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26 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Relaciones congeladas

Como acto propagandístico, el de la congelación de relaciones de Cataluña con el Gobierno de España que mantiene la quiebra de Cataluña, sólo mueve a la risa

Actualizada 04:46

Se trata de una de las imágenes más divertidas en lo que va de año. En ella se distingue, con rostro severo y trascendente, al presidente de la autonomía de Cataluña y de la Generalidad de aquella región, Pere – pronúnciese «Pera»– Aragonès, anunciando que congela las relaciones con su propio país y el Gobierno que le ayuda a mantenerse en el poder local como consecuencia de su ruinosa gestión económica. Lo divertido de la escena, puramente teatral, es la seriedad imperante del exigente menguado y de sus acompañantes, todos ellos –excepto Aragonès–, cubiertos con mascarillas. En este caso, no para protegerse contra la covid, sino para ocultar la risa.
El grave asunto que ha llevado a Aragonès a exigir aclaraciones, no es otro que la sospecha del establecimiento de un tinglado de espionaje a los dirigentes separatistas por parte del Gobierno. Al fin, tengo un motivo para manifestar mi apoyo particular a Sánchez. Un Estado está obligado a espiar a quienes desean destrozar el Estado. Un Estado hace muy bien en espiar a los traidores. Entiendo que Aragonès, que sabe que Sánchez se sostiene gracias a los apoyos parlamentarios de sus compañeros separatistas, de los nacionalistas vascos y de los herederos de la ETA, se sienta agraviado por ese espionaje parcial. Pero no puede negar que, con sus limitaciones, la Generalidad de Cataluña lleva espiando a los catalanes destacados que no son independentistas desde que al jefe de la banda, Jordi Pujol, le emergieron las primeras canas. El poder espía siempre. Y en el caso del presumible espionaje a los dirigentes independentistas catalanes, con sobrada razón y muy comprensibles motivos.
Congelar relaciones con España, siendo España, es muy divertido. Y hacerlo con la estética de una nación, cuando se trata de una autonomía, más divertido aún. El primer presidente de la Generalidad de Cataluña, don José Tarradellas, charlaba en el aire con Manuel Martín Ferrand en los primeros e inolvidables años de Antena 3 de Radio. Y se hablaba de las «autonomías históricas» y las «nuevas autonomías». Las palabras de aquel Muy Honorable –el único que lo fue durante sus años de presidente de la Generalidad de Cataluña–, cayeron muy mal en los ambientes enemigos pujolistas, que hicieron lo que pudieron –y no pudieron– para que Tarradellas no fuera presidente. «En principio, y en honor a la verdad, la primera Autonomía Histórica de España es Castilla, y la segunda, Aragón».
Lógico, por cuanto Castilla abarcaba desde Andalucía a Vizcaya, y desde Murcia a Extremadura. Y Aragón además de Reino, como Castilla, tenía en su territorio un extenso principado, el de Cataluña, cuya capital era el condado de Barcelona, título que tras la fusión de Castilla y Aragón, se unió a los títulos soberanos de los Reyes de España. Más o menos así, si así os parece, recordando con afecto a Pirandello.
Siempre se ha espiado a los espías de la deslealtad y a los traidores. Como acto propagandístico, el de la congelación de relaciones de Cataluña con el Gobierno de España que mantiene la quiebra de Cataluña, sólo mueve a la risa. Este Aragonès es ridículo. Puigdemont desde Waterloo, aprieta. ¿Queda algún español por ahí que pueda escandalizarse por el espionaje de un Estado al autor huido de un golpe de Estado? De Puigdemont, el Gobierno anterior, el actual, y el que va a venir, supo, sabe y sabrá hasta las marcas de calzoncillos que usa y la laca que derrocha para mantener en forma su confusa cocotera.
Superada la estupidez, hará muy bien Aragonès en obviar el espionaje, en descongelar sus relaciones con su propia nación, y en extender la mano para seguir recibiendo el dinero que el Gobierno de España le envía en perjuicio de las autonomías desfalcadas en beneficio de Cataluña.
Y colorín, colorado.
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