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29 de abril de 2024

El observadorFlorentino Portero

Una gran derrota diplomática

El giro dado por el Gobierno español es sorprendente por la ausencia de razones de peso. Implica una formidable derrota ante Marruecos tras décadas de tensión

Actualizada 05:14

España creó el problema del Sáhara al ceder indigna e ilegalmente el mandato descolonizador del Sáhara a Marruecos y Mauritania. El chantaje de la Marcha Verde funcionó. Los políticos de aquellos días primaron la garantía de la transición del Régimen de Franco a la Monarquía al cumplimiento de las obligaciones adquiridas en Naciones Unidas y optaron por entregar el territorio a quienes se lo querían repartir. Consolidada la Monarquía, nuestra diplomacia exigió a la marroquí el cumplimiento de aquel mandato, cuando era obvio que la cesión implicaba la anexión. Marruecos trasladó población al territorio hasta el punto de difuminar su carácter saharaui. El censo español fue perdiendo viabilidad al tiempo que la resistencia saharaui quedaba recluida.
Tras hacer inviable el hipotético referéndum descolonizador, Marruecos comenzó a trabajar la cobertura diplomática. Poco a poco fue sumando simpatías en distintos continentes a la vista de que la propuesta original era inviable por la cesión española. El punto culminante llegó con el reconocimiento del Sáhara como espacio de soberanía marroquí por parte de la Administración Trump. Aquel giro se explicaba en una operación de mucho más calado y que nada tenía que ver con las arenas del desierto. La diplomacia norteamericana trataba de crear una red de seguridad en la región capaz de contener a Irán y de permitir a Estados Unidos concentrarse en la región Indo-Pacífico. El reconocimiento de Israel por parte de los estados árabes resultaba imprescindible y el precio exigido por Marruecos era el reconocimiento de su soberanía sobre el Sáhara.
Estados Unidos, aliado de España y con fuerzas desplegadas en nuestras bases de Morón y Rota, no informó a nuestro Gobierno ni consideró nuestros intereses en tema tan delicado para nuestra diplomacia. Los españoles pagábamos el precio de elegir un Gobierno social-comunista vinculado con regímenes narco-terroristas en América Latina. Aquel reconocimiento suponía una humillación y una quiebra en la credibilidad de nuestra política tradicional, a la que pronto se sumaría Alemania.
La diplomacia española era consciente de la imposibilidad de convocar un referéndum de autodeterminación, pero manteniendo su exigencia descolonizadora, establecía un dique de contención ante nuevas exigencias y un principio de equilibrio con el otro actor de referencia. Las relaciones con Marruecos no se pueden desligar de las que mantenemos con Argelia. Dos países vecinos que desde hace años mantienen unas relaciones difíciles. El Magreb es crítico para España, por un buen número de razones por todos conocidas. Argelia es el gran defensor de la causa saharaui, además de proveer a España de gas natural a través de dos gasoductos fundamentales para el desarrollo de nuestra actividad.
El giro dado por la Administración Trump y mantenido por su sucesora no supuso solo una humillación para España, fue también una agresión directa a los intereses argelinos, que comenzaron a buscar un aún mayor respaldo a la sombra de Rusia y China. Si ambas potencias aumentaban su presencia en el Sahel, aprovechando el fracaso francés, Estados Unidos les brindaba una Argelia profundamente indignada. Se cerró el gasoducto del Magreb y las relaciones entre ambas potencias magrebíes se congelaron, dificultando aún más la de por sí compleja tarea de nuestra diplomacia.
El giro dado por el Gobierno español es sorprendente por la ausencia de razones de peso. Implica una formidable derrota ante Marruecos tras décadas de tensión. Se resuelve por el chantaje –combinación de presión migratoria y medidas diplomáticas–, mostrando ante el mundo una debilidad que traerá nuevas desgracias. Dará paso a nuevas exigencias marroquíes en Canarias, Ceuta y Melilla y, por último, supone una afrenta a Argelia, de quien dependemos en el suministro de gas. Resulta difícil de entender una cesión tan importante y en un momento tan delicado en los mercados de la energía. Lo único seguro serán las consecuencias que el conjunto de los españoles tendremos que pagar por ello en los próximos años y décadas.
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