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29 de marzo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Políticos híper plomos

Se ha puesto de moda entre nuestros dirigentes contestar a las preguntas con unas impresionantes plomadas ajenas a la cuestión planteada

Actualizada 09:15

Se suele decir, con razón, que la claridad es la cortesía de la inteligencia. Muchas veces las divagaciones barrocas e ininteligibles solo encubren una carencia de aportaciones de interés (filósofos hay en España que con una idea sencillita se han marcado cuatro tochos de alambicadas digresiones). Pero además de la claridad existe otro atributo que denota un pensamiento bien articulado: la concisión, la capacidad de abordar el meollo de una cuestión de manera breve y directa.
En la vida pública española padecemos hoy una auténtica epidemia de verborrea. Tenemos unos políticos híper plastas, que sueltan unas turras tremendas cada vez que les plantan un micrófono y que además muchas veces dejan las preguntas sin contestar.
Siendo niño, algunas veces mi padre me llevaba con él cuando salía a tomarse un vino con su cuadrilla. En aquellas excursiones tabernarias descubrí un prototipo: el clásico experto logorreico que lo sabía todo de todo y no se callaba ni masticando la tapa de callos que les sacaban con el rioja. A esa estirpe pertenece Revilla, de 79 años, presidente de Cantabria y tertuliano universal. Le preguntan en una televisión por el decretazo de ahorro de Sánchez y su bigote se activa automáticamente, con una perorata tan larga y cansina que hasta la presentadora, exhausta, se ve obligada a meter cuchara y cortarlo (aunque la periodista no escarmienta y acto seguido le pregunta por el registro en la mansión de Trump, tema del que Revilla también lo sabe todo, aunque en realidad no sabe nada). Insufrible. ¿Por qué se empeñarán en llamarlo?
Este desparrame verbal, cuya cima inalcanzable es María Jesús Montero, se ha vuelto común a todos los partidos. Hace un par de días vi como a un nuevo portavoz de Génova le preguntaban si el PP iba a fichar a gente de Ciudadanos. En lugar de responder a la sencilla pregunta, se marcó una chapa de dos minutos para dejarla sin contestar. El origen de esta moda de hablar para no decir nada tal vez esté en aquellos maratonianos «Aló Presidente» que nos encasquetaba Sánchez en la primera fase de la pandemia. Era patológicamente incapaz de contestar con cuatro o cinco frases a las cuestiones concretas que se le planteaban.
Parte de este problema atiende al talante servil que impera en nuestro periodismo. Es rarísimo que un informador se encare con un político para afearle que no ha contestado y demandarle que responda. Los medios también aceptan de forma pastueña acudir a unas ruedas de prensa de Sánchez, pese a que saben que al final solo se otorgará la palabra a medios del régimen.
Imagínense que mañana me propongo ir a comer a casa de mi madre y le pregunto: «Mamá, ¿qué piensas hacer de comida?». Y ella, en lugar de decirme, por ejemplo, «fideos con congrio, neniño, que sé que te gustan», me responde lo siguiente: «Nuestros océanos están sufriendo las consecuencias de los micro plásticos y del calentamiento de las aguas provocado por un proceso inexorable de cambio climático, que debemos de abordar sin olvidar nunca la perspectiva de género. Por otra parte, la guerra de Putin ha provocado una carestía del trigo, pues sabido es que Ucrania es uno de los principales exportadores. A pesar de ello, y de que luchamos contra una inflación de dos dígitos, estoy sopesando elaborar una olla de fideos con congrio para todas y todos». Si me respondiese así, pensaría que ha perdido la chaveta. Pues bien, eso es lo que hacen cada día nuestros políticos, que tal vez por eso son ya como la música de fondo de los ascensores: un sonido que está ahí, pero que casi nadie escucha.
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