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Soldados polacos en la frontera con Bielorrusia

Soldados polacos en la frontera con BielorrusiaAFP

Polonia, en vilo: cómo es vivir con el miedo de ser empujado a una guerra contra Rusia

«Al principio pensábamos que todo terminaría en un par de semanas. Los mayores nos decían que, con Rusia, nada es tan rápido», relata un joven polaco a El Debate

Mateusz Nowak tiene 23 años y trabaja en una de las pequeñas tiendas Żabka ubicadas en la calle Żwirki i Wigury, la avenida que conduce al aeropuerto Chopin de Varsovia. Le suelen tocar los turnos nocturnos, aunque admite que a veces cambia horarios con sus compañeros para no trasnochar siempre. Los Żabka son mini tiendas abiertas 365 días al año, de siete de la mañana a once de la noche que venden de todo: desde un paquete de tabaco hasta pan fresco o un sándwich envasado.

Mateusz es uno de los pocos jóvenes polacos que siguen trabajando en la franquicia. Desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, la mayoría de estos puestos los ocupan ucranianos. Las tiendas se han convertido, casi sin pretenderlo, en puntos de encuentro para refugiados, exiliados e inmigrantes del país vecino. «Empiezan a llegar a partir de las seis de la tarde, cuando salen del trabajo. Compran bebida, algún paquete de tabaco y se quedan en la puerta esperando a otros compatriotas. Comparten sus historias, sus miedos, y se preguntan cuándo podrán volver a casa», cuenta Mateusz.

¿Cuándo volver a casa? Es la pregunta que más se repite entre los ucranianos en Polonia. Los polacos, en cambio, se preguntan: ¿y si la guerra llega aquí?

Desde que, en septiembre, varios drones rusos cruzaron brevemente el espacio aéreo polaco, la sensación de amenaza se volvió más nítida. Se percibe en tiendas como la de Mateusz, en los cafés universitarios y en los barrios obreros: una especie de espera tensa, la idea de que la guerra ya no es solo cosa de Ucrania, sino un peligro que podría cruzar la frontera. «Al principio pensábamos que todo terminaría en un par de semanas. Los mayores nos decían que, con Rusia, nada es tan rápido. Ahora me he acostumbrado a escuchar noticias de bombardeos cada día. Cuando empezó todo tenía 20 años; voy camino de los 24. Llevamos casi cuatro años viviendo al lado de una guerra sin fin. Antes pensaba en cosas de adolescentes; ahora pienso en mi familia, en mis amigos y en qué haría yo si tuviera que huir», reflexiona Mateusz.

Mateusz Nowak, en la tienda

Mateusz Nowak, en una de las pequeñas tiendas Żabka ubicadas en la calle Żwirki i WiguryLidia Fernández

Polonia comparte más de 500 kilómetros de frontera con Ucrania. No es extraño que el temor se extienda: más de la mitad de la población apoya aumentar el gasto militar – Polonia ya es, junto con Lituania, el país que más invierte en defensa– aun si eso implica recortes en servicios sociales. El miedo tiene efectos concretos en la vida diaria: hay quienes evitan viajar al sur del país; otros, comienzan a ahorrar pensando en posibles subidas de impuestos o incluso una huida y algunos contemplan apuntarse a la mili voluntaria que el Gobierno abrió hace apenas un mes. Según datos de las últimas encuestas en el país, un 69 % de los encuestados apoya entrenamiento militar obligatorio en las escuelas.

Un 43,6 % de los polacos teme un estallido de guerra mundial en los próximos meses

El recuerdo de la Segunda Guerra Mundial –y la sensación de que el país fue abandonado por sus aliados– sigue moldeando la mentalidad polaca. Las encuestas son el termómetro de este clima: un sondeo del Instituto IBRiS muestra que un 43,6 % de los polacos teme un estallido de guerra mundial en los próximos meses. Otro estudio del Instituto Pollster, realizado después de las incursiones de drones rusos, indica que el 55 % considera posible que Polonia entre en guerra. Y el European National Panels reveló el año pasado que el miedo al conflicto superó por primera vez a la preocupación por la inflación en el país.

Productos y precios de la tiendas Żabka, en la calle Żwirki i Wigury

Productos y precios de la tiendas Żabka, en la calle Żwirki i WiguryLidia Fernández

¿Ambiente belicista?

No, pero sí un país en guardia. No hay movilizaciones masivas ni exaltación bélica. Lo que sí existe es una sociedad mucho más consciente de la amenaza. El debate público se centra en reforzar la defensa nacional; Polonia ha sido el país más beneficiado del programa SAFE de la Unión Europea con casi 44.000 millones de euros.

Desde el inicio de la invasión, el acceso a armas se ha simplificado. Las cifras lo evidencian: en 2021 había 660.000 licencias registradas; en 2022, 760.000; en 2023 se emitieron 40.900 nuevas licencias y en 2024, otras 45.800. A finales de 2024, Polonia contaba con alrededor de 930.100 armas registradas, la cifra más alta desde la caída del comunismo.

Entre cajas y productos que coloca en el mostrador, Mateusz se sincera: «Quiero viajar por Europa, conocer países, y hacerlo con la tranquilidad de que mi país está en paz, de que cuando vuelva todo seguirá igual. Me sorprende cuando vosotros, los españoles, italianos o franceses, decís que somos 'el Este'. Para nosotros, el Este es Rusia. Nosotros somos el centro». Y añade una de las cuestiones que muchos polacos repiten hoy: «Antes los políticos hablaban de economía. Ahora hablan de cuánto dinero enviar a Ucrania, de si hay que recortar ayudas a los ucranianos, de si los precios suben por culpa de la guerra».

La inflación lo explica. En 2021 era del 5,06 %; en 2022 se disparó un 9,37 % llegando al 14,43 %. En 2025 se ha moderado al 4,9 %, pero los precios continúan al alza, sobre todo los alimentos, bebidas no alcohólicas y servicios básicos como gas, electricidad, agua y transporte. «Echo de menos el tiempo antes de 2022, creo que la gente era más feliz», dice Mateusz.

Polonia vive entre la incertidumbre y la vigilancia. La guerra ya no se percibe «allá lejos», sino «aquí cerca». La inquietud ha calado en jóvenes como Mateusz, en familias con hijos pequeños, en ancianos… prácticamente en toda la sociedad. No hay un deseo de guerra, sino una aceptación resignada: con un conflicto activo al lado, la seguridad ya no puede darse por sentada. Y eso, para un país marcado por su historia, pesa. Ese pragmatismo de una mezcla de temor, responsabilidad y realismo es la reacción más polaca de todas: no la histeria, sino la vigilancia constante.

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