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04 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El muy sobrevalorado Felipe González

Se beneficia de los dos abismos que llegaron después, Zapatero y Sánchez, pero no es ese colosal hombre de Estado que nos venden

Actualizada 09:10

Llegar a los 80 años con buena cabeza, relativa salud y el bolsillo muy bien pertrechado debería otorgarte una libertad absoluta para proclamar sin ambages la verdad de las cosas. A esa edad ya estás de vuelta de todo. Eres libre. Pero no es el caso con Felipe González, un expresidente del Gobierno muy sobrevalorado por el imaginario popular, que amaga, divaga... pero jamás concreta.
El pasado viernes, el presidente separatista catalán desveló un tremendo desafuero del actual Gobierno, que en un país normal habría desatado una crisis política mayúscula. Aragonès destapó que alcanzó un acuerdo secreto con Sánchez por el que el Ejecutivo español le garantizaba que podría saltarse la sentencia del 25 % de español en las escuelas. Es decir: el Gobierno de España se prestaba a conspirar para obstruir a la justicia, maniobrar contra el estudio del castellano y apoyar así el rodillo separatista. A estas horas, el Gobierno de Sánchez no ha desmentido la revelación de sus socios de ERC. Ergo es cierta.
Este lunes, Felipe González coincidió con Sánchez en Ferraz, con motivo de la inauguración de una exposición que conmemoraba los 40 años de su grandiosa victoria electoral de 1982 (202 escaños y 48 % de los votos). ¿Y qué comentó González, el supuesto hombre de Estado? ¿Acaso denunció la chaladura política que supone sufrir a un Gobierno de la nación que conspira contra las sentencias firmes de los tribunales de la mano de los peores enemigos de España? Pues claro que no. Aunque no traga a Sánchez y sabe que su gestión es un despropósito, González hizo una faena de aliño en Ferraz. Hasta defendió al presidente actual alegando que le ha tocado «una época extraordinariamente difícil».
Siempre es lo mismo con González. Un juego de palabras ocurrente y hueco («la única certeza es que no hay certezas»). Un pellizquito que parece que dice, pero que no dice. Unas divagaciones tan vaporosas como resultonas. Y al final, nada concreto, claro y de utilidad.
González fue un político dueño de unos poderes propios del mesmerismo. Poseía tal gancho personal que casi hipnotizaba a las audiencias. También moderó a su partido (con dinero e instrucciones alemanas y estadounidenses). Abandonó el marxismo y la defensa del derecho de autodeterminación de las regiones que propugnaba el PSOE. Metió a España en la OTAN y en el Mercado Común Europeo. Mejoró las prestaciones de la sanidad y la educación públicas. Mantuvo una correcta relación institucional con la Corona. Es así. Ok.
Pero ahora llega la pregunta clave: ¿y todo eso supone algo excepcional que lo convierte en un colosal hombre de Estado? Mi teoría particular, perfectamente falible, es que no. Con cualquier otro presidente que hubiese gobernado entre 1982 y 1996, probablemente España habría recorrido un curso muy similar, pues era el que marcaba el signo de los tiempos, la natural tendencia a mejorar que le tocaba a un país europeo occidental como el nuestro.
El legado de González presenta además un lado oscuro. Dejó la economía bastante averiada (paro de más del 20 %). Acometió una reconversión industrial muy discutible y con favoritismos territoriales. La corrupción se convirtió en un circo diario, con tropelías nunca vistas hasta entonces. Se embadurnó en el terrorismo de Estado y no acabó de dar con la tecla para acabar con ETA (sí lo hizo Aznar, que tuvo la inteligencia de cortarle las alas al tinglado económico del que vivía la banda terrorista). González inicia también la funesta idea de salvar la mayoría parlamentaria del Gobierno otorgando unas prebendas a los nacionalistas vascos y catalanes que van erosionando la unidad nacional.
¿Gran hombre de Estado? Probablemente un soberbio encantador de serpientes, que en el balance de la historia se ha beneficiado de que tras él llegaron dos simas, Zapatero y Sánchez. A su lado, González era un patriota, claro. Pero es que comparándola con Zapatero y Sánchez también mi tía Matilde es Golda Meir.
«Celebramos los 140 años de un partido tan noble como el PSOE, que camina con la conciencia de haber estado siempre en el lado correcto de la historia», declamaba Sánchez al lado de Felipe. Otra milonga. Es el partido que colaboró con la dictadura de Primo, el que dio un golpe revolucionario contra la II República, el que apoyó el desafío de Companys y el que en el siglo XXI ha firmado un acuerdo hediondo para sostenerse de la mano de los golpistas catalanes y el partido de ETA. ¿El lado correcto de la historia? Debe ser de la Historia de Mordor.
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