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20 de abril de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Sánchez, el chavista que querría ser atlantista

Sánchez no puede ir de atlantista con socios que delatarían a Washington o Bruselas en Moscú o La Habana, como no puede ir de español mientras dependa de Iglesias, Otegi y Junqueras. Y todo el mundo lo sabe

Actualizada 04:38

Es sorprendente la facilidad con que el periodismo compra, y luego vende, el supuesto giro atlantista de Pedro Sánchez, que hace en el mundo lo mismo que en España: se pone contra Rusia pero está intervenido por Venezuela; como se declara constitucionalista mientras gobierna con Podemos, ERC y Bildu, tres escuelas distintas del mismo afán demoledor.
La conclusión de ello es frustrante para un país que, no hace tanto, pintaba algo en el mundo: nadie le cree, pero todo el mundo le utiliza a cambio de que él pueda seguir jugando un tiempo a que es presidente y se haga fotos en Moncloa llamando a Telepizza con cara de estar diciendo: «Espera Vladimir, que tengo otra llamada de Joe».
Ahora se ha ido a Ucrania el primero, con una fragata con uno de esos nombres que sus socios derribarían si fuera busto; quemarían si fuese bandera y quitarían si fuera calle: a Blas de Lezo le fusilarían los mismos que tildan de genocida a Colón y, en general, tratan a Fray Junípero, los Reyes Católicos o al almirante Cervera como sus amigos talibanes a los budas de Bamiyán.
Mambrú se va a la guerra, en fin, en un barco que para sus socios promociona a un fascista, para contener a un enemigo soviético que sus socios consideran un aliado y pelotear a un aliado que no puede ni verlo y huele a la distancia el truco barato de Pedrito: solo intenta camuflar el olor a Caracas y La Habana que desprende su Gobierno, perdido de ministros que trasladarían a Moscú o Teherán cualquier secreto que Washington compartiera con Madrid.
A Sánchez le pasa en el mundo lo que le ocurre en España: una vez aceptado el padrinazgo de la coalición nacionalpopulista de Iglesias, Junqueras y Otegi; nadie puede creerse que esté de verdad con el Rey, con la Constitución, con España, con las víctimas o con Europa. Ni siquiera aunque, en su fuero interno, crea en todo eso y deteste profundamente el abrazo envenenado de sus madames, aceptado voluntariamente al precio de transformar Moncloa en una casa de Lenocinio.
En ese paquete de Yolis, Garzones, Irenes, Arnaldos y Orioles van incluidos Maduros, Castros o Pútines, en una escena patética agravada por la designación oficiosa del indeseable Zapatero como embajador mundial del «eje del mal» bolivariano y por el destierro, vergonzoso, del jefe de Estado que simboliza los valores del 78 amenazados por todos ellos.
Por mucho que Sánchez se ponga a Wagner por las mañanas y le den ganas de invadir Polonia; y por mucho que se crea Robert Duvall ametrallando a los charlies al son de las Valquirias; no es más que un tipo hipotecado por sus deudas, atormentado por sus contradicciones y sometido a un eterno rescate que no puede disimular disfrazándose a ratos de Colin Powell.
Todo el mundo sabe que, aunque vaya de rana, es el escorpión de la fábula. O un espía doble, tal vez a su pesar, que va dejando pistas de su juego cada vez que sale en la foto con Podemos.
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