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16 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Ho

El pobre Eutiquio está hecho un lío, porque una cosa es tener un cerdo, más o menos cerdo y además vietnamita, y otra muy diferente, un hijo. Y sin escolarizar

Actualizada 04:02

Con la nueva ley que ha entrado en vigor el pasado 5 de enero, anticipo de la Ley de Derechos de los animales –en España, los niños pueden ser asesinados impunemente antes de nacer y los perros y gatos tendrán que ser registrados como miembros de la familia con su correspondiente DNI–, se han producido algunas confusiones. Mi amigo Eutiquio Moranchel, gran amante de los animales, adquirió hace siete años un cerdo vietnamita al que llamó Ho, en honor de Ho-Chi-Min. Y ayer acudió al registro para que fuera incluido en su libro de familia. Fue tratado divinamente por un amable funcionario, si bien Eutiquio no salió del todo satisfecho. Llevaba los papeles del cerdo en regla. Ho nació en Wuang-Wuang –la Baden-Baden vietnamita–, hace siete años. Tanto Eutiquio como su mujer, Clarisa, trabajan, y el deseo de los antiguos dueños y ahora padres de Ho, no era otro que llevarlo a una guardería. El funcionario del registro ha consultado con el baremo de convalidaciones cronológicas, y le ha dicho que, por muy hijo suyo que sea el cerdo, no lo puede llevar a la guardería por motivos de edad. Cada año de vida de un cerdo vietnamita equivale a siete de un ser humano. 
–Su hijo-cerdo tiene por lo tanto, 49 años, y a los 49 años no se le puede llevar a ninguna guardería de niños. 
No obstante, el funcionario le ha dado una buena noticia. 
–Cuando cumpla nueve años tendrá 63 años humanos, con derecho a una prejubilación, siempre que haya efectuado algún tipo de trabajo.
Eutiquio le ha explicado al funcionario que su cerdo, perdón, su nuevo hijo, ha trabajado de guardián nocturno en su casa, emitiendo agudos y graves sonidos guturales cuando algún extraño se acercaba a la puerta de su domicilio. Los cerdos vietnamitas son muy orientales de carácter y temperamento. De espíritu metafórico y discreto proceder. Cuando defienden su territorio –ahora, su casa–, muerden a los desconocidos con sus colmillos y amoladeras. Por ello, por haber sido encargado de labores de vigilancia, tiene derecho a una jubilación, sin necesidad de demostrar que ha cotizado más de 35.000 horas a la Seguridad Social. El problema, les ha adelantado el funcionario, es el de la comida a partir de la fecha. Eutiquio le ha confesado que hasta ahora, Ho comía una mezcla de piensos compuestos con legumbres cocidas, y que se mostraba harto de tanta repetición. Comía como cerdo, no como hijo. En su nuevo estado filial, tanto Eutiquio como Clarisa están obligados a ofrecerle lo mismo que ellos consumen. Y ha engordado bastante. Ahora come cocido madrileño, sopa de tortuga, jamón serrano, croquetas, solomillos, tortillas de patata y hamburguesas. Con anterioridad a esta nueva situación, Eutiquio llevaba al cerdo –perdón, a su hijo–, al veterinario, en tanto que a partir de la entrada en vigencia de la nueva ley, el Gobierno social-comunista-estalinista obliga a llevar a las mascotas, que son miembros de la familia, al pediatra. Con 49 años, al pediatra, cuando lo suyo es una consulta de geriatría adelantada. Y la analítica ha salido mal. Altas las transaminasas, el colesterol y los triglicéridos. El médico se lo ha advertido. 
–Como siga comiendo Ho de esta manera, en pocos meses tendrá una cirrosis irreversible, y usted y su mujer serán los responsables de su pronto fallecimiento. 
El pobre Eutiquio está hecho un lío, porque una cosa es tener un cerdo, más o menos cerdo y, además, vietnamita, y otra muy diferente, un hijo. Y sin escolarizar. Pudieron tener dos hijos, pero Clarisa decidió abortarlos para no darle celos al entonces cerdo, y no sólo abortó, sino que además le ingresaron en su cuenta una gratificación por parte del Estado.
Al final, Eutiquio desesperado, no ha podido enfrentarse al futuro que le aguarda con su cerdo-hijo o hijo-cerdo, y le ha puesto veneno en la cena.
Ho ha fallecido.
Eutiquio ha sido detenido y el juez ha decretado prisión provisional incomunicada.
Matar a un hijo es un delito espantoso. Un parricida.
Clarisa no ha sido acusada de nada porque Irene Montero se ha interesado por su caso y le ha mostrado su plena solidaridad, como hizo con Rociito.
En mi humilde opinión, esa ley necesita otra vuelta.
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