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26 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El rey Sánchez I

Ante la pandemia, el asunto más apremiante para todos los Ejecutivos del mundo, ha renunciado a gobernar, se limita a trasmitir consejos y ánimos

Actualizada 10:25

Sánchez, que en el verano de 2020 dio por finiquitada la pandemia y se la empapeló a las comunidades, ofreció ayer una alocución televisada sobre la misma desde Barcelona (sin preguntas y con tres banderas a su vera: las de España, la UE y Cataluña). La variante ómicron, más pegajosa que un chicle en un zapato, ha vuelto a agudizar el problema. Todos los gobernantes europeos centran sus esfuerzos en esa amenaza y están tomando medidas. Todos menos el nuestro, que se comporta como si fuese el rey Sánchez I y no el presidente del Gobierno. Tal fue el tono de su alocución, en la que en realidad no tenía nada que decir, más allá de anunciar que se reunirá con los presidentes autonómicos para hablar del problema. No anunció medida alguna. Se limitó a presumir de la campaña de vacunación (en la que no ha pintado nada, pues las vacunas las compró la UE y la aplicaron las comunidades). Luego soltó un par de obviedades, como que la mascarilla protege y que hay que ser prudentes. Y listo, a tomar el vermut por Barcelona con Illa e Iceta. Se trataba tan solo de salir en la tele, de asomar carita empática en los telediarios dominicales.
En el frente económico, lo ha fiado todo a los fondos europeos y en el frente sanitario, allá las comunidades. Ante la pandemia ejerce de comentarista. A Sánchez I, que tras toda su pompa marketiniana es un gobernante muy débil y en precario, le gusta más mirarse al espejo que gobernar. El último ejemplo de su querencia a que los demás le solventen sus problemas ha sido el intento de que la UE arreglase el desaguisado de la luz en España. Lógicamente, los socios lo mandaron a paseo (fiasco que ha pasado desapercibido, porque aquí las televisiones están a su servicio).
En un país con memoria de pez, conviene recordar el desempeño de Sánchez ante la pandemia. Primero actuó muy tarde. Seguía silbando y organizando marchas feministas cuando en Italia ya estaban confinados. Luego nos sometió al encierro más duro y largo de Europa y clausuró el Parlamento, lo que le ha costado una triple condena del Tribunal Constitucional, que en una democracia normal lo habría obligado a dimitir. Después, en un mitin, el 4 de julio en las autonómicas gallegas, anunció súbitamente que habíamos «derrotado al virus» y animó a «disfrutar de la nueva normalidad». Acto seguido traspasó la covid a las comunidades y se largó a Canarias de vacaciones con sus amiguetes (en un chalet estatal que costeamos todos).
Cuando volvió a repuntar la covid, en lugar de afrontar el problema armó una cortina de humo, una maniobra de distracción, con el Rey Juan Carlos y no paró hasta que lo mandó al destierro. Por el medio, nos mintió varias veces (comité de expertos que no existía, falsos informes de la Universidad Johns Hopkins). Utilizó el problema sanitario para hacer partidismo barato contra Madrid y Ayuso. Ordenó a la Guardia Civil que rastrease las redes sociales para evitar mensajes contrarios a su Gobierno. Mostró su querencia autoritaria con desproporcionados despliegues policiales contra un centenar de vecinos que protestaban contra su gestión en barrios opulentos de Madrid. Lanzó una onerosa campaña de propaganda con el lema «saldremos más fuertes», cuando en realidad salimos con la mayor caída del PIB de la OCDE. No mostró la más elemental empatía con las familias que perdieron a sus seres queridos y demoró el luto y los homenajes. Por último, lo más lacerante: a día de hoy todavía nos sigue mintiendo sobre la cifra real de muertos, a fin de maquillar su floja gestión.
Con semejante palmarés, resulta notable que tenga el cuajo de seguir endilgándonos pomposas declaraciones institucionales con aire de monarca. Y aunque muchos creen que en este país ya da todo igual, las urnas le pasarán factura. El público español está bastante anestesiado. Pero todavía no se chupa el dedo del todo. No conozco a nadie que hable bien de Sánchez, y eso es indicativo. Este hombre huele a pretérito (siempre que la derecha deje de hacer el pánfilo).
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