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29 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Y ahora, contra los oligarcas

Tan pronto como se anunció la puesta en marcha de una operación transatlántica para encontrar y expropiar bienes conseguidos de forma irregular, Abramóvich traspasó la propiedad del Chelsea a una fundación caritativa y se fue a Rusia. Verde y con asas, botijo

Actualizada 08:29

Lo peor de todo lo que pasa con Rusia en este momento es que ya sabíamos que iba a ocurrir y no quisimos darnos por aludidos. Alekséi Navalny lleva desde 2011 denunciando la corrupción que hay en su patria. Ha sido perseguido y hasta envenenado –en agosto de 2020– por el régimen. Todo el que quisiera saberlo en Occidente estaba al tanto de ello. El 17 de enero de 2021 decidió volver a Rusia sabiendo que iba a ser encarcelado sin un juicio justo. El proceso concluyó el 2 de febrero de 2021. Lleva en prisión desde entonces.
Una semana después de ser enviado de nuevo a la cárcel Navalny, su Fundación Contra la Corrupción difundió el 8 de febrero de 2021 una lista con 35 nombres de los más relevantes oligarcas de Rusia. Todos ellos se benefician exponencialmente de la corrupción que autoriza y promueve Vladímir Putin. La fundación de Navalny rodó antes de su última detención un documental sobre el fabuloso palacio que costó más de mil millones de euros y que le construyeron los oligarcas a los que protege: hombres de negocios y presidentes de grandes empresas estatales nombrados por él. Según la Fundación Contra la Corrupción también son proveedores de bienes como apartamentos, yates y empleos pagados con salarios multimillonarios –en las empresas que controlan– a sus amantes, a los padres de éstas y a los hijos de Putin. Los oligarcas que pagan todo eso deben ser el primer objetivo de las sanciones que se están empleando contra Rusia.
En el puesto número uno de la lista de oligarcas que publicó Navalny hace algo más de un año estaba Román Abramóvich, multimillonario ruso asentado en Inglaterra, donde adquirió en 2003 el Chelsea FC. Nadie le ha investigado ni pedido cuentas en el Reino Unido hasta ahora. Pero parece relevante que tan pronto como se anunció la puesta en marcha de una operación transatlántica para encontrar y expropiar bienes conseguidos de forma irregular, Abramóvich traspasó la propiedad del Chelsea a una fundación caritativa y se fue a Rusia. Verde y con asas, botijo.
Esta es una política efectiva que debe ser proseguida hasta las últimas consecuencias. Hay que impedir la entrada en la Unión Europea, el Reino Unido y Estados Unidos de toda mujer, hijo, amante, primo, tío, sobrino y amigo íntimo de los oligarcas de esa lista o cualquier otro de quien se pruebe la conexión. Las feminazis me disculparán por hablar de las mujeres y no mencionar a los maridos, pero a día de hoy la lista la forman 35 hombres. Alégrense de que las mujeres deben de ser todas menos malas.
Algo sobre lo que el establishment británico puede reflexionar es por qué será que el Reino Unido se ha convertido en uno de los destinos residenciales y de inversión favoritos para esta mafia putinesca. El informe sobre Rusia del Comité de Seguridad del Parlamento Británico de 2020 aseguraba que la influencia rusa en el Reino Unido se ha vuelto algo habitual y «hay muchos rusos con estrechas conexiones a Putin que están bien integrados en los negocios y la sociedad del Reino Unido, y son aceptados por su riqueza».
Pero no creamos que esto sólo ocurre en el Reino Unido. El círculo de Putin es mucho más extenso e incluye a relevantes dirigentes políticos europeos. Bien conocido es el caso del excanciller socialdemócrata alemán Gerhard Schröder, presidente de la compañía Rosneft, sucesora del Ministerio de Petróleo y Gas de la Unión Soviética y también consejero del gigante Gazprom. No tan del dominio del común es el caso del ex primer ministro (gaullista) francés François Fillon, que ahora es consejero de la petroquímica rusa Sibur. Como si fuera un Alberto Garzón cualquiera, Fillon tuiteó a las 7:56 del 24 de febrero, apenas tres horas y media después de que empezara la invasión de Ucrania, que «desde hace diez años vengo advirtiendo contra la negativa occidental a tomar en cuenta las reivindicaciones rusas frente a la expansión de la OTAN». O sea, que la invasión de Ucrania es culpa de una hipotética expansión de la OTAN. Con un par. Y cobrando de Rusia.
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