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Lucía Hiriart con su marido Augusto Pinochet

Lucía Hiriart con su marido Augusto PinochetEFE

Lucía Hiriart (1922-2021)

La intrigante consorte de Pinochet

Ejerció una influencia palpable sobre el mandatario, pero no se libró del escarnio público cuando volvió la democracia

Icono Lucía Hiriart
Nació en Antofagasta el 10 de diciembre de 1922 y falleció en Santiafo de Chile el 16 de diciembre de 2021 Casada en 1943 con Augusto Pinochet Ugarte, fue primera dama de Chile entre 1973 y 1990.

Lucía Hiriart Rodríguez 

Lucía Hiriart Rodríguez se ciñó, en apariencia, a los criterios clásicos –los que han imperado hasta tiempos recientes– de las primeras damas: acompañaba a su marido a determinados actos oficiales, permaneciendo siempre en segundo plano, se encargaba de la educación de la prole –tres hijas y dos hijos en su caso– y patrocinó un buen puñado de obras benéficas. La realidad era algo distinta, pues la mayoría de los observadores coincide en señalar que ejerció una persistente influencia sobre el general Augusto Pinochet durante los 17 años (1973-1990) en que éste rigió con mano de hierro los destinos de Chile.

Incluso algunos dicen abiertamente que ante las dudas de última hora que acecharon al futuro dictador, fue Hiriart, persona de fuerte carácter, quien le animó a involucrarse de lleno en el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende. Y añaden el papel decisivo que habría jugado en el cese del ministro de Asuntos Exteriores Hernán Cubillos –por el fiasco de la cancelación de una visita de Estado a Filipinas cuando el avión ya había despegado– o la continuidad del general Manuel Contreras al frente de la Dirección de Inteligencia Nacional, de siniestro recuerdo.

Entre los hechos comprobados están la veintena de asesores que tenía a su servicio en la sede del Gobierno. Le organizaban, entre otras actividades, ruedas de prensa y comparecencias públicas que aprovechaba para dar su opinión –generalmente polémica– sobre los asuntos más diversos de la actualidad chilena del momento. También hay pruebas abundantes de su relación patológica con el dinero, siendo la prueba más fehaciente el sólido patrimonio inmobiliario acumulado por el matrimonio Pinochet-Hiriart durante su ocupación del poder. 

En el capítulo de las extravagancias conviene señalar que, siguiendo la tradición de muchas consortes de dictadores, Hiriart no reparaba en gastos para decorar sus residencias con materiales lujosos que solía encargar en Europa ya fuera por catálogo o durante sus estancias privadas. Porque la única vez que viajó al Viejo Continente de forma oficial fue a España para asistir, en compañía de su marido, a los funerales de Francisco Franco. Tampoco se privaba Hiriart en lo tocante a su vestimenta. Ni a su apariencia: baste decir que un conocido personaje televisivo hacía las veces de esteticista personal. 

Más grave es la vertiente supuestamente delictiva, que salió a la luz tras dejar el Palacio de la Moneda. En 2005 fue imputada por complicidad de fraude fiscal en el Caso Riggs –relativo a las cuentas bancarias no declaradas de los Pinochet en el extranjero–, si bien las acusaciones en su contra terminaron siendo revocadas. Volvió a tener suerte dos años después, cuando otra causa, esta vez por malversación de fondos públicos, fue igualmente sobreseída por la falta de garantías durante su detención.

Este caso tenía que ver con la Fundación Cema –acrónimo de Centros de Madres– creada en los cincuenta para fomentar la promoción de la mujer. Desde entonces estuvo presidida por las primeras damas de Chile hasta que, en noviembre de 1989, es decir, meses antes de que Pinochet dejase la jefatura del Estado, Hiriart forzó un cambio de estatutos para que la presidencia fuera asumida por la mujer del Comandante en Jefe del Ejército, cargo que el antiguo mandatario siguió ejerciendo hasta 1998. Era una forma de preservar una controvertida gestión caracterizada por el traspaso masivo e ilícito de bienes inmobiliarios de titularidad pública al patrimonio de la fundación. El desprestigio fue de tal magnitud que Cema acabó siendo disuelta. 

Probablemente, no era esta la trayectoria que contemplaba la joven Lucía Hiriart, retoña de la alta sociedad liberal –su padre, Osvaldo, masón de altos vuelos, fue ministro del Interior– cuando conoció al entonces subteniente Augusto Pinochet Ugarte allá por 1941. El idilio afloró con rapidez, pero el noviazgo fue largo: había que superar la oposición de sus padres, que no veían con buenos ojos emparentar con un oficial al que consideraban de condición social inferior. Se casaron a principios de 1943 y emprendieron una apacible vida de familia castrense hasta el 10 de septiembre de 1973: ese día, víspera de la toma del poder, Pinochet envió a su mujer e hijos cerca de la frontera argentina, para que pudieran cruzarla si fracasaba el asalto al Palacio de la Moneda. No fue necesario.