Luis Suárez, en su etapa en el Inter de Milán
Luis Suárez (1935 – 2023)
El aristócrata del balón
El gallego triunfó con el Barça, el Inter y con la selección. Cuatro veces subió al podio del Balón de Oro, que ganó en 1960
Luis Suárez Miramontes
Nació en La Coruña el 2 de mayo de 1935 y murió en Milán, Italia, el 9 de julio de 2023
Podía haber trabajado en la carnicería que regentaban sus padres en la Avenida de Hércules, pero rápidamente entendió que el fútbol era lo suyo
Cuando Luisito –nadie en su Coruña natal lo llama Luis– ganó el Balón de Oro, del primero que se acordó fue de Rodrigo García Vizoso, a quien siempre nombró como el entrenador que más le ayudó en su carrera. Lo curioso es que ni siquiera fue su técnico. Rodrigo, que había sido una leyenda del Dépor como portero, sí entrenó a uno de sus hermanos en el Deportivo Juvenil. Entonces, Luisito era un crío de apenas nueve años que asistía a todos los entrenamientos de aquel equipo. Y Rodrigo le daba nociones de fútbol que nunca olvidó y que siempre consideró fundamentales. No solo eso: «Las primeras botas de Luisito se las hice yo mismo en la Fábrica de Armas, donde trabajaba. Se las merecía. Aquel niño le pegaba de bandera», me contó en una ocasión Rodrigo y corrobó el propio destinatario de los borceguíes. Sirva esta anécdota para ilustrar la personalidad de Luis Suárez, un futbolista que alcanzó la aristocracia del fútbol (L’Equipe dixit) pero siempre honró sus humildes orígenes.
Fallecido este domingo a los 88 años, nació un 2 de mayo de 1935 en el barrio de Monte Alto, allí donde el sentimiento identitario es más fuerte, y eso le marcó. Tras casi toda una vida residiendo fuera, Luisito conservó su acento coruñés intacto hasta su muerte, como si nunca hubiese salido de los lindes del barrio. En el número 20 de la avenida de Hércules, donde vio la primera luz, una placa colocada por el Ayuntamiento lo reconoce desde 2011 como «El arquitecto del fútbol».
El chaval cursó estudios de Comercio, pero no se le daba bien. Soñaba con ser cirujano, pero no le gustaba manejar los cuchillos en la carnicería familiar, donde ayudaba sobre todo repartiendo encargos. Tampoco había demasiados pedidos: era un barrio humilde, y la carne era un producto de lujo para la mayoría de sus vecinos.
Lo que más le gustaba, con mucha diferencia, era el fútbol. Se pasaba los días entre el Campo de La Luna, el Campo de la Traída, el Campo de la Rata y el Campo del Hospicio, modestos terrenos de tierra de su barrio. Jugó en el Perseverancia, el equipo de su parroquia, Santo Tomás, club desaparecido. También vistió durante algunos partidos (cinco o seis, recordaba el propio Luisito) la camiseta del Marte, entidad que hoy sigue en activo en el corazón de Monte Alto. Ya entonces actuaba como interior izquierdo. César, Panizo y Di Stéfano eran los ídolos de aquel crío.
Su vida cambió cuando el argentino Alejandro Scopelli llegó en la temporada 1949-1950 al Deportivo, al que convirtió en subcampeón de Liga esa misma campaña. Scopelli hizo un casting de promesas que Luisito superó. Ingresó en una escuadra del Deportivo que disputaba partidos en Riazor justo antes que el primer equipo, en plan aperitivo, y fue ahí donde la afición le echó el ojo por primera vez. Pasó al juvenil y de ahí al filial deportivista, el Fabril, que fue campeón gallego de aficionados con una delantera formada por Pacho, Alvedro, Borrazás, Luis Suárez y Naya.
El 6 de diciembre de 1953 debutó con el Deportivo, curiosamente en el campo del Barça, cuya estrella era Kubala: Las Corts aplaudió varias acciones del joven coruñés. En 2011, su ciudad natal le dedicó una exposición. Presté unos cromos del Dépor de esta temporada iniciática, y Luisito se quedó pasmado al verlos en una vitrina. «¡No sabía yo que les había dado tiempo a sacar el cromo mío con el Dépor! ¡Si jugué muy poco!», me comentó. En efecto, solo jugó 17 partidos con la blanquiazul, en los que hizo dos goles y proporcionó cuatro asistencias, según los datos de su biógrafo Xan Fraga. Por cierto, a parte de la crítica deportiva y a un sector de la afición no le gustaba su estilo de juego, que consideraban poco combativo. Muchos años después, Arsenio Iglesias, que jugó con él esa temporada, recordaba ese ambiente extraño en Riazor: «El balón le llegaba y, en un pestañeo, ya estaba en otro lado. Increíblemente, le pitaban. Si a él le pitaban, a los demás nos tenían que matar. Era un crío y ya era el mejor de todos».
