El cantautor que innovaba

«Pero tú y yo sabemos / que hay señales que anuncian / que la siesta se acaba, que la siesta se acaba (…) Tiene que llover, tiene que llover / tiene que llover a cántaros». Estos versos, fechados en 1972 y de clara intencionalidad política, forman parte de la canción «A cántaros», la más conocida del álbum homónimo, el primero de Pablo Guerrero. Fue el punto de inflexión de una carrera –iniciada a finales de los sesenta– que, en los años siguientes llevaría a Guerrero a actuar en la célebre sala Olympia de París, en el Palacio Ducal de Venecia o en Alemania.

Mas lo suyo no era tanto alcanzar fama planetaria, sino innovar a través de la mezcla de diversos estilos musicales, partiendo, al principio de melodías de su tierra natal, Extremadura –la provincia de Badajoz, para ser precisos– con el folk americano, el rock, el jazz o el flamenco. Esta primera etapa se prolongó hasta finales de los 70, cuando Guerrero decidió interrumpir temporalmente –unos siete años– su carrera para descubrir nuevos horizontes de cara a innovar con otro tipo de mezclas. Cumplió su objetivo con la música étnica, empezando por la africana –aunque no solo– sin olvidar, por ejemplo, el flamenco.

Esta nueva perspectiva se plasmó en varios discos. Pero no agotó la curiosidad de Guerrero, que también añadió a su peculiar conjunción nuevas sonoridades como el minimalismo, la música aleatoria, el «ambient» o la música electrónica. En suma, una carrera bastante original, desarrollada, por la parte que toca a Madrid, más en locales como la sala Galileo o el Café Libertad 8 que en lugares de grandes aforos. Sin embargo, esta aparente confidencialidad voluntaria no impidió a Guerrero trabajar con cantantes populares de la talla de Luz Casal, David Broza, Marina Rossell, Hilario Camacho, Hijas del Sol, Esclarecidos, Lliso, Suso Saiz, Leo Minax, Diego Vasallo, Justo Bagüeste, Joan Valent & Ars Ensemble, Pasión Vega o Ana Belén.