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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Felipe González, miedo y pellizquitos

A sus 80 años sigue siendo incapaz de hablar claro y decir abiertamente lo que piensa sobre las tropelías de Sánchez

El siempre interesante y políticamente incorrecto Paolo Sorrentino ganó un merecido Oscar en 2013, con La gran belleza. Era una maravilla, aunque robaba a saco viejos hallazgos de Fellini. La película acompaña el deambular por Roma del gran mundano Jep Gambardella, un novelista fracasado reconvertido en rey de la dolce vita. Sorrentino le escribe unos diálogos brillantes. En un momento dado, el veterano dandi proclama: «El descubrimiento más importante que hice pocos días después de haber cumplido los 65 años fue que no podía perder el tiempo haciendo cosas que no quería hacer».
Con esa frase, Gambardella, encarnado por un extraordinario Toni Servillo, aludía a la libertad que otorgan los años. Cuanto tienes una biografía ya completa a tus espaldas, te puedes permitir el lujo de ponerte el mundo por montera y exponer tu verdad sin miedos.
Felipe González Márquez, el mandatario que ha presidido la España democrática durante más tiempo (trece años y medio) ha cumplido ya 80 años. En los cinco lustro en que ha trabajado como lobista tras perder el poder ha empaquetado un buen dinero. Disfruta además de un cierto consenso sobre el valor de su obra como gobernante (acuerdo muy discutible, porque es también el presidente bajo el que floreció un carro de corrupción y el terrorismo de Estado, amén de que dejó la economía en barrena, con más de un 20% de paro). Su figura se ve agrandada por el desguace del PSOE que llegaría más tarde. Ya saben: el sectarismo atolondrado de Zapatero, que reabrió la caja de Pandora del separatismo e inventó los infames «cordones sanitarios» a la derecha; y la infamia absoluta del sanchismo, donde simplemente todo vale. En su larguísima etapa como secretario general del PSOE, de 1974 a 1997, González tuvo la cordura de seguir las órdenes de sus patrocinadores alemanes para apearse del marxismo y centrar el partido. También mantuvo un cierto patriotismo español, al menos comparado con Zapatero y Sánchez, los de la «nación de naciones» y los enjuagues con los separatistas.
Dada su edad provecta, su bolsillo bien pertrechado y el prestigio que conserva en amplias capas sociales, resulta penosa la cobardía de que hace gala González a la hora de denunciar las tropelías de Sánchez, al que no soporta, y cuya manera de gobernar lo pone del hígado. A la hora de la verdad, lo cierto es que González nunca se atreve a hablar claro. Mucha aureola de gran estadista, mucho empaque de gurú que ve crecer la hierba; pero al final todo se queda siempre en gas: el pellizquito chisposo, el retruécano ocurrente, el juego de palabras. El hombre que vio morir a muchos de sus correligionarios asesinados por ETA, ve ahora cómo Sánchez pacta con el partido sucesor de la banda terrorista una infame «Ley de Memoria Democrática», que llega a reconocer a los terroristas su supuesta «lucha por la consolidación de los valores democráticos». ¿Y qué dice González, el referente del viejo PSOE? Pues solo puyitas en forma de chascarrillo: «Temo que las memorias se conviertan en desmemorias». Carece de los arrestos para confrontar en serio y de manera argumentativa esta tropelía. Al igual que hizo el avestruz antes ante los indultos, o frente los pactos anti natura con los separatistas.
¿A qué tiene miedo, señor González? En lo que antaño se llamaba PSOE, hoy Partido Sanchista, a usted no lo soportan. Así que no tiene nada que perder. Ejercite su libertad y diga la verdad abiertamente. Sirva a su país en serio y deje de jugar a las citas de Lao Tse y las adivinanzas.