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España, la OTAN y la lealtad con los aliados

Ciego a lo que ocurre a su alrededor, nuestro Gobierno puede seguir defendiendo de cara al exterior que España es un aliado leal. Pero a los otros miembros de la Alianza quizá les parezca tan leal como el inquilino que deja de pagar las facturas de la defensa colectiva y se convierte en un okupa de la seguridad de todos

Sánchez está muy señalado entre los miembros de la OTAN

Sánchez está muy señalado entre los miembros de la OTANEl Debate (asistido por IA)

Se dice que en las relaciones entre las naciones no existe la amistad, sino los intereses compartidos. La regla, fundamental para entender la política exterior de los países que la tienen –no es, desafortunadamente, el caso de la España de hoy– tiene sus excepciones, pero podemos olvidarnos de ellas porque no estamos escribiendo una tesis doctoral sino un artículo para El Debate.

La Alianza Atlántica, como todas las demás, está unida por los intereses de sus miembros. ¿Y cuáles son esos intereses? En las primeras líneas del Tratado de Washington se habla de valores: libertad, herencia común, civilización, democracia e imperio de la ley. Y no, no se trata de una declaración vacía como podría pensar el lector suspicaz. Al contrario. Los españoles de mi generación todavía recordamos que la adhesión a esos valores, al menos formal, es parte de las señas de identidad del club. Sin embargo, el articulado deja perfectamente claro que el interés que se quiere proteger es la seguridad y que la herramienta para conseguirlo es la defensa colectiva.

Un mundo peor

El mundo de hoy no se parece mucho al de hace cinco años. Hay en Europa una guerra de agresión, acompañada de innumerables acciones de guerra híbrida contra quienes defienden el orden que mantuvo una relativa paz en el planeta durante siete décadas. Un orden desde luego imperfecto, construido a partir de una regla de conducta que no es justa ni injusta, sino necesaria: el respeto a la integridad territorial o, por expresarlo con cierta perspectiva histórica, la abolición del llamado «derecho de conquista» que tantas guerras había provocado en el pasado de la humanidad… y que un Putin hambriento de poder ha vuelto a poner sobre la mesa.

En defensa de su derecho a la conquista de Ucrania, el dictador del Kremlin emplea contra los países europeos de la Alianza Atlántica todo el arsenal de la guerra que llamamos híbrida: desde la desinformación al soborno y la compra de voluntades políticas, desde los ciberataques de cada día hasta la amenaza de una guerra nuclear, desde la violación del espacio aéreo europeo con drones o aviones de combate hasta el arrastre de cables submarinos en el Báltico.

¿Es la guerra híbrida un mito? Veamos un ejemplo que a los representantes de la Real Academia de la Mar nos presentaron los anfitriones del congreso de instituciones similares de diversos países europeos, celebrado en Göteborg hace unos pocos días. Cuando Suecia solicitó el ingreso en la OTAN se encontró con la oposición de Turquía, en parte por razones históricas y en parte por oportunismo político.

Erdogan vio en el proceso una oportunidad para presionar a los EE.UU., que le habían sancionado unilateralmente por haber comprado misiles antiaéreos rusos, de dudosa eficacia como se vio en Irán pero mucho más baratos que los Patriot norteamericanos. Quizá recuerde el lector que cada vez que el acuerdo parecía acercarse, alguien retrasaba el proceso quemando un ejemplar del Corán en las calles de Suecia. Desde que Erdogan levantó el veto, ningún sueco ha considerado necesario volver a quemar el libro sagrado de los musulmanes. Solo los rusoplanistas más atolondrados dejarán de ver la cerilla de Putin detrás de estos incendios.

Europa tiene miedo

En esta situación, Europa tiene miedo. Quizá no a una guerra total que a nadie convendría, sino a una hipótesis mucho más preocupante: la de que el propio miedo nos ponga de rodillas. Putin no nos respeta y, para restaurar la capacidad de disuasión, la UE ha publicado un libro blanco que enseña el camino para que las naciones que la forman lleven sus gastos de defensa a algo más del 3 % del PIB hacia el año 2030. Pero no se trata de gastar por gastar. La Comisión definió también las prioridades que es preciso aplicar a la lista de la compra, y justo es decir que no han sorprendido a nadie: la defensa de nuestros cielos y el ataque de precisión a larga distancia.

Putin no nos respeta y, para restaurar la capacidad de disuasión, la UE ha publicado un libro blanco que enseña el camin

¿Tiene razón la Comisión Europea? Los misiles balísticos y la defensa contra ellos han sido algunos de los mejores argumentos que, solo en el último año, Rusia y Ucrania, la India y Pakistán, Irán e Israel y, por no irnos solo a las guerras entre estados, los hutíes del Yemen han empleado para esa vieja costumbre humana de arreglar los fracasos de la política por otros medios. Ambas armas se han convertido en las dos primeras letras del alfabeto bélico de nuestros días... y Europa, analfabeta funcional, necesita volver a aprender a leer.

La OTAN y la defensa de Europa

Mientras lo hace, Europa solo puede mirar a la OTAN para que la defienda. La Alianza, como es lógico, también apuesta por el rearme pero, como la situación es la que es, tiene que resignarse a hacerlo bajo la errática batuta de Donald Trump. Para evitar una ruptura que solo favorecería a nuestros enemigos, los líderes políticos de los 32 países de la Alianza publicaron al final de la cumbre de La Haya esta declaración que copio textualmente: «Unidos ante profundas amenazas y desafíos de seguridad, en particular la amenaza a largo plazo que representa Rusia para la seguridad euroatlántica y la amenaza persistente del terrorismo, los Aliados se comprometen a invertir el 5 % del PIB anualmente en requisitos fundamentales de defensa, así como en gastos relacionados con la defensa y la seguridad para 2035».

