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26 de abril de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

Sánchez nos hace la Pascua

Abuelos, hijos y nietos se reunirán hoy, muchos con el miedo al virus estrangulando su garganta, pero se reunirán a pesar de Pedro Sánchez

Actualizada 02:52

El señor Scrooge de Dickens es el recuerdo literario de la avaricia, el egoísmo y el rechazo a la Navidad. Hoy la sopa de almendras de nuestra madre, la foto enmarcada que nos pellizca las ausencias del alma y el rin rin de la burra que lleva chocolate a Belén nos llena de nostalgia y nos devuelve al paraíso perdido de la juventud, delicioso bálsamo que nos cura de la cochambre de la política y de la mezquindad a la que conduce la patria compartida, antaño matriz de calor y hoy convertida en fría lona sobre la que nuestros gobernantes nos echan a pelear. La grandeza del nacimiento que esta noche celebramos es el polo magnético que nos devuelve la esencia de lo que somos y nos inmuniza contra los virus –no solo de la covid– que nos emponzoñan la vida.
El presidente que nos ha tocado en desgracia ya solo gestiona el absurdo de las mascarillas de quita y pon, una reforma laboral que es otra farsa más, y, por si fuera poco, tiene la desfachatez de anunciarnos que, gracias a él, «abuelos y abuelas» pondrán reunirse con «hijos e hijas» y «nietos y nietas». Cuando escucho esa batería de vaciedades, me debato entre reír y llorar. Río porque el Scrooge del Falcon es el presidente más egoísta y menos empático con los españoles que hemos conocido, el principal enemigo de nuestras tradiciones, el más hostil con el concepto secular de familia que nos abriga en los inviernos de la vida, el Judas que niega las víctimas de ETA y traiciona a los votantes que creyeron en su palabrería de campaña, el que compadrea con los que incumplen el quinto mandamiento. Y hay que escucharle encima autoproclamarse salvador de la Navidad. Y lloro porque si creyera o respetara la Navidad no habría abierto trincheras para enfrentarnos hasta con los que creíamos cercanos.
¿A quién salvó Sánchez la Navidad? ¿Al niño de cinco años acosado porque su familia reclama que sea enseñado en español? ¿A los deudos de Gregorio Ordóñez cuando ven cómo se festeja a su asesino? ¿A quién salvó la Navidad? ¿A los miles de damnificados del volcán de La Palma que creyeron en su inane palabra y que han visto desaparecer su pasado, su presente y saben ya que su futuro es solo pasto de propaganda gubernamental? ¿A quién salvó Sánchez la Navidad? ¿A las decenas de miles de familiares de los fallecidos por covid que, por no contar para él, ni siquiera los contó como Dios manda? ¿A quién salvó Sánchez la Navidad? ¿A las clases trabajadoras que no pueden pagar la luz y el gas? ¿A los hijos de los transportistas, de los agricultores, de los ganaderos?
Abuelos, hijos y nietos se reunirán hoy, muchos con el miedo al virus estrangulando su garganta, pero se reunirán a pesar de Pedro Sánchez. A pesar del odio que nos ha inoculado, de su empeño en sacar muertos de sus tumbas y en enterrar en ellas lo mejor que teníamos, nuestra transición, nuestros abrazos entre diferentes, nuestro respeto al contrario, nuestro orgullo de país, nuestra lengua común.
No, señor presidente, usted no ha salvado la Navidad, usted ha querido matar todo lo que la Navidad representa a base de decretos, memorias impostadas y solsticios de invierno. Pero mientras ese santo advenimiento amortigüe, con su algodonada nostalgia, las tragedias de la vida y nos reconforte como los brazos de una madre, usted, señor Sánchez, está dispensado de salvarnos la Navidad. Es la Navidad la que nos salva de usted.
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