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02 de mayo de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Como un americano

Dos soldados de guardia habían abandonado su puesto y ofrecían sus gorros por veinte dólares. Pepe Oneto y yo aceptamos la oferta

Actualizada 01:30

Gobernaba Boris Yeltsin cuando un grupo de escritores y periodistas españoles viajamos a Moscú. Nos presidía en las reuniones Marcelino Oreja. Manu Leguineche, José María Carrascal, Antonio Burgos, Pepe Oneto… En el edificio de su fundación, Gorbachov nos recibió. En principio nos dedicaría treinta minutos, pero nos regaló más de dos horas de audiencia. Nos reconoció su admiración y entusiasmo por la Transición en España: «Allí lo tuvieron ustedes muy difícil pero contaron con el coraje del Rey Juan Carlos y un reducido grupo de políticos de alto rango en el franquismo, que a las órdenes del Rey lograron el milagro». Nos dio a entender que desmontar un régimen en España, por complicado que fuera, era más sencillo que abrir a la URSS las puertas de la libertad.
También nos recibió Shevardnadze, georgiano, último ministro de Asuntos Exteriores de la URSS. En su despacho, en lugar de Lenin o Stalin, un bronce de Kennedy. Le preguntó Manu Leguineche si mantendría su presencia en Moscú o tenía pensado retornar a Georgia. «Me quedo en Moscú». Al día siguiente voló a Tiflis y encabezó un Golpe de Estado contra Rusia. Manu, que ya había enviado su crónica a Fax-Press, su agencia de noticias, se lo tomó con divertido espíritu olímpico. «Me ha engañado, el muy cabrón». Shevardnadze no miraba a la cara de su interlocutor cuando hablaba y sonreía mal. Gorbachov era abierto y sonreía y reía como un americano. «Usted sonríe como un americano», le dijo Pepe Oneto. «¿Cómo sonríen los americanos?», preguntó complacido y relajado Gorbachov; «sin complejos».
Aquella noche, después de cenar y de vuelta al Hotel Metropol, a veinte grados bajo cero y en la Plaza Roja de Moscú, Pepe Oneto, Antonio Burgos, Manu Leguineche y quien escribe, acompañados de dos mujeres intérpretes, construimos una anécdota de tristeza. Una intérprete era fieramente comunista y se sentía traicionada por la «Perestroika» de Gorbachov. La otra vivía con ilusión la esperanza de la libertad. Habíamos soplado algunos tragos de vodka, y nos reíamos mucho con nuestros comentarios, que no le hacían ninguna gracia a la intérprete comunista. Se acercaron a nosotros dos soldados que hacían guardia en el mausoleo de la momia de Lenin. Se dirigieron a las intérpretes. «¿Qué quieren?», les preguntamos. «Quieren saber si algunos de ustedes desean comprarles los gorros del uniforme». Los vendían por 20 dólares. La intérprete soviética se sentía avergonzada. Dos soldados de guardia habían abandonado su puesto y ofrecían sus gorros por veinte dólares. Pepe Oneto y yo aceptamos la oferta. «¿Por qué han intuido ustedes que podíamos comprarles los gorros?». «Porque sabíamos que eran extranjeros, que no eran rusos. Ustedes se reían mucho, y los rusos no se ríen».
Gorbachov merece un análisis infinitamente más serio. Rusia es ahora, a pesar de Putin, más libre, si bien la libertad es patrimonio de los viejos tiranos comunistas y las mafias, también compuestas por miembros de la antigua KGB y altos mandos del PCUS. Gorbachov entreabrió las puertas de una libertad que, en su plenitud, se ha demostrado imposible de alcanzar en una nación que añora las migajas que el sistema repartía a sus ciudadanos a cambio de sumisión, obediencia y silencio. Todavía, en aquellos años, los rusos salían a la calle con bolsas y hacían cola para comprar lo que no sabían que vendían a la cabeza de la cola. Y en los Almacenes Gum, se mantenían los planes quinquenales. Aquel año, los trajes para hombres eran todos marrones. Los rublos que nos sobraban se los entregamos a las intérpretes, que compraron con ellos aparatos de teléfono y ollas express.
Rusia no se creía que la URSS se desmoronaba. Se le escapaba cada día un Estado invadido por los soviéticos. Estonia, Letonia, Lituania, Georgia, Ucrania, Chechenia, Azerbaiyán, Kazajistán… Muchos soviéticos tildaron a Gorbachov de traidor. Para los rusos no comunistas, Gorbachov se convirtió en un héroe.
Para mí, que lo conocí durante dos horas, un personaje interesantísimo que sonreía y reía como un americano.
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