El presidente deportivista, el doctor Antonio Martinez Rumbo, formaba parte de los críticos. Lo calzó en la operación de traspaso de Dagoberto Moll al Barça: 600.000 pesetas por los dos. Según las cuentas detalladas por Xan Fraga, fueron 250.000 por cada uno de ellos, más otros 100.000 que el Deportivo debía a los jugadores (80.000 a Moll y 20.000 a Suárez) y el club catalán asumió.
El mandatario quedó encantado de haber encarecido el acuerdo endosando al conjunto culé a un futbolista que creía un bluf, y fue presumiendo de ello allá donde quisieron escucharlo. Tan contento estaba que otorgó la máxima distinción de la entidad, la insignia de oro y brillantes, por primera vez: se la concedió a Moll y a Suárez, el bueno y el que iba de paquete, según su consideración. Años después pediría perdón a Luisito por no haber sabido apreciar sus cualidades.
El chaval debutó esa misma campaña 1953-1954 en el Barça, en la Copa, que entonces se disputaba al final de temporada. Con 19 años, jugó la final del torneo del K.O, donde el Valencia arrolló a los culés. Después se desquitaría de largo. Con el conjunto blaugrana ganó títulos a pares: dos de Copa (1956-1957 y 1959-1960), un par de Ligas (1958-1959 y 1959-1960) y dos Copas de Ferias (1955-1958 y 1958-1960). Disputó 216 partidos y anotó 114 goles.
De entrada alternó el primer equipo con el filial, el España Industrial. Con Helenio Herrera (1957-1958 y 1958-1959) pasó a ser capitán general. Desde el principio, y aunque fueron grandes amigos, se quiso establecer una rivalidad entre él y el mito Kubala: no le favoreció esa división entre los kubalistas (mayoría absoluta) y los suaristas (minoría). Aunque jamás le escuché hacer un solo reproche al Barça, cuando hablaba de su paso por este club sí se notaba que se la había quedado clavada cierta espinita. Y es que el aprecio de la afición, que le silbaba a menudo a cuenta de esa rivalidad, estuvo lejos de lo que se merecía.
Recibió el Balón de Oro en 1960. Fue el primer español en ganarlo, y aún sigue siendo el único hombre nacido en España que lo posee. Tenía 24 años: el más joven en lograrlo hasta entonces. Recordaba la entrega del trofeo casi como un acto clandestino. «Me lo dieron antes de un partido, lo levanté y ya está. Creo que ni salió en prensa. Aquello no tenía nada del glamur que tiene ahora», me dijo en una ocasión. Se alegró cuando le conté que sí lo había encontrado en prensa, incluso en portada. Por su ciudad natal corre la leyenda de que el Balón de Oro se llegó a exponer en la carnicería familiar, pero es algo que me ha desmentido el propio protagonista. Desde 2015 el trofeo luce en el museo del Barça, donado por el ganador. Luisito fue segundo en la votación del Balón de Oro en 1961, tercero en 1963 y de nuevo segundo en 1964. Desde la modestia, siempre decía que el de 1964, cuando ganó la Copa de Europa con el Inter y la Eurocopa con España, tendría que haber sido para él.
¿Qué cualidades la hicieron acreedor de ese premio? Así se definía Luisito: «Yo juego normalmente como interior izquierda y más bien poco en punta. En la práctica, vengo a ser lo mismo que un medio adelantado. Pretendo hacer un fútbol simple, fácil. Entiendo que el fútbol lo es, salvo que uno mismo quiera complicarlo y desvirtuarlo. Desde mi puesto, en general, el mejor servicio reside en el pase». El pase en largo era su gran virtud, sí, pero también los disparos desde fuera del área (en su ciudad se dice que fue el primer español que usó el efecto en el disparo). Era casi infalible desde el punto de penalti y muy efectivo en los golpes francos. De los jugadores de la gran España de la triple corona (Eurocopa, Mundial, Eurocopa) se identificaba con Xavi.
Así lo definió L’Equipe: «Suárez amansa el balón, dribla como nadie, coloca la pelota donde y cuando quiere, con un error máximo de milímetros. Parece un duque en el campo. Corre con elegancia. Da la impresión de que no suda. Es un aristócrata del balón y su fútbol es como si en un espectáculo de ballet moderno y en una sola persona se reuniesen el atleta, el bailarín y el director de orquesta».