Nuestro presidente no puso reparos a un texto que se me antoja bastante claro. Sin embargo, hay algo que él no debe de haber entendido bien en eso de que «los aliados se comprometen» –solo dos palabras, Allies commit, en el original– porque, nada más finalizar la cumbre, declaró en rueda de prensa que a él le bastará con un 2,1 % para cumplir sus compromisos con la Alianza. ¿Tan bien o mejor que el compromiso que acaba de adquirir de llegar al 5 % en 2035? Eso merece una reflexión aparte.

Los Objetivos de Capacidades

El presidente –y, por lo tanto, España– asegura que con ese 2,1 % del PIB puede cumplir con los Objetivos de Capacidades que acordó con la OTAN… antes, por cierto, de esa decisión política de invertir más recursos en nuestra defensa. Y ¿qué son exactamente esos objetivos? En pocas palabras, la relación de medios listos para el combate que España debería aportar para el cumplimiento de cada uno de los planes operativos de la Alianza.

Vaya por delante que desconozco cuáles son los objetivos concretos asignados a España en los últimos ciclos de planeamiento de la defensa aliada, y prefiero que sea así porque se trata de información clasificada que inevitablemente contaminaría mi propia opinión y podría deducirse de ella. Lo que sí puedo decir desde fuera del proceso –y me encantaría que lo desmintiera con datos el Ministerio de Defensa– es que ninguna de las inversiones que el Gobierno ha hecho públicas para llegar este año a ese 2 % del PIB que la OTAN acordó en 2014 va a mejorar sustancialmente la defensa de nuestros cielos ni nuestra capacidad para el ataque de precisión a larga distancia. ¿Qué quiere esto decir? Que si de verdad es cierto que España puede cumplir con sus objetivos militares por el camino que vamos, son esos objetivos lo que es preciso rectificar.

Aunque solo sea una pincelada, permita el lector que cuele de rondón una reflexión sobre la Armada, siquiera para demostrar que la cabra tira al monte. Incluso si nos quedáramos en el 2 % del PIB –y será la UE la que presione por el 3 %– en los próximos años vamos a invertir en defensa más del doble que en la década anterior. A pesar de esta súbita época de vacas gordas que no esperábamos hace pocos años, lo poco que en concreto sabemos de la Armada del 2030 es que, si nadie lo remedia, renunciaremos a la aviación embarcada.

No se ha anunciado la adquisición de más fragatas ni de más submarinos, de armas antibalísticas ni de misiles mar-tierra de largo alcance. Es cierto que la Armada tenía y aún tiene muchos agujeros que tapar y que esa debe ser la primera prioridad, pero ¿vamos a gastarnos el doble de dinero para devolver el poder naval español a la década de los 60 del siglo pasado?

¿Es España un aliado leal?

A pesar de todo, nuestro Gobierno asegura que España es un aliado leal. Bien está que lo diga, pero se apoya en un termómetro que solo mide uno de los síntomas de nuestro mal, precisamente el único que sugiere buena salud: la participación de nuestras Fuerzas Armadas en operaciones en el exterior. Un síntoma que, por cierto, se ve relativizado por nuestra inexplicable ausencia del mar Rojo cuando los salteadores hutíes atacaban a los buques mercantes en un camino que, como todos los de la mar, es responsabilidad de todos.

Si nos quitamos las anteojeras y miramos la situación desde una perspectiva más amplia, podemos reconocer que el gesto de nuestro presidente, ese enfrentamiento con Trump para mantener el apoyo de los partidos radicales que le acusan de haberse convertido en un «señor de la guerra», incomoda a los demás. A los que ven las orejas al lobo ruso, porque sienten que España no está a la altura de sus compromisos con la defensa colectiva. A los que están más lejos de Moscú, porque la pequeña rebelión de Sánchez contra el magnate norteamericano debilita su propia posición interna. Habrá quien, sin saber que en realidad nadie va a gastar el 5 % de su PIB en defensa en 2035 –objetivo que, ya sin Trump, se revisará en 2029– y que detrás de todo esto de las cifras no hay más que el deseo de mantener a los EE.UU. comprometidos con la defensa de Europa, se pregunte por qué ellos tienen que gastar más que los españoles para estar igual de seguros.

Ciego a lo que ocurre a su alrededor, nuestro Gobierno puede seguir defendiendo de cara al exterior que España es un aliado leal. Pero a los otros miembros de la Alianza quizá les parezca tan leal como el inquilino que deja de pagar las facturas de la defensa colectiva y se convierte en un okupa de la seguridad de todos. No, no nos van a echar. Como ocurre en España con los inquiokupas, no hay mecanismos para hacerlo. Pero, como ya hemos dicho, en las relaciones entre las naciones no existe la amistad, sino los intereses compartidos. Si España se empeña en convertirse en el talón de Aquiles material y moral de la defensa colectiva, como lo es Orbán en la Unión Europea, quizá a algunos no le importaría que nos fuéramos. Algo que alegraría a los socios del Gobierno, pero que dejaría a España a merced de los lobos. Quién sabe, quizá en el fondo sea lo que ellos desean.

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