mejor a Jamenei le toca beber del mismo vaso.
Con lo cual, parecería que en el plano internacional la apuesta de Trump tiene todas las de salirle bien. Incluso si hubiera algún coletazo por parte de los Hutiés o Hezbolá, las fuerzas estadounidenses están en alerta, y Trump ha dejado claro que preferiría evitar una escalada bélica. Pero, a fin de cuentas, el colapso del principal patrocinador de terrorismo a nivel mundial, y un aspirante a tener capacidad nuclear es una victoria para la seguridad nacional de Estados Unidos. Asimismo, evita una carrera armamentística en la región y manda un poderoso mensaje a rivales como China que, a la hora de la verdad, Estados Unidos está con sus aliados. Sus amigos en Taiwán, Japón o Corea del Sur seguro que duermen más tranquilos esta noche.
En casa la cosa no está tan fácil
En el plano doméstico, el bombardeo ha tenido más cola de la que incluso Trump podía haber esperado. El ala aislacionista de su coalición, ruidoso y omnipresente en las redes sociales se siente activamente traicionado. Consideran que la promesa de no inmiscuir a Estados Unidos en aventuras bélicas en el extranjero era casi un compromiso sagrado. Muchas de estas bases, escocidas tras las experiencias de Afganistán, Irak, Líbano, Siria o Somalia (y no digamos Vietnam) no quieren aventuras que no sean defender el «home front». Sus líderes visibles, como Charlie Kirk o Patrick Bet-David (de origen persa, por cierto), intentan pastorear a los gatos diciéndoles que Trump ha adquirido tanto crédito con ellos que deben fiarse de él. Pero no parece estar funcionando. Las redes sociales llevan 24 horas ardiendo con declaraciones de traición. Por cierto, la mayoría más vocal parecerían ser las cohortes jóvenes de la coalición, (o sea, a los que les tocaría ir a la guerra).
Para evitar que se descarrile del todo el tren, Trump ha lanzado a su hillbilly Vance a hacer entrevistas con el que le quiera ponerle una cebolla delante. Vance se ha pasado todo el día asegurando a su base que esto es una acción aislada, que bajo ningún concepto va a suponer poner botas americanas en Irán y que un Irán nuclear generaría, con certeza, un conflicto bélico más amplio y desastroso para los intereses americanos. Por fortuna para Trump, esta parte de su base no tiene donde ir. Es Donald o Trump. Hay que calmarles, darles cariño en el lomo, pero poco más. A esta «manosphere» (la comunidad de hombres conservadores online) le importa muchísimo más el bombardeo de la cultura woke que un par de bombas en Irán. Y el monstruo naranja lo sabe.
Afortunadamente para Trump, toda tostada tiene un lado con mantequilla. La aventura aérea parece haberle reconciliado con los elementos más tradicionales del partido republicano. Liderados por Lindsey Graham, los elementos «neocon» del partido llevan todo el día dando palmas con las orejas. Y tenerles contentos ahora mismo no es baladí. Los votos de Mitch McConnell, John Thune o Susan Collins, y sus 30-35 senadores más tradicionales son esenciales para que Trump logre aprobar su «Big, Beautiful Bill». Y todos saben que el presidente es un personaje que valora sobremanera la lealtad, sobre todo en momentos críticos como este.
Finalmente, el ataque sorpresa ha vuelto a coger a los demócratas con el pie cambiado. El partido, que ya goza de niveles de rechazo históricos y que no acaba de encontrar su ritmo, ha cometido el error de lanzarse a la yugular del de Mar-o-Lago por no haber solicitado permiso del congreso antes de lanzar el ataque. La loca de Ocasio-Cortez incluso está exigiendo que le hagan a Trump un impeachment.
Superficialmente, los demócratas parecerían tener razón. Bajo la sección octava del artículo primero de la constitución americana, solo el congreso tiene la potestad de declarar la guerra. Pero esa interpretación aislada y simplista ignora la realidad. El artículo dos de la constitución nombra al presidente como comandante en jefe y le da amplios poderes para actuar en casos de emergencias militares. Todos los presidentes americanos desde Truman han llevado a cabo acciones militares sin pedir permiso al congreso en más de 35 ocasiones. De hecho, el «War Powers Act», aprobado en 1973, reconoce esto explícitamente, dando al presidente la potestad de actuar, obligándole a informar al congreso a las 48 horas, y obligándole a retirar las tropas a los 60 días si no obtiene aprobación del congreso.
Pero, sobre todo, casi todo el pueblo americano, con amplia experiencia en estos temas, sabe distinguir muy bien entre escaramuzas, acciones bélicas aisladas y guerras. Si Trump hubiera invadido Groenlandia, los Demócratas seguro que tendrían al 90 % de la población marchando con ellos hacia Washington. Pero ponerse del lado de los dictadores teócratas de Teheran no parece la mejor manera de ganar adeptos. Como dijo el cómico Will Rogers, «Los demócratas siempre son capaces de arrancar la derrota de las fauces de la victoria». Y, para la parroquia nacional, que se sepa que hoy Trump, ha comido, está bien, y sigue profundamente enamorado.