España, en la diana de Trump
Trump va de farol en esta ocasión. A España no se le puede echar de la Alianza Atlántica. De acuerdo con el Tratado de Washington, vinculante para todos, solo los españoles pueden tomar esa decisión
Donald Trump y Pedro Sánchez
Trump, de nuevo Trump, vuelve a desatar sus iras sobre España. Y no lo hace por el poco airoso papel que hemos jugado en su aplaudido plan de paz para Gaza —imagino que el hombre ni siquiera se habrá enterado de nuestro coqueteo con Cuba, Nicaragua y el resto del llamado grupo de La Haya— sino por nuestra oposición a otro de sus planes, este bastante menos meditado: el de rearme de la Alianza.
Mientras el resto de los líderes de la OTAN prefirió responder con mano izquierda al poco razonable desafío de Trump —tampoco los EE.UU. llegarán a ese 5% que él exige a sus aliados— España optó por la confrontación pública. El lector y yo imaginamos perfectamente las razones de este enfrentamiento y ninguna de ellas pertenece a la esfera de lo militar, por lo que no me entretendré en ellas sino en sus consecuencias: quejas, distanciamiento, amenazas del magnate —primero fueron los aranceles, ahora la expulsión de la OTAN— y, por último, dudas, muchas dudas. Dudas sobre cómo afecta esta polémica al papel que España quiere jugar en el mundo… si es que de verdad existe detrás de todo esto una idea estratégica y no una subasta de votos en el Congreso.
España, culpable
Tiene razón en quejarse Donald Trump. En la última cumbre de la Alianza, la OTAN llegó a un acuerdo político de rearme que hipotéticamente nos llevaría hasta unas cifras —3,5% del PIB en gasto de defensa y 1,5 % adicional es gasto asociado— en el lejano horizonte temporal de 2035, seis años después de que el magnate deba finalizar su mandato.
Frente a ese acuerdo político alcanzado por unanimidad, nuestro presidente se ha refugiado en un tecnicismo: el análisis de los llamados «objetivos de capacidad», efectuado además por militares españoles que tienen la obligación de cumplir sus órdenes, le asegura que basta con un 2,1 % para cumplir sus compromisos con la Alianza… menos, obviamente, el más importante de todos ellos, el de gastar más en la defensa de todos.
No sé bien si quienes hemos analizado en público este complejo asunto hemos sabido trasladar a los españoles lo que esto supone. Imagine el lector que los vecinos de su inmueble deciden de forma unánime que todos deben gastar más para mejorar la iluminación del edificio. Usted se muestra de acuerdo… pero luego dice que es mejor que ese incremento de gasto lo asuman los demás porque a usted le basta con lo que venía poniendo para pagar su propia factura.
Los demás vecinos, como es obvio, no estarán felices con su decisión, aunque solo Trump tenga esa mezcla de imprudencia y desprecio por las formas de la diplomacia que le permite gritárselo a la cara. Pero la culpa no será de Trump, sino suya, que quiere pagar la mitad que los demás por la iluminación —aquí ponga el lector el término que prefiera: disuasión, seguridad o incluso peso en los foros internacionales— que todos comparten.
Una advertencia o un farol
Dicho esto, Trump va de farol en esta ocasión. A España no se le puede echar de la Alianza Atlántica. De acuerdo con el Tratado de Washington, vinculante para todos, solo los españoles pueden tomar esa decisión. Sí son posibles, en cambio, las sanciones unilaterales. Cuando Erdogan decidió adquirir misiles S-400 rusos para su defensa aérea, Donald Trump alegó razones de seguridad para prohibir la transferencia a Turquía de aviones F-35. Alguien dirá, alborozado, que a nosotros no nos afecta esto porque hemos renunciado al F-35, pero quien lo haga no habrá entendido nada de lo que ocurre: todavía dependemos de los EE.UU. para infinidad de sistemas de armas, incluyendo la defensa aérea de largo alcance, la mitad de nuestros aviones de combate y la práctica totalidad de nuestros buques de superficie.
¿Nos sancionará el magnate republicano por nuestra falta de compromiso? Seguramente no
¿Nos sancionará el magnate republicano por nuestra falta de compromiso? Seguramente no. Washington necesita las bases en España y nuestros suministros militares están avalados por contratos que a nadie beneficia romper. Admitamos, pues, que la probabilidad es baja, pero nunca es cero con un hombre como Donald Trump al timón, y los resultados serían catastróficos. Sin los EE.UU. e Israel, no solo las FAS —que al Gobierno quizá no le importen demasiado— sino la industria de defensa perdería todo lo ganado en décadas de fructífera colaboración con nuestros antiguos aliados del extremo opuesto del Mediterráneo y del otro lado del Atlántico.
Una piedra en el zapato
Con todo, lo que es inevitable que sufra con la postura de nuestro Gobierno es la cohesión de la Alianza. Lo que dice Trump lo piensan todos. Para muchos de nuestros socios, en particular los que tienen más miedo de Moscú, España ha pasado de ser poco más que un cero a la izquierda a una piedra en el zapato. Pero arrieros somos —pensarán ellos— y, aunque estemos alejados de Rusia, tampoco es que, mirando al sur, nosotros no tengamos nada de qué preocuparnos.