Abandonó el Barça en la campaña 1960-1961, en la que el conjunto culé fue cuarto en la Liga y perdió la Copa de Europa en Berna en la famosa final de los postes. Fue entonces cuando Helenio Herrera (HH) lo reclamó desde el Inter de Milán. «Había problemas, se me criticaba mucho, me faltaba tranquilidad. Antes de mi marcha, me ofreció las mismas condiciones que el Inter, pero me pareció mejor buscar nuevos aires», contaba sobre su marcha del club catalán. Pepe Samitier, leyenda del Barça como jugador y entrenador, fue muy crítico con esa operación unos pocos meses después: «Se ha vendido una camiseta de lana para comprar varias de algodón… y ahora pasan frío». El tiempo le dio la razón: tras la marcha de Suárez, el Barcelona no ganó una Liga hasta 1974, en la primera campaña de Cruyff. Vendió al coruñés por 25 millones de pesetas, en el que fue el mayor traspaso de la historia hasta entonces. Luisito siempre presumía de que una grada del Camp Nou la había pagado él, en alusión a esa millonada.
En el Inter fue inmensamente feliz de la mano de HH. Tres scudetti (1962-1963, 1964-1965 y 1965-1966), dos Copas de Europa (1963-1964 y 1964-1965) y dos Intercontinentales (1964 y 1965) lustran su excelso palmarés con el conjunto italiano. Se ganó la admiración del fútbol transalpino: Sandro Mazzola lo llamaba «El Comandante». En sus 358 encuentros como interista anotó 55 goles.
Paralelamente a su carrera en los clubes, El Arquitecto –así lo bautizó Di Stéfano– construyó una España potente. No tenía ni 22 años cuando defendió por primera vez la camiseta de su país, en enero de 1957. Su principal logro, el primer título de la historia de la selección, fue la Eurocopa de 1964. En la final, disponible en YouTube, el Balón de Oro da una lección de fútbol. En esa selección destacó también otro coruñés fallecido este mismo año, Amancio Amaro. Con España, Luisito anotó 14 goles en 32 partidos. Llegó a jugar dos Mundiales (1962 y 1966), pero ahí no brilló.
Tras un último baile de tres temporadas con la Sampdoria, se retiró a una edad muy elevada para la época (38 años menos tres días) e inició su carrera como entrenador. Lo hizo a lo grande, en el Inter, tras empezar en los juveniles del Génova. Tras pasar por varios equipos italianos (Spal Ferrara, Como y Cagliari) se estrenó en España en su querido Deportivo, que por entonces estaba en peligro de bajar a Segunda B: lo salvó.
Después se pasó al fútbol de selecciones, que se le dio mejor que el de clubes. Fue el técnico de la primera España sub-21 campeona de Europa (justamente este sábado España quedó subcampeona de esta categoría) y dirigió a los mayores en el Mundial Italia 90, donde un especialista en lanzamiento de faltas como él, el yugoslavo Stojkovic, nos mandó para casa en octavos de final con un libre directo soberbio. Tras tres experiencias más (dos en el Inter y una en el Albacete) dejó los banquillos en 1995. A partir de entonces se convirtió en un colaborador habitual de la prensa deportiva. Siguió residiendo en Milán, donde es venerado por media ciudad (la otra media es del equipo de Berlusconi).
Como persona, era un hombre encantador. Dotado de un sentido del humor muy agudo. Sencillo: no se daba ningún aire de importancia y cuando hablabas con él te hacía sentir como si fueses de su familia. Siempre atendía el teléfono cuando lo llamabas desde su Galicia, y te preguntaba por su «Deportiviño» y por su ciudad, que tanto y tan bien había cambiado desde que la dejó en 1954.
Quizá lo que mejor defina esa sencillez y ese apego a la tierra sea una anécdota relatada por Arsenio Iglesias, O Bruxo de Arteixo, también fallecido en este 2023 fatídico para el fútbol coruñés. En un verano de los años 60, se disputó la Copa de las Fiestas en el pueblo de Arsenio. Competían dos equipos aficionados: el Penouqueira, en el que había jugado O Bruxo, y el Pastoriza. De este último se decía que estaba buscando jugadores en la ciudad para reforzarse y hacerse con el torneo. Arsenio, que entonces militaba en el Granada, se enteró del asunto y se picó. Acudiría personalmente al rescate del Penouqueira. Y no lo haría solo: convocó a Luisito. Al verlo pisar el campo, los parroquianos no daban crédito: un ganador del Balón de Oro, una estrella del Inter, en el trofeo de las fiestas. Ganó, claro, el Penouqueira.
Rubén Ventureira es articulista de El Debate e insignia de oro y brillantes del Real Club Deportivo de La Coruña