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19 de abril de 2024

Desde la almenaAna Samboal

No mires arriba

Lo relevante para los contendientes es movilizar al personal para mantener prietas las filas en el ejército de seguidores fieles, dispuestos a seguir la consigna de turno sin plantearse siquiera lo que hay en ella de mentira o verdad

Actualizada 04:23

Son muchos los que califican de «tonto» a Alberto Garzón. No tengo el «gusto» de conocerle, de modo que me abstendré de opinar. Ahora bien, sea por estulticia, sea por casualidad, sea por calculada y aviesa intención, lo cierto es que ha logrado centrar el debate nacional sobre su propuesta a las puertas de unas elecciones en el reino por excelencia de la ganadería: Castilla y León.
En la era de la fugacidad, impuesta por la velocidad a la que circula la información y la desinformación en redes sociales y medios de comunicación, mantener vivo un debate más de un día es todo un logro. El que ha organizado el ministro de Consumo ha sobrevivido una semana entera y, gracias al apoyo explícito de Yolanda Díaz, echando gasolina al fuego, aguantará aún unos días más. En términos electorales, a Podemos le conviene la polarización, no hay más que echar un vistazo al Twitter para comprobar la extraordinaria movilización de sus simpatizantes. Por echar una mano al ministro en apuros, votarán con la nariz tapada si es necesario, olvidándose de la casa de Iglesias y la tarjeta de móvil frita en el microondas.
Tampoco estorba al más que probable vencedor de los comicios. Con un desconocido que se ha estrenado con mal pie al frente de la candidatura de VOX –la única formación que podría robarle algún escaño en las Cortes–, el PP lleva todas las de ganar a la hora de concentrar el voto útil. Es el PSOE el que necesita una nueva polémica para cambiar el tercio si no quiere acabar la noche del 13 de febrero con la misma cara que los de Ciudadanos y, de rebote, con un seísmo interno provocado por los barones que reinan en las autonomías con fuerte predominio de la agricultura y la ganadería en su economía productiva.
Metidos como estamos en campaña electoral –y así seguiremos, lamentablemente, los próximos dos años– lo de menos es el fondo de la cuestión. Lo relevante para los contendientes es movilizar al personal para mantener prietas las filas en el ejército de seguidores fieles, dispuestos a seguir la consigna de turno sin plantearse siquiera lo que hay en ella de mentira o verdad. Hoy, todo el país debate sobre las macrogranjas, pero ¿quién conoce una macrogranja? ¿Existen? ¿Dónde están? ¿Cuántos de los que opinan sobre estas explotaciones han pisado una de ellas? ¿Estarían dispuestos a pagar más cara la carne que consumen si procediera de una pequeña y sostenible explotación? Igual da. En esta dinámica marxista en la que vivimos inmersos desde hace años, ayer fueron los ricos los malvados que amenazaban nuestra existencia, mañana serán los ginecólogos que traen hijos al mundo y, el que ande mal de ideas, todavía puede rescatar el viejo mantra de que a los pollos se los engorda con antibióticos. Tiempo al tiempo, que aún queda un mes para ir a votar.
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