Donald Trump sonríe feliz mientras su popularidad sigue en aumento
El «Síndrome del Odio a Trump»: crónica de una negación inútil
Se mire como se mire, esta semana hemos asistido a una ráfaga de victorias incontestables de la administración Trump. Casi tan divertido como ese hecho es presenciar cómo las cabezas parlantes de la izquierda incorregible en la telesfera, y todo tipo de afectados crónicos por el virus del «Trump Derangement Syndrome», se retuercen en sus ideologizados cerebros para intentar negar la más palmaria de las realidades.
Hemos culminado una semana verdaderamente sísmica en la presidencia de Trump. En el plano internacional, un alto el fuego quirúrgico entre Irán e Israel, con el programa nuclear iraní desmantelado sin una sola bota americana sobre el terreno, un testimonio de la eficacia del poder kinético frente a la diplomacia blanda.
Paz forjada entre el Congo y Ruanda, una gesta diplomática silenciada por quienes solo ven tinieblas. Y los eternamente subsidiados europeos, por fin, han tragado saliva y se han comprometido a asumir su propia defensa, una muestra de que la paciencia americana tiene un límite.
Además, se ha cerrado un histórico acuerdo comercial con China que, aunque aún en detalle, garantiza el acceso a los críticos minerales raros, blindando (al menos a corto plazo) el talón de Aquiles de la industria americana.
La Corte Suprema, con una ráfaga de lucidez en cinco decisiones a favor de la administración, ha puesto coto a la dictadura judicial
En el plano doméstico, una serie de victorias judiciales que reafirman la cordura constitucional: La Corte Suprema, con una ráfaga de lucidez en cinco decisiones a favor de la administración, ha puesto coto a la dictadura judicial de los jueces federales que, desde sus despachos, pretendían imponer medidas cautelares a nivel nacional; ha blindado el sagrado derecho de los padres a proteger a sus hijos de la insidiosa propaganda LGTBI en las escuelas, un bofetón a la ideología impuesta; y ha reafirmado el derecho del ejecutivo a salvaguardar la soberanía nacional deportando inmigrantes ilegales a terceros países.
Finalmente, ha comenzado a desmantelar la camisa de fuerza regulatoria medioambiental, alejando al país de la asfixiante dictadura de la Agenda 2030 y liberando la capacidad productiva. Todo esto, mientras el S&P500 pulveriza récords y la inflación se mantiene anclada alrededor del 2% a pesar de las falaces predicciones sobre las tarifas. Para muestra, un botón: la docena de huevos ha caído de un máximo de $6.5 en febrero a apenas $2.52 en junio, desmintiendo a los profetas del desastre.
Objetivamente, solo un ciego o un fanático podría negar que ha sido una semana estelar para Trump desde su regreso a la Casa Blanca. Pero, sordos a la realidad y ciegos a la evidencia, la histérica zurdosfera, haciendo malabares con medias verdades y mentiras completas, se afana en negar lo innegable. Quizás su credo se reduce al infantil principio tan arraigado en la izquierda española: «al enemigo, ni agua». Una actitud, por cierto, suicida. No solo desintegran su ya escasa credibilidad negando hechos, sino que, para su desgracia, la hemeroteca es una tumba de mentiras que no perdona.
La guerra arancelaria
Cuando inició la guerra arancelaria, vociferaban apocalipsis bursátiles; ahora que la inflación no solo no se disparó, sino que el mercado ha vuelto con una fuerza imparable, silencio sepulcral. Cuando Trump mostró los dientes a Irán, le tildaron de «loco» que nos arrastraría a una guerra sin fin en Oriente Medio. Ahora, tras desactivar —al menos a medio plazo— la amenaza nuclear iraní en apenas 12 días, en colaboración con Israel, intentan borrar de la historia la aplastante evidencia del éxito de los bombardeos.
Cuando la administración Trump demuestra flexibilidad táctica, gritan a los cuatro vientos que «Trump siempre se raja». Pero cuando traza líneas rojas inquebrantables y las cumple (a diferencia de los pusilánimes Obama, Biden o incluso Bush Jr.), lo tildan de lunático peligroso.
He llegado a la inevitable conclusión de que el «Trump Derangement Syndrome», o síndrome de fanatismo anti-Trump, no es una metáfora, sino una patología real. Se propaga, cual peste ideológica, a través de los medios y podcasts de la izquierda. Afortunadamente, su contagio se limita a las mentes ya tan secuestradas por la ideología que son incapaces de procesar la realidad. Una especie de auto-lobotomía mental.
La sensatez del ciudadano americano de a pie demuestra, una vez más, su superioridad cognitiva frente a los chillidos histéricos de la «zurdosfera». El respaldo a los bombardeos sobre Irán le ha catapultado del 20 % a superar el 50 % (según Axios), con una brecha abismal de más del 11 % frente a la oposición.
Entre los republicanos, la aprobación a Trump supera el 85 %
Entre los republicanos, la aprobación supera el 85 %. Más del 73 % veía el programa nuclear iraní como una amenaza existencial, y más del 60 % considera los ataques un éxito rotundo.
En el caso de las deportaciones o de poner fin al adoctrinamiento LGTBI, los niveles de aprobación son simplemente aplastantes, lo que los políticos sensatos denominan un «tema 80-20». Quizás la teoría de la «sabiduría de las masas», popularizada por James Surowezsky y que se remonta a John Galton, refleja con mayor fidelidad la realidad que la opinión sesgada de los supuestos «expertos», cegados por su visceral odio a Trump.
Los demócratas, fuera de juego
Pero lo más palpable y devastador para la izquierda es que los demócratas están absolutamente desconectados del pulso del americano medio, y sobre todo de los vitales independientes que catapultaron al «monstruo naranja» a la victoria.
Con cada ataque furibundo a Trump, las bases demócratas se radicalizan peligrosamente a la izquierda, una espiral que culmina en la elección suicida de un candidato abiertamente marxista para la alcaldía de Nueva York, un epitafio a la cordura.
Aunque la mayoría demócrata en los bastiones urbanos como Nueva York, Los Ángeles o Chicago no peligra de momento, la clave reside en los márgenes de victoria en esos centros urbanos frente a la implacable consolidación republicana en los suburbios y zonas rurales, donde las mayorías son ya rotundas.
Las estadísticas
Y todo apunta a que las excentricidades ideológicas de los demócratas en sus feudos urbanos están socavando progresivamente su apoyo en sus propias bases electorales: mujeres, negros e hispanos.
De hecho, la evidencia es demoledora: entre 2016 y 2024, el respaldo a Trump entre estos tres grupos ha sido un tsunami silencioso. En las mujeres, pasó del 41 % al 46 % (y en ambos casos, ¡frente a una candidata mujer!). Entre los negros, triplicó su apoyo, del 6 % al 15 %. Y entre los hispanos, la población con mayor crecimiento relativo, se disparó del 28 % al 48 %. Con esta hemorragia en su base, ¿cómo pretende el Partido Demócrata resurgir de sus cenizas? El tiempo lo dirá, pero el pronóstico es sombrío.