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27 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

La estupidez no tiene límites

El problema empieza cuando los feminazis se empeñan en negar el uso del sustantivo «hombre» como genérico para ambos sexos. Y desde ahí, degenerando, degenerando, hemos llegado a esta museología de género

Actualizada 03:15

La Universidad Internacional Menéndez y Pelayo ha acogido esta semana el curso «XI Escuela de Arte y Patrimonio Marcelino Sainz de Sautuola. Los Bisontes de Altamira los descubrió una mujer». En el curso ha participado la directora del Museo de Altamira, Pilar Fatás, ya que el museo es coorganizador de la Escuela de Arte. Es una colaboración lógica, teniendo en cuenta que Marcelino Sainz de Sautuola, dio a conocer al mundo las pinturas de Altamira. Y, aprovechemos para recordar, que algunos le acusaron de impostor y de haberlas pintado él mismo. Pero confieso que me he quedado perplejo cuando he conocido el objetivo del curso que, al parecer, es promover «un marco de reflexión, debate e intercambio de prácticas encaminadas a la consecución de los objetivos de igualdad en el ámbito cultural y patrimonial, contribuyendo a generar museos acordes a la sociedad actual. Así, está enfocado desde las cuestiones de la arqueología y la museología de género, feminista y queer
La directora de Altamira nos descubre ahora que existe la museología de género, feminista y queer, lo que quiera que eso signifique. Es decir, que no se puede hacer un museo con un criterio objetivo, tiene que ser subjetivo aplicando los filtros enumerados por Fatás y defendidos por algunos. Esos criterios aplicados a Altamira le llevan a la conclusión de que «No hay ningún dato científico que nos diga que eran los hombres quienes pintaban, que es la imagen que todos tenemos siempre en la imaginación porque siempre se ha representado a hombres pintando». ¿Y eso es muy grave? A mí, sinceramente me da igual si las maravillosas pinturas rupestres las hicieron hombres o mujeres. El problema empieza cuando los feminazis se empeñan en negar el uso del sustantivo «hombre» como genérico para ambos sexos. Y desde ahí, degenerando, degenerando, hemos llegado a esta museología de género.
Para reivindicar esa museología feminista, este curso se ha fijado en que la primera mujer que vio las pinturas de Altamira en la era moderna fue la hija de Sautuola, María Sainz de Sautuola. Lo que es una gran verdad. María fue mi bisabuela y yo nunca la conocí. Pero mi abuela Elena Botín era su hija menor y la trató mucho y por medio de ella y mi madre me ha llegado un relato oral de cómo fue María Sainz de Sautuola. Y, sinceramente, me indigna que se use a esta mujer para reivindicar «la arqueología y la museología de género, feminista y queer».
Se da, además, la circunstancia de que como cualquiera puede imaginar, no fue por ser mujer, por lo que vio las pinturas antes que su padre, que era un visitante habitual de la cueva. Don Marcelino era un hombre alto que no podía estar de pie en la cavidad y siempre iba arrastrándose por el suelo buscando restos arqueológicos. Mientras que su hija, una niña de escasa estatura, podía estar de pie y mirar hacia arriba. Así que el que la primera persona que vio las pinturas fuese una mujer no es cuestión de género. Es cuestión de estatura.
Está mal que todos vayan como borregos tras la corrección política que se nos intenta imponer, pero lo que es intolerable es que se intente infundir –una vez más– la falsificación de la historia atribuyendo a personas el ser símbolos que representan lo contrario de lo que ellas fueron siempre. Claro que, lo que estos feminazis no pueden soportar, es que hubiera mujeres que no pensaran como ellos. La estupidez no tiene límites.